"(...) incluso si no tuviese en cuenta todos los escándalos que salpican la
vida política española actual, si únicamente tuviese ojos para aquellos
en los que tengo una opinión formada y autorizada, las palabras del
presidente me generan una incredulidad tan profundamente arraigada, un
convencimiento tan absoluto de que únicamente está representando un
absurdo papel que no se cree ni él mismo, que únicamente pueden llevarme
a la risa.
O en realidad, me llevaría a la risa si una cosa así pudiese
tomarse con humor, cosa que hace ya mucho tiempo que dejó de ser
posible. Porque, entere otras muchas cosas, esa fiesta de corrupción,
ese reparto indecente de dineros y comisiones hasta límites
completamente insostenibles, lo estoy pagando yo.
Lo estamos pagando
todos. Todos los días, una mano invisible se mete en nuestros bolsillos
para pagar la fiesta de un montón de sinvergüenzas. Y el jefe de todos
ellos se puso en pie ayer en el Senado, y pidió perdón. Genial.
Que
el presidente de un partido y un gobierno tocado por escándalos de todo
tipo y que mantiene en sus cargos a todo tipo de personajes siniestros,
desde ministros a responsables de todo tipo de funciones en su partido
pasando por alcaldes, concejales, diputados, senadores, presidentes de
comunidades autónomas, consejeros, secretarios de estado y todo el
escalafón completo de cargos imaginables pida perdón a los ciudadanos
por la corrupción es tan alucinante, que solo cabe plantearse cómo es
posible que no se abra la tierra en ese mismo momento bajo sus pies y lo
engulla en medio de una lengua de fuego.
Estamos hablando, y voy a
tener el detalle de tocar únicamente los temas sobre los que tengo
información directa, del mismo presidente que pacta con una empresa
española no llevar al parlamento ni legislar nada que afecte a la
neutralidad de la red, porque a esa empresa no le interesa.
El
mismo presidente que, a través de su siniestra vicepresidenta, acuerda
subvencionar a los periódicos “de toda la vida” con subsidios extraídos
de las empresas de internet para que pinten las noticias en tonos
propicios a sus intereses, incluso llegando al punto de cambiar a los
directores que se estaban “portando mal”.
Un presidente que pretende
controlar los medios de comunicación tal y como lo hacía el Túnez de Ben
Ali o el Egipto de Mubarak. O China, o Irán… todo sea por no salir mal
en sus portadas. Con un presidente corrupto, medios de comunicación
igualmente corruptos. Vendidos al poder. Todo muy coherente. Y esto se
vota mañana.
Efectivamente, el mismo presidente que entró en
negociaciones secretas con empresas norteamericanas – ya ni siquiera con
el gobierno, sino con asociaciones de empresas privadas – para cambiar
leyes en nuestro país que favoreciesen a sus intereses, que les
permitiesen repartirse de manera indecente dinero público, o que
conscientemente tomó medidas para hurtar a los jueces la capacidad de
impartir justicia en determinados delitos. Sí, ese presidente, el mismo
que puso al ministro de cultura que aprobó esa ley nada más llegar al
cargo.
Ese mismo presidente que, siendo ministro de cultura, conoció de
primera mano toda la miserable corrupción que rodeaba los mecanismos por
los que algunos “artistas” robaban el dinero de los derechos de autor
que recaudaban inspectores por bares y cafeterías de todo el país, y no
solo lo toleró, sino que lo auspició directamente convirtiéndose en
“amigo” de esa institución, de esa cueva de ladrones.
Y solo estoy
tocando los temas sobre los que tengo información directa, los que he
estudiado. Porque si miramos un poco más allá, si abrimos un poquito el
paraguas que ampara todo eso, podríamos hablar de un presidente aupado
únicamente por un dedo índice, no porque nadie decidiese
democráticamente que era el mejor preparado o el más adecuado para su
cargo.
Un impresentable que ha medrado en la política partidista toda su
vida y que pretende perpetuar el sinsentido de la misma, la paradoja de
que los partidos, que deberían estar en la base de la democracia, sean
las estructuras menos democráticas que tenemos en este país, auténticas
cuevas de ladrones donde reinan el culto al líder, dinastías con nombre y
apellidos, y donde se medra en función del escalafón y de los méritos
turbios.
Las mismas estructuras que han desacreditado la política hasta
el límite de impedir que atraiga a prácticamente ningún gestor que valga
la pena o que pudiese haber demostrado algo en algún momento fuera de
ella.
El mismo presidente que se negó a aprobar leyes de
transparencia a la altura de las circunstancias, que excluyó de
esas mismas leyes todo tipo de actividades para evitar su supervisión,
que permitió que surgiesen todo tipo de argucias y subterfugios para
financiar a los partidos o a sí mismo, que toleró donaciones, favores e
intercambios impúdicos que tenían lugar bajo su más directa supervisión,
bajo su misma nariz.
Que pactó cargos y nombramientos futuros de
responsables políticos a cambio de prebendas legislativas y de favores
que tenían un impacto directo en las cuentas de resultados de las
compañías. Sí, ese presidente cuya única forma de disculparse es “los
otros también lo hacen”. Sí, ese. Ese impresentable.
Nos hemos
acostumbrado tanto a ver cómo metían mano en el proceso legislativo,
cómo “aparecían” artículos escritos por corruptos al dictado de
intereses impresentables, cómo se negaban a escuchar a las infinitas
voces que advertían sobre la falta de idoneidad o directamente la
ceguera de sus medidas, cómo todas las votaciones caían siempre del lado
“de los malos” porque en realidad, el propio acto de la votación era
una mera pantomima, que nos hemos inmunizado.
De la manera más triste y
más grave que puede existir, hemos aprendido a golpe de experiencia que
la corrupción era consustancial a nuestro país, estaba imbricada en
todos y cada uno de sus estamentos, que era intrínseca a la actividad
política. Que esa democracia que tanto costó conseguir era, en realidad,
una maldita pantomima. Y uno de los que más esfuerzos ha hecho para que
así sea y para que así siga siendo resulta que se levantó ayer en el
Senado, y pidió perdón. No me hagas reír.
Eres impresentable. Eres
lo más profundamente hipócrita y lo más tristemente resignado que
podría haber llegado a la presidencia de este país. Por no tener, no
tienes ni la más mínima voluntad de cambio: solo unos toquecitos de
maquillaje, un mohín, y a seguir como siempre. Das asco.
Si realmente
quisieras cambiar algo, harías una purga de cargos a tu alrededor que ya
la quisiera Stalin. Te cargarías no solo a los corruptos, sino a todo
aquel que alguna vez hizo algún chiste sobre la corrupción.
A todo aquel
que tiene la más mínima sombra de duda – es imposible, tendrías que
empezar por hacerte el harakiri, y eso debe doler mucho y
ser muy desagradable. Impondrías medidas estrictas de transparencia
radical, de publicación inmediata de todas las cuentas incluyendo el
gasto en post-its. O en sellos. O en sobres, ya que estamos.
Asegurarías
que ni un solo euro entra o sale de tu partido y del Estado sin estar
adecuadamente reflejado en cuentas a la vista de todo el mundo – sí, la
tecnología podría ayudarte mucho en ese sentido… suponiendo que tuvieras
el más mínimo interés en ello, claro.
Harías públicas las agendas de
todos los cargos públicos: con quién se reúnen, de qué hablan, con luz y
taquígrafos, con Twitter y con declaraciones inmediatas, sin dejar
lugar a la imaginación. Perseguirías a todo aquel que simplemente hable
de corrupción: no solo al político al que se la proponen, sino al
empresario o al lobbista que la insinúa.
¿Cómo podemos esperar, si ni
siquiera reconoces aún los escándalos de Gürtel,
que alguna vez sepamos quiénes fueron las personas que, en sus
respectivas empresas, negociaron o autorizaron esos pagos? Queremos
saberlo todo, de uno y de otro lado. Pero ni nos dejas, ni nos vas a
dejar saberlo. (...)" (Enrique Dans, 29/10/2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario