"Soy médico; cardiólogo, de esos que ponen muelles a los
pacientes cuando sufren un infarto. Nuestro trabajo me encanta, pero
recientemente salí del hospital un poco más triste que antes.
Un paciente que ya habíamos atendido previamente ingresó de nuevo con
un segundo infarto y, al mirar sus arterias, encontramos que el stent, el muelle, implantado unos meses antes, se había trombosado, provocando un segundo infarto mucho más grave que el primero.
Mientras intentábamos reparar de nuevo su arteria enferma, nos
aseguró que seguía tomando sus pastillas, pero la relación entre la
trombosis de prótesis endovasculares y el abandono del tratamiento es
tan alta que, ante nuestra insistencia, terminó por reconocer que lo
había dejado dos meses atrás. La situación es muy sencilla: no tiene
trabajo, cobra exclusivamente los cuatrocientos euros de la ayuda
extraordinaria para desempleados y el tratamiento le costaba más de cien
euros mensuales. Tiene mujer, sin empleo, y un hijo pequeño.
"O comemos, o tomo las pastillas".
Allí mismo, este hombre se puso a llorar. Lágrimas silenciosas, sin
aspavientos. Lloraba de miedo ante la proximidad de la muerte o de algo
peor; pero, sobre todo, lloraba de vergüenza, de tener que mentir a su
médico porque no se atreve a reconocer que no tiene suficiente para
pagar el tratamiento que éste le receta.
Durante el último año, hemos visto esta misma situación en repetidas
ocasiones. En demasiadas, creo. Nunca antes, en muchos años de ejercicio
profesional, nos habíamos encontrado con algo así. Además, si todo se
redujera al dinero, el gasto sanitario que supone una trombosis de stent supera en muchas, muchas veces el gasto farmacéutico del tratamiento complementario.
No es él quien tiene que llorar de vergüenza. No lo es." (www.adspsalamanca.org, 11/04/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario