"El crecimiento desmesurado de las desigualdades que ha estado ocurriendo
en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte ha generado
una larga bibliografía académica sobre las causas de este crecimiento. (...)
Según el último informe de Oxfam, el 1%
más acaudalado de la población española concentra tanta riqueza como el
80% más pobre y, por si no fuera poco, veinte personas tienen la misma
riqueza que el 30% más pobre de la población.
Su patrimonio ha ido
aumentando (lo hizo en un 15% el año 2015), mientras que el de la
mayoría de la población española, el 99% restante, vio el valor de su
patrimonio reducido (en un 14%) durante el mismo periodo. Los
presidentes de las empresas del IBEX-35 cobran 158 veces más que el
salario medio del país.
Una situación semejante ocurre a nivel
mundial, donde, según el mismo informe de Oxfam (y también según el
Credit Suisse Global Wealth Data), el 1% de la población, la que tiene
más riqueza en el mundo, poseía en el año 2009 el 44% de toda la riqueza
mundial, porcentaje que subió al 48% en 2014 y que, siguiendo tal
tendencia, llegará a poseer el 50% de la riqueza mundial este año 2016. (...)
Hay que redescubrir categorías
analíticas olvidadas u ocultadas –como explotación- para entender el
crecimiento de las desigualdades
La inmensa mayoría de estudios sobre las
desigualdades han evitado, sin embargo, analizar esta relación
existente entre la evolución de las rentas del capital y la evolución de
las rentas del trabajo, pues este tipo de estudios abre toda una serie
de interpretaciones de la realidad, interpretaciones que han sido
marginadas, vetadas y excluidas en los círculos y fórums donde la
sabiduría convencional en el conocimiento económico se reproduce, fórums
donde la minoría de la población beneficiaria de tal redistribución
(tales como los propietarios y gestores de las empresas del IBEX-35) es
muy influyente. (...)
Lo que ha ido ocurriendo durante estas pasadas décadas ha sido la
imposición de políticas públicas encaminadas a aumentar la tasa de
explotación del mundo del trabajo por parte del mundo del capital bajo
el argumento de que la eficiencia económica necesitaba el aumento de la
competitividad, realizada sobre todo a costa del sacrificio del
trabajador mediante la bajada de salarios y disminución de su protección
social.
Y estas medidas han sido altamente exitosas. Como consecuencia,
las rentas del trabajo, como porcentaje de las rentas totales han ido
disminuyendo en la mayoría de países capitalistas desarrollados. (...)
Las rentas del capital, por el contrario, se han ido disparando, creando
un problema bien conocido en los textos de economía política que se
define como overaccumulation, que no es otra cosa que la enorme
acumulación y concentración de las rentas del capital obtenidas a costa
de la súper explotación de las rentas del trabajo.
Ahora bien, esta
enorme concentración de las rentas (y de la propiedad, es decir, del
capital) y consiguiente crecimiento de las desigualdades, ha creado otro
grave problema, pues la mayoría de la demanda que estimula la economía
productiva -que es la economía que produce bienes y servicios- procede
de las rentas del trabajo (es decir, de la mayoría de la población, que
es la que deriva sus ingresos a partir del trabajo).
Al disminuir estas
rentas del trabajo, disminuye también la demanda doméstica y con ello el
crecimiento económico. Y es ahí donde se encuentra la génesis de la
Gran Recesión, y también del enlentecimiento de la economía mundial,
explicación que raramente aparece en los grandes medios de información y
persuasión.
Es, pues, el aumento de la tasa de explotación del mundo
del trabajo el causante del gran crecimiento de las desigualdades que, a
su vez, ha creado la crisis de demanda tan notable que mantienen las
economías estancadas, y cuya máxima expresión se ve en la Eurozona, la
parte del mundo capitalista desarrollado occidental que ha estado
estancada durante más tiempo.
(...) las soluciones que se están proponiendo
por aquellos autores más sensibles a la necesidad de reducir las
desigualdades, tales como Thomas Piketty, Joseph Stiglitz, Paul Krugman,
Jeffrey Sachs y Anthony Atkinson, entre otros.
Estos autores han
propuesto el incremento de la gravación impositiva a las rentas del
capital, la expansión de la fiscalidad progresiva, el crecimiento de la
protección social y del gasto público social, así como un aumento de las
rentas del trabajo y la prohibición de los paraísos fiscales.
Tales
medidas son muy necesarias y deben realizarse urgentemente, pero, sin
embargo, son también insuficientes, pues dejan tal como están las causas
reales de las desigualdades, que, como he subrayado, son las relaciones
de propiedad del capital en cada sociedad, origen de tales
desigualdades.
No se puede intentar corregir las desigualdades sin
alterar y cambiar las relaciones de propiedad del gran capital,
dejándolo en manos privadas, es decir, en manos de la minoría –los súper
ricos- que continuará ejerciendo un enorme poder, no solo económico,
sino también político y mediático en cada una de estas sociedades.
Dicha
minoría continuará acumulando su riqueza a través del proceso de
sobreacumulación (que está basado en explotación), que podrá modificarse
y reducirse a través de las medidas redistributivas citadas
anteriormente, pero sin eliminarlo.
De ahí que, además de aquellas
necesarias intervenciones, se deberían también considerar intervenciones
públicas encaminadas a cambiar los sistemas de propiedad de los medios
de producción, distribución y especulación, tema muy olvidado y
abandonado en los programas de los partidos de izquierda, hoy en la
mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte, que parecen haber
olvidado que sin alterar tales relaciones de propiedad difícilmente se
cambiarán las bases de la explotación, causa primordial del crecimiento
de la desigualdad.
De esta lectura se deduce que aquellas
medidas redistributivas deberían expandirse para incluir también medidas
de apropiación, no solo de las rentas del capital, sino del propio
capital, a través de su trasvase y transformación en propiedad pública,
empezando por sectores claves del capital financiero y del sector
energético.
Las reservas mentales y políticas que amplios sectores de
las izquierdas tienen hacia la estatificación de la propiedad, no
deberían excluir la posibilidad de integrar elementos importantes del
sector financiero y energético –entre otros- en el sector público, que
permitiera romper el enorme dominio que el mundo del capital ejerce
sobre los Estados, facilitando así su democratización, condición
indispensable para la reducción de las desigualdades."
(Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 21 de enero de 2016, en www.vnavarro.org, 21/01/16)
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