"Sabemos que nuestra vida se decide en gran medida en Bruselas y Frankfurt. (...)
Dado el papel de la UE tanto en la imposición del neoliberalismo como
en las actuales políticas de austeridad (en connivencia indispensable
con las élites estatales) y dada su falta de democracia, a la hora de
pensar qué hacer, los movimientos y personas en favor de los derechos
humanos y la justicia social suelen debatirse entre "dar marcha atrás" o
"intentar cambiarla".
La primera opción, "volver al Estado-nación", suele
defenderse en términos de "recuperar la soberanía perdida". Ahora bien,
aunque es cierto que los Estados-nación han visto mermada su capacidad
de decisión al integrarse en la UE, no cabe olvidar que la verdadera
artífice de este proceso es la globalización neoliberal.
Esta nueva etapa capitalista, caracterizada por mecanismos de
deslocalización productiva y de financiarización es lo que llamamos
"dictadura de los mercados" y ningún país, ni dentro ni fuera de la
Unión, parece quedar a salvo de ella. Además, 30 años de UE han
modificado la estructura económica de todos sus Estados miembros.
En la reordenación territorial europea, los países del Norte han
mantenido la función productiva y exportadora, mientras los del Sur
(como España) se han especializado en el sector inmobiliario y la
industria turística.
Por lo tanto, sin restar importancia a la urgencia de pensar y
practicar, en todas las escalas, modelos de desarrollo más centrados en
las personas y menos en la acumulación de beneficio, ¿no sería más justo
y democrático exigir un reparto de renta a escala europea en vez de salirnos de la UE completamente mutilados (dada la especialización productiva) y empobrecidos? (...)
Pensar que no basta con volver a la soberanía nacional
para evitar los males de la UE y recordar que saliendo de la misma
seguiríamos en un mundo neoliberal con una estructura económica
profundamente desequilibrada (y quizá aún más desprotegidos frente a
ataques especulativos y grandes empresas), (...)
El problema de la democracia mundial, del desajuste entre poder
económico y político global, está en la cabeza de todos y todas. Y la
necesidad de construir soberanía alimentaria y economías de cercanía es
evidente, igual que la de tener espacios de decisión y gestión de los
recursos más próximos.
Pero si no enfrentamos estos problemas a una escala mayor, europea y global, corremos, como poco, dos riesgos:
el de no poder solucionarlos –si el capitalismo se organiza a escalas
transnacionales no parece sensato combatirlo a escalas inferiores– y el
de quedar encerrados en fronteras que fortalezcan opciones claramente
xenófobas y eurocéntricas.
La segunda opción, "democratizar Europa", suele
rechazarse por imposible. Hay quienes piensan que la UE siempre ha sido
una huida hacia adelante de las élites continentales frente a la pérdida
de los imperios coloniales, las victorias de los movimientos obreros y
la crisis de la tasa de beneficio; una forma de esquivar los sistemas
representativos estatales y de coordinar capitales y mando.
La UE obedece, sin duda, a los intereses de las élites neoliberales.
Grecia, asfixiada de forma innecesaria y contraproducente sólo para
mostrar el poder de los acreedores, ha dado buena cuenta de ello.
Pero ¿cómo hacer frente y transformar algo tan vasto, lejano y
poderoso? Determinadas posiciones políticas proponen un movimiento de
dos tiempos: primero "tomar el Estado", después, cambiar Europa.
En relación a Grecia, España –dicen– es un Estado grande e importante
y en consecuencia capaz de imponer algunos cambios; también se habla de
futuras alianzas con otros países del Sur.
Otras posiciones arguyen que de no construir desde el principio
dichas alianzas con habitantes de otros países –"deudores" y
"acreedores"–, cualquier propuesta quedará encallada en un combate de
poder por arriba. Al fin y al cabo un Sur fuerte frente a un Norte unido
podría llevar más a una fractura que a una transformación.
Además, aunque un Sur desgajado tendría sin duda más posibilidades de
arrancar mejor una reconstrucción que un país aislado, también
perdería, no olvidemos, todo la riqueza transferida a los países del
Norte durante los últimos 50 años. (...)" (Beatriz García, Marisa Pérez Colina, David Gámez, Fundación de los comunes, en Diagonal, 28/05/16)
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