"La crisis económica de 2008 puso a prueba la resiliencia del sistema
capitalista de producción. Desde entonces, éste ha sido incapaz de
recuperar su estado inicial, antes de la crisis y sus antecedentes en
2001, ya que no han cesado las perturbaciones a las que está sometido.
Esta condición no equivale a su resistencia, en el sentido literal de su
duración.
El debate en torno a estas cuestiones ha ocupado una parte de los
debates sobre la crisis y la evolución del sistema. De alguna manera
recuerda aquel que se dio alrededor del marxismo en las décadas finales
del siglo XIX y principios del XX sobre el derrumbe del capitalismo,
aunque con menor intensidad y convicción. Este asunto es en sí mismo
significativo.
El escenario actual, a ocho años de las emblemáticas quiebras de
Lehmann Brothers y General Motors, está marcado por la profunda
intervención de los gobiernos para mantener a flote el sistema
financiero global y sigue siendo muy inestable.
Los bancos centrales se convirtieron en los actores principales para
prevenir el desplome. Operan de manera muy activa en los mercados para
incidir y apuntalar el entramado del endeudamiento público y privado que
caracteriza a la economía. Esto ha llevado primero a que las tasas de
interés se fijaran prácticamente en cero y que ahora estén en niveles
negativos como sucede en Europa y Japón.
Este hecho es anormal y no se prevé cuándo puede remontarse.
Entretanto provoca distorsiones en la asignación de los recursos,
especialmente en materia de inversiones. Los capitales se colocan con
criterios esencialmente especulativos, lo que afecta de modo adverso su
uso productivo.
El auge inmobiliario que estaba en el centro de la crisis en 2008
expresaba ya el conflicto, pero sigue reproduciéndose como mecanismo de
generación de ganancias. Lo mismo ocurre con los movimientos de los
capitales que afectan a las economías cuando los reciben y cuando se
van.
Los efectos se desplazan de ahí al mercado laboral en el que se
abulta en desempleo, la desocupación y la caída de los ingresos
salariales, además de crear mayor precariedad del trabajo.
En Estados Unidos la recuperación económica no se consolida y
persisten las condiciones de lo que se ha denominado como un
estancamiento crónico. La Reserva Federal no consigue elevar las tasas
de interés para
normalizarla situación en los mercados financieros y recomponer la estructura del empleo y la generación de ingresos de una gran parte de la población.
La caída del precio del petróleo es un signo de cambio estructural en la manera en que se produce la energía. (...)
La crisis ha incitado grandes tensiones en la integración europea, con
el resurgimiento de las políticas de corte nacionalista, sobre todo en
la parte oriental de la Unión. Esto se agrava con la guerra y las
corrientes de migrantes del Medio Oriente y África, que no han surgido
por generación espontánea. La posibilidad de la salida de Gran Bretaña
de la Unión expresa el fallo de las severas medidas de ajuste y el
desgaste social que provoca.
Esto no es solo una cuestión técnica, sino
una manifestación más intensa de la confrontación social. Otra forma de
esta pugna es la crisis política en España. Y está, por supuesto, la
situación electoral en Estados Unidos y la polarización que significa el
candidato Trump." (León Bendesky – La Jornada
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