"(...) Unos meses antes del estallido de la primera crisis del petróleo, en
la década de los setenta del siglo pasado, el Club de Roma, una
organización no gubernamental fundada en 1968, encargó al Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT) un informe que se tituló Los límites del crecimiento.
En él se mantenía que si el incremento de la población mundial, la
industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la
explotación de los recursos naturales se mantenían sin variación, la
Tierra alcanzaría los límites absolutos de crecimiento todo lo más en un
siglo.
Se argumentaba que en un planeta limitado, las dinámicas de
crecimiento exponencial [población y producto per cápita] no eran
sostenibles, por lo que se exigían políticas de austeridad. Veinte años
después, en 1992, se actualizó de aquel informe bajo el título de Más allá de los límites del crecimiento, y en 2004 se publicó una versión integral de los dos textos anteriores, titulada Los límites del crecimiento: 30 años después.
El testigo del Club de Roma a favor de una austeridad transformadora y
redistributiva lo recogió en la izquierda el partido intelectualmente
más imaginativo que ha existido en el pasado inmediato: el Partido
Comunista italiano (PCI), liderado por ese personaje fascinante llamado
Enrico Berlinguer.
En un opúsculo titulado Austeridad
(editorial Materiales), Berlinguer contestaba a cuestiones como por qué
antes de la crisis del petróleo la izquierda no hablaba de la austeridad
como posible estrategia superadora del capitalismo, y desde mitad de
los años setenta sí; o por qué la política de austeridad transformadora
era algo radicalmente distinto de una política de rentas y de una
política de estabilización económica pese a que presentasen apariencias
comunes.
No dejaba de ser sintomático que Berlinguer desarrollara las
ideas de su opúsculo sobre la austeridad en dos asambleas muy distintas:
ante una convención de intelectuales y ante un grupo de obreros
comunistas. Intelectuales y obreros eran las dos piezas básicas del
proyecto del PCI, el único partido occidental a la izquierda de la
socialdemocracia que estuvo a punto de gobernar (hasta que llegó Syriza,
en Grecia) (...)
Así, una política de austeridad transformadora no sería una política
de nivelación a la baja hacia la pobreza o la indigencia, ni ha de
proponerse como objetivos la mera supervivencia de un sistema que había
entrado en crisis. Por el contrario, había de tener como finalidad la
justicia, la eficacia y una moralidad nueva, conceptos u´tiles pero
demasiado genéricos para la actualidad.
Esta es la interpretación del concepto de austeridad arrebatado a la
izquierda. Concebida como lo hizo Berlinguer, aunque una política de
austeridad implique (necesariamente, por su propia naturaleza)
determinadas renuncias y sacrificios concretos, adquiría al tiempo un
significado renovador y devenía en un acto de libertad para los
sometidos a viejas subordinaciones y a intolerables marginaciones,
creaba solidaridades y “al ir acaparando un consenso creciente, [se
convertía] en un amplio movimiento democrático al servicio de una tarea
de transformación social”.
Berlinguer planteaba hace casi 40 años (1977) un dilema muy actual: o
nos abandonamos al curso actual de los acontecimientos dejándonos caer
peldaño a peldaño por la escalera de la decadencia, de la barbarización
de la vida y, más temprano que tarde, de una involución política, o por
el contrario se afronta la versión redistributiva de la austeridad.
Ello
implicaría restricciones de ciertos bienes a los que nos hemos
acostumbrado, renunciar a ciertas ventajas adquiridas aunque nunca en el
terreno de la protección social. “Estamos convencidos de que no es
absoluto cierto que la sustitución de determinadas costumbres actuales
por otras más austeras y no derrochadoras, vayan a conducir a un
empeoramiento de la calidad y de la humanidad de la vida.
Una sociedad
más austera puede ser una sociedad más justa, menos desigualdad,
realmente libre, más democrática, más humana”. En definitiva, se
adelantaba a nuestros tiempos con una versión de la austeridad muy
distinta a la austeridad autoria de nuestros días.
La mejor definición técnica de austeridad la de Blyth en su libro: es
una forma de deflación voluntaria por la cual la economía entra en un
proceso de ajuste basado en la reducción de los salarios, el descenso de
los precios y un menor gasto público, todo enfocado a una meta: la de
lograr la recuperación de los índices de competitividad, algo cuya mejor
y más pronta consecución exige (supuestamente) el recorte de los
Presupuestos del Estado y la disminución de la deuda y el déficit. (...)
Frente a la visión de la austeridad progresista se ha expandido durante
la Gran Recesión, sobre todo en la Unión Europea, otra modalidad de
austeridad que en el lenguaje académico se ha denominado “austeridad
expansiva”.
Arranca de un trabajo de los profesores italianos de la
Universidad de Harvard, Alberto Alesina y Silvia Ardagna (“Tales of
Fiscal Adjustment”) publicado en 1998, que defiende lo siguiente:
independientemente del nivel inicial que pudiera tener la deuda, todo
ajuste fiscal que base sus objetivos en recortar el gasto y vaya
acompañado de una moderación salarial y de un proceso de devaluación
tendrá carácter expansivo.
Resumiendo: los recortes de hoy provocarán el
crecimiento de mañana. Los que se quedan por el camino son considerados
algo así como los “daños colaterales” de la austeridad expansiva. (...)
Sin embargo, ha sido la propia realidad (lo sucedido en los países de
Europa del Sur) la que ha desacreditado y debilitado las tesis de
Alesina y Ardagna, cooptadas durante todo este tiempo por Alemania y su
glacis, así como por sus principales aliados, la Comisión Europea y el
Banco Central Europeo.
Si se analizan las porciones de “austeridad
expansiva” que se han administrado en Europa, no precisamente en dosis
homeopáticas, se concluirá que ha habido menos crecimiento que antes,
pero sobre todo que no se ha reducido la deuda pública, ni se ha
protegido a las poblaciones en tiempos difíciles.
Más pobres, más
desiguales, más desempleados, más precarios, y menos protegidos: se ha
manifestado un profundo y prolongado declive (con efectos
estructurales), que continuará durante mucho tiempo, en sectores
mayoritarios de la sociedad, más vulnerables cuanto más desfavorecidos
han sido por la gestión de la crisis económica.. (...)
“No obstante, y a pesar de que el FMI haya perdido la fe en la
austeridad, esto no significa que sus defensores no estén tratando de
encontrar nuevos ejemplos de su (presunto) funcionamiento positivo. Hay
demasiadas reputaciones en juego, y demasiado es también el capital
político invertido, como para permitir que unos simples e inoportunos
hechos vengan a interponerse en el camino de esta ideología”." (Joaquín Estefanía, Público)
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