"(...) uno de los índices más aceptados para valorar la salud de
las democracias: los ataques a la libertad de expresión, junto con los
nacionalismos y tribalismos de todo tipo, el aumento incontrolado de las
desigualdades y la aparición de movimientos que impugnan las normas
democráticas, son las cuatro grandes pestes que debilitan, y provocan el
declive, de la democracia liberal.
Así
que si uno lee con cuidado revistas y webs de análisis político en
medio mundo, empieza a observar que ya no se habla casi del hundimiento
de la socialdemocracia o la desaparición del socialismo, incluso de las
consecuencias de la crisis económica, el tema que nos abrumaba hasta
hace muy poco, sino de cómo se corroe, poco a poco, la democracia
liberal, muy especialmente a través de las nuevas leyes mordaza y de la
pretendida protección de identidades y creencias.
Significativamente, un coloquio
organizado este mes por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama y
David Runciman, director del departamento de Política de la Universidad
de Cambridge, se tituló: Democracia: incluso las mejores ideas pueden desaparecer.
Las dos vías más rápidas para profundizar ese deterioro son
el aumento de la desigualdad, que hace que millones de ciudadanos
sientan que la democracia ha quedado capturada por élites económicas y
financieras capaces de vetar todo lo que perjudica a sus propios
intereses (Francis Fukuyama) y la peligrosa idea de que los gobiernos deben impedir que circulen ideas u opiniones, según sean buenas o malas.
Como dijo Oliver Holmes, juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, en
1919: “La verdad o falsedad de las ideas o de las opiniones se mide en
el mercado de las ideas, no en los tribunales, por medio de la
demostración de su veracidad o falsedad”.
Resulta curioso que en una época en la que se extiende vorazmente la llamada “posverdad”
y políticos y personajes públicos de todo tipo y lugar son capaces de
negar, sin el menor parpadeo y con premeditación, hechos, datos y
evidencias incontrastables, se pretenda, al mismo tiempo, impedir que se
difundan ideas u opiniones, con la advertencia de que no se consentirán
las que resulten de mal gusto o vejatorias o que provoquen “daño moral”
a personas públicas o de relevancia pública.
Es curioso, porque se
suponía que la democracia liberal se basaba justo en lo contrario: no se
puede falsear dolosamente la realidad pero sí se puede difundir ideas
por muy ofensivas que puedan parecer.
La cuestión no es menor. En España, por ejemplo, y gracias a la ley mordaza
aun en vigor, se pretende castigar hoy con severas penas de cárcel a un
grupo de anarquistas veganos, basándose fundamentalmente en sus
opiniones y mensajes distribuidos por redes sociales, algo que
seguramente hubiera escandalizado al mismísimo juez Holmes a principios
de siglo XX.
Claro que en aquella época, casi nadie, en Estados Unidos,
hubiera pensado en titular: La democracia liberal, en declive." (Soledad Gallego-Díaz, El Mundo, 24/12/16)
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