"El pasado 14 de septiembre tuvo lugar el debate sobre el “Estado de la
Unión Europea”. El primer debate de este tipo tras el Brexit del pasado
mes de junio. Quizás por ello este debate estaba envuelto de cierta
expectación. Una expectación que aspiraba a oír el inicio de un nuevo
replanteamiento de la actual situación política de Europa y del proyecto
europeo en su conjunto. (...)
Sin embargo, nada de esto no ocurrió.
Por el contrario, vimos a un Jean-Claude Juncker plano, y hasta cierto
punto aburrido, que mostró un discurso carente de ideas novedosas e
ilusionantes. El posterior debate tampoco fue mucho mejor. La búsqueda
de nuevas ideas pragmáticas que apaciguasen la creciente ola de malestar
social que está recorriendo Europa, pareció quedarse en eso, en una
búsqueda. (...)
Atrás quedan los años en que estos temas sobre el malestar social no llegaban ni a plantearse dentro de la agenda europea. Los años de bonanza europea desde la superación de la crisis del Sistema Monetario Europeo fueron reforzados por la introducción del Euro y tan sólo se vieron salpicados por el rechazo de Francia y de los Países Bajos al establecimiento de una Constitución Europea. (...)
Tras estas dos décadas de crecimiento, llegó la mayor crisis económica desde el Crack del 29. Deuda, desempleo, austeridad y un sinfín de nuevos términos han ido surgiendo dentro de la esfera política europea y nacional. Donde antes había crecimiento, ahora tenemos recesión. (...)
Ante esta situación es razonable pensar que se haya dado un cambio de expectativas entre la ciudadanía europea y, hasta cierto punto, se haya empezado a mirar a Europa con otros ojos. O al menos ese ha sido el mensaje que han perseguido hasta ahora los partidos tanto eurofobos como euroescépticos.
En 2014, el economista
Lawrence Summers planteó que el bajo crecimiento de la productividad
mostrado por las economías desarrolladas, junto con sus elevados niveles
de deuda y desempleo, podría derivar en una situación de estancamiento,
al que denominó secular, debido a las bajas expectativas de crecimiento
a largo plazo. Aunque esta hipótesis está aún por probarse, parece que,
hasta el momento, los datos le están dando la razón.
Es más, de ser
así, tendríamos que reconocer que el ciudadano europeo ha tenido cambiar
sus expectativas acerca de su bienestar futuro en un período de tiempo
muy breve. En cierto modo, lo que hasta el momento eran promesas de
mayor bienestar para el ciudadano de a pie, se han ido traduciendo en
decepciones y, en algunos países más que en otros, en frustraciones. (...)
El estancamiento secular por un lado, y la crisis política del euro por el otro, han mostrado los conflictos entre países acreedores y deudores en el seno de la UE, poniendo de manifiesto que las concesiones “por una mayor Europa” podrían haber caído en saco roto. Por ello, no es de extrañar que ciertos colectivos demanden una vuelta de las políticas nacionales que cedieron previamente, si con ello sienten que podrán solventar los nuevos problemas que les acucian y a los que no terminan de ver su solución.
El lector familiarizado habrá notado
que este planteamiento viene del marco teórico propuesto por el
economista Dani Rodrik en su “trilema de la economía política”. Este
trilema plantea una hipótesis difícilmente medible, pero que la UE
podría estar evidenciando. Ésta es, cambios institucionales y económicos
derivados de la globalización (pérdida de crecimiento) pueden modificar
las preferencias o expectativas de los ciudadanos de modo que terminen
demandando una mayor soberanía nacional. (...)
El Eurobarómetro recoge una pregunta relevante en este sentido (traducción propia en cursiva): “¿Creé usted que la globalización es una oportunidad para el crecimiento económico?”
(...) muestra una cierta correlación
(negativa) entre aquellos países con mayor desigualdad en 2015 (Grecia,
Portugal y España) y el porcentaje de individuos que aceptan esta
premisa acerca de la globalización. Entendiendo que “más globalización”
implica “mayor integración”, podemos ver que las expectativas acerca de
una mayor integración pueden no son compartidas de la misma manera por
todas las nacionalidades que comparten la UE.
Es decir, no todos
estarían sintiendo el mismo beneficio de integrarse aún más en la UE y
en la economía mundial, de ahí que sea en estos países (Grecia, Portugal
y España) donde estén adquiriendo una mayor relevancia política las
coaliciones de izquierdas que muestran un mayor rechazo a la
globalización y demanden una vuelta de la soberanía nacional como
respuesta ante una mayor desigualdad económica.
(...) tanto en el año 2007 como en el 2015, la UE hacía la misma pregunta. Ésta es (traducción propia en cursiva): “¿Considera usted que los intereses de su país están bien tenidos en cuenta dentro de la UE?”.
(...) parece apreciarse que, salvo
excepciones dignas de un caso de estudio particular (Portugal e Irlanda
especialmente), los países que más se han visto afectados por la crisis
económica (mayor deuda y desempleo), son los que en mayor parte sienten
que la UE no termina de captar los intereses de su país.
Por su parte,
los países que no han sufrido las mismas consecuencias (Alemania, Países
Bajos, Austria o Finlandia) y que han conformado el grupo de países
acreedores dentro de las negociaciones de la UE, sí que consideran que
la UE recoge sus intereses nacionales en mayor medida.
Este último grupo de países además posee
una característica diferenciadora, son países en los que los partidos
eurofobos y xenófobos de derechas están ganando cada vez más relevancia y
participación.
En este caso sus demandas no sólo buscan la vuelta de la
soberanía nacional como solución ante la desigualdad, sino como
instrumento para paliar el sentimiento que la inmigración genera en sus
sociedades. Es en este punto donde consiguen distanciarse totalmente de
los partidos de izquierda y lo explotan para su beneficio electoral.
Con
mensajes más sencillos, estos partidos encuentran que este cambio de
expectativas entre su electorado sirve de incentivo para demandar una
vuelta de las políticas nacionales.
Cuando vamos a los datos del
Eurobarómetro y buscamos preguntas acerca de las implicaciones que la
inmigración pueda tener sobre la ciudadanía, encontramos una pregunta
que dice así (traducción propia en cursiva): “Indique qué tipo de sentimiento positivo o negativo le evoca la inmigración de individuos llegados de fuera de la UE”.
Para este caso (Figura 3) vemos que surge un patrón ciertamente
sorprendente, pues no existe relación directa entre los países que han
sufrido fuertemente las consecuencias de la crisis (mayor desigualdad
medido a través de Gini) y los que ven (o sienten) como negativa la
llegada de inmigrantes de fuera de la UE.
Así pues, cabe preguntarse si
los movimientos xenófobos de derechas parten del mero cambio de
expectativas entre el crecimiento económico y la cesión de soberanía
nacional o, por el contrario, sus raíces ahondan en lo más profundo de
la condición del individuo en sociedad." (
, Agenda Pública, Martes 1 noviembre 2016)
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