"23 de noviembre de 2016. En el Complejo Judicial de Schiphol, a pocos
kilómetros de Ámsterdam, un señor con el pelo teñido de blanco y
peinado para atrás testifica ante tres jueces. Lo miran serio, sin
gesticular, conscientes de que las cámaras de televisión a veces también
los enfocan a ellos.
El protagonista absoluto es el acusado, que se
enfrenta a los cargos de incitación a la discriminación y al odio. Habla
Geert Wilders, líder del Partido de la Libertad (PVV) en Holanda:
“Señor presidente, miembros de la Corte. A lo largo de todo el mundo
ha emergido un movimiento que no se anda con contemplaciones con las
doctrinas de la corrección política de las élites ni de los medios
subordinados a ellos. El Brexit lo ha probado. Las elecciones
en Estados Unidos lo han probado. Está a punto de probarse en Austria y
en Italia. El próximo año también se probará en Francia, en Alemania y
en Holanda”.
Este corto análisis de la política internacional y el deseo que le
sigue poco tienen que ver con el juicio, pero no importa. El discurso se
cuela en cada casa holandesa a través de la televisión, que lo
retransmite en directo. (...)
Él trabaja para llegar al poder en Holanda. Las encuestas de momento lo
colocan como el favorito para ganar en marzo, pero más allá de los
grandes titulares que denuncian su xenofobia, ¿quién es Geert Wilders? (...)
Wilders tampoco busca la moderación para captar el voto del llamado
centro ni esconde la crudeza de sus propuestas. Lleva 26 años siendo un
político profesional, pero eso no le impide usar el lenguaje de un outsider.
Denuncia las medidas de “las élites de La Haya y Bruselas”, defiende
que la principal labor de su partido es “luchar contra el islam” y dice
que se encargará de que en Holanda haya “menos marroquíes”.
Su programa electoral para las elecciones es una combinación de
medidas antiinmigración y reclamaciones sociales habituales en la
izquierda. Es fácil de leer y, sobre todo, corto: tiene una página de
longitud, desglose económico incluido, y está dividido en once puntos.
El más detallado es el primero, en el que habla de “desislamizar”
Holanda y con el que, asegura, se ahorraría 7.200 millones de euros.
Además, propone que “no se destine más dinero a la cooperación al
desarrollo, a la energía eólica, al arte, a la innovación y a los medios
de comunicación” (punto 7), con lo que dejaría de gastarse otros 10.000
millones.
El dinero recuperado se destinaría a Defensa y a la Policía (punto
9), a la sanidad y al cuidado de las personas mayores (puntos 4 y 8),
permitiría bajar los alquileres (punto 5), los impuestos de la renta y
de circulación (puntos 10 y 11) y recuperar la edad de la jubilación a
los 65 años (punto 6). Además, “Holanda recuperaría su independencia,
así que fuera de la UE” (punto 2), y se aplicaría “la democracia
directa: introducción de referéndums vinculantes para que los ciudadanos
adquieran poder” (punto 3). Y se acabó, todo resuelto en una página.
Más allá de la anécdota del programa electoral, hay dos claves para
entender por qué el fenómeno Wilders triunfa en Holanda. La primera es
su apelación a la identidad nacional. Encarna el “We, the people”
(“Nosotros, el pueblo”) mejor que ningún otro político en un país
pequeño de la UE, pero cuyo nacionalismo ha crecido en los últimos años a
su sombra.
Su razonamiento, fácil de seguir, divide el campo político en dos
bandos irreconciliables. En el lado contrario están los inmigrantes que
no se quieren adaptar a la cultura holandesa y la élite política que se
lo permite. Esa misma élite, además de malgastar el dinero en los
centros para los solicitantes de asilo y las escuelas islámicas, no ha
evitado la transferencia de cada vez más poder a Bruselas.
En el otro
campo de juego, el suyo, están los holandeses de a pie. Ellos han
sufrido los recortes en el Estado del bienestar de los últimos años sin
que nadie lo impida. Para colmo, siempre según el líder del PVV, viven
con miedo por el terror que algunos inmigrantes siembran en las calles.
La otra clave para entender su éxito es la capacidad que tiene para
poner en la agenda mediática y política los temas que le interesan. Un
ejemplo es su juicio por incitación al odio y a la discriminación. Todo
empezó en un acto electoral de las elecciones municipales de 2014.
En
una cafetería de La Haya y delante de decenas de seguidores, les
preguntó si querían que tanto en la ciudad como en Holanda hubiera más
marroquíes o menos. “¡Menos! ¡Menos!”, dijeron animados. “Nos
encargaremos de ello”, respondió él.
El discurso fue retransmitido por televisión y levantó un huracán
político. Más de 6.400 ciudadanos lo denunciaron por considerarlo
discriminatorio y la Fiscalía General anunció una investigación que
sentó a Wilders en el banquillo de los acusados. “Soy un político que
digo lo que la élite política no quiere oír”, argumentó para defenderse,
asegurando que “millones de holandeses” piensan como él. Otra vez el “We, the people”. (...)
Al final, los jueces dieron su veredicto: inocente del cargo de
incitación al odio, pero culpable de incitación a la discriminación. No
obstante, no fue condenado a ninguna pena y la jugada le salió
extremadamente rentable desde el punto de vista electoral.
Según el
Instituto Maurice de Hond, la intención de voto del PVV pasó de 27
diputados (18%), un día antes del comienzo del juicio, a 36 diputados
(24% del voto) una semana después del veredicto. Y a tres meses de las
elecciones. (...)" (David Morales Urbaneja, CTXT, 28/12/16)
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