27.1.17

Por qué la ultraderecha de Wilders va a ganar las elecciones holandesas

“Aquí me presento ante ustedes. Solo. Pero no lo estoy”, dijo Geert Wilders el 23 de noviembre, de pie ante el tribunal que lo declararía culpable de haber incitado a la discriminación contra los inmigrantes marroquíes en Holanda. “En 2012, me votó casi un millón de neerlandeses”, prosiguió el acusado, dirigiéndose directamente a los jueces.

 “Según las encuestas más recientes, [en marzo] puede que sean 2 millones. Ustedes seguramente conocen a esas personas, excelencias. Se topan con ellas todos los días. … Puede que se trate de su chófer, su jardinero, su médico o su asistenta; la novia del secretario judicial, su fisioterapeuta, la enfermera que trabaja en la residencia de sus padres o el panadero de su barrio. Es la gente común. Son los neerlandeses de a pie. Es la gente que tanto orgullo me inspira”.

La imagen que quiso pintar el líder del Partido por la Libertad (PVV) era la de una mayoría silenciosa; un ejército de ciudadanos normales, ni locos ni extremistas, que ven a Wilders como el único que entiende sus miedos y representa sus intereses. 

Pero para gran parte del país su descripción sugirió más bien una trama de película de horror, de ésas donde los humanos son subrepticiamente poseídos por seres extraterrestres y donde cualquier conocido puede haber caído víctima de la usurpación. 

Porque Wilders no yerra en su pronóstico. Una quinta parte del electorado de Holanda —país que siempre se ha enorgullecido de su progresismo y tolerancia, su creatividad y sentido común— está dispuesta a apoyar a una formación política que demoniza el islam, aborrece a las “élites progresistas” y pretende salir de la eurozona.

Según todas las encuestas, en marzo, cuando se celebren elecciones parlamentarias, el PVV se convertirá por primera vez en el partido más votado del país, acaparando unos 30 escaños de los 150 que componen la Segunda Cámara. 

Mientras tanto, de los tres grandes partidos que dominaron la política nacional durante la segunda mitad del siglo XX —el liberal (VVD), el socialdemócrata (PvdA) y el cristiano-demócrata (CDA)— sólo el VVD sobrevive. Bueno, es un decir: puede perder más de un tercio de su apoyo, quedándose en un 16 por ciento. 

Los cristiano-demócratas se tendrían que contentar con un 10 por ciento. El PvdA, por su parte —el partido obrero centenario del puño y de la rosa que integró varios gobiernos nacionales en los años 70, 80 y 90 y gobierna el país hoy en coalición con los liberales—, está por perder más de dos tercios de su apoyo electoral. Se quedaría con un mero 8 por ciento, por detrás de seis otros partidos, incluida la Izquierda Verde (GroenLinks).
¿Qué está pasando en Holanda? 

(...) “El gran reto para la derecha populista en Europa ha sido verter su discurso en formas que sean digeribles para la población de sus respectivos países”, dice Koen Vossen, politólogo de la Universidad de Nimega que ha seguido al PVV desde sus comienzos. “Y eso Wilders lo ha sabido hacer muy bien para el contexto holandés. 

Ha sido muy efectiva, por ejemplo, la idea de centrar el debate en el tema de la libertad de expresión. También lo es que el PVV haga su llamamiento por limitar la inmigración islámica en nombre, precisamente, de valores progresistas. 

Para Wilders y sus seguidores, la situación es clara. Estamos viviendo otra guerra contra el fascismo, contra la ideología totalitaria que es el islam. Y ellos son los únicos que se atreven a luchar contra él. En ese marco, los demás somos Chamberlain, mientras Wilders se ve a sí mismo como Winston Churchill”. (...)

“Los asesinatos de Fortuyn y Van Gogh fueron como sendos choques eléctricos al cerebro colectivo holandés”, recuerda Vossen. “El politólogo Ron Eyerman, en su libro sobre asesinatos políticos, los define como eventos dislocadores. Tiene razón. Fortuyn solía afirmar que era el único que se atrevía a romper los tabúes políticamente correctos sobre el problema que suponía la inmigración masiva de musulmanes, y que ya le castigarían por ello.

 Para parte de la ciudadanía de a pie, su muerte llegó a demostrar que tenía razón”. El efecto del asesinato de Van Gogh fue diferente: logró atraer al campo antiinmigrante a una parte importante de la élite intelectual capitalina, empezando por los amigos desolados del propio cineasta. Con ello, la crítica del islam logró una nueva legitimidad. 

Al mismo tiempo, se normalizó la idea de que la política migratoria había fracasado y que la presencia de inmigrantes en el país, sobre todo de Marruecos y Turquía, constituía un problema —una amenaza no sólo en términos de seguridad sino económica y cultural— que pedía algún tipo de solución drástica. Mano dura. (...)

Como consecuencia, sus términos clave se han colado en el debate político, naturalizándose. Se trata de conceptos como “islamización”, “inmigración masiva” y “aficiones izquierdistas” (islamisering, massa-immigratie, linkse hobby’s), que sirven de base para un marco narrativo alarmista de gran tirón electoral. 

Según Wilders y Bosma, el flujo masivo de inmigrantes musulmanes está a punto de convertir Holanda en una nación islámica, con la complicidad directa de las élites culturales y políticas del país, en su mayoría progresistas, aupadas al poder en la estela de los 60.

 Estas élites, en lugar de atender a las necesidades de sus conciudadanos holandeses, dedican su tiempo —y el dinero público— a satisfacer sus manías: los subsidios públicos al arte y la cultura; la defensa de la multiculturalidad; la ayuda a países en vías de desarrollo; la acogida de refugiados; o filosofías pedagógicas modernas que erosionan la calidad de la educación.  

Además, obedeciendo a los mandatos económicos de Bruselas, sacrifican el bienestar de su propio pueblo. Recortan los servicios públicos para la ciudadanía holandesa al mismo tiempo que miles de refugiados —desagradecidos, malcriados y peligrosos— reciben comida, ropa y techo gratis. Mientras tanto, el pueblo holandés está siendo arrollado y marginado en sus propios barrios por las hordas musulmanas.

 “El PVV sigue al pie de la letra las lecciones de Ernesto Laclau”, dice Vossen, refiriéndose al teórico argentino del populismo. “Han conseguido forjar una cadena de equivalencias entre el islam y la izquierda, contra la que oponen los intereses del pueblo”. (...)

De todos los líderes de la nueva derecha europea es, además, el que mayor perfil internacional tiene. Goza de excelentes relaciones con el entorno inmediato del presidente Donald Trump (...)

La ironía no puede ser mayor: envalentonados por el triunfo de Trump, Wilders, Le Pen y demás están forjando una alianza europea para acabar no sólo con la Unión Europea sino con los valores de solidaridad que la inspiraron. Saben que todavía no han alcanzado su techo electoral. Mientras tanto, las izquierdas —divididas e impotentes— se desviven en busca de una nueva vacuna antifascista."                 (Sebastián Faber, CTXT, 25/01/17)

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