"Una diputada lloraba tirada en el suelo al lado de
una papelera metálica. Miembros del comité federal del PSOE gritaban
“sinvergüenza”, “pucherazo”, “fuera”.
Paco Reyes, presidente de la
Diputación de Jaén, escribía a mano una moción de censura contra el
secretario general, Pedro Sánchez, y la leía a gritos porque los
micrófonos iban mal (los críticos con Sánchez aseguran que no
funcionaban a propósito; sus partidarios replican que fallaban por meros
problemas técnicos).
Una secretaria de la ejecutiva de Sánchez optó por
huir al baño de señoras. Fue un error. Allí una destacada diputada la
llamó de todo: “Eres una sinvergüenza, no sabéis dónde vais, estáis
llevando el partido a la mierda”, recuerda.
Hubo hasta un golpe por la cuestión del sonido y una
urna semiescondida con votos depositados y luego invalidados que desató
la tormenta.
Este relato se basa en entrevistas con 31 miembros del comité federal del PSOE. (...)
Los hechos descritos aquí están admitidos por sus protagonistas o por dos fuentes o más. La semana trágica del PSOE había empezado cinco días antes, el lunes.
Quedaban cinco semanas para la convocatoria obligada de las terceras
elecciones generales tras casi un año de bloqueo. Pedro Sánchez había
anunciado ese lunes la convocatoria de un congreso para sobrevivir como
líder con el voto de los militantes (...)
Su bandera era el “no es no”
a Rajoy. 17 miembros de la ejecutiva dimitieron para echar a Sánchez,
que a su vez se agarró a los estatutos para seguir vivo hasta el sábado.
Toda España miraba aquel día al PSOE: de ellos dependía si habría Gobierno o elecciones. (...)
El futuro de España estaba en manos de más de 250 personas cansadas, encerradas y apabulladas. (...)
Había tres puntos clave: uno, si los miembros de la
ejecutiva que no habían dimitido seguían en funciones, podían participar
y sentarse en el lugar correspondiente. Se aceptó. Dos, si podían
votar. Acabó por aceptarse. Tres, cómo votar. Este tercer punto se
superó solo tras la mayor batalla campal que ha vivido la sede del PSOE.
La metáfora de la batalla no es exagerada. Los
miembros de la ejecutiva estaban sentados al fondo de la tarima mirando
al resto del comité. Delante de ellos estaba la mesa con sus tres
miembros, un atril. Un escalón por debajo, estaba el resto. Desde abajo,
había que tomar el castillo. No valía todo, pero casi. “Se aprovechó
todo el día para el cuerpo a cuerpo, para presionar”, dice el diputado
José Luis Ábalos. (...)
Sánchez podía proponer una vuelta al principio:
readmitir a los 17 miembros de la ejecutiva dimitidos y desconvocar el
congreso. Poco después, Sánchez se dirigió al atril y lanzó la
sugerencia. El presidente de Aragón, Javier Lambán, saltó de su silla
para responder.
Hasta siete fuentes han descrito la intervención de
Lambán como “dura”, “maleducada” e “impertinente”. Fue en términos
parecidos a estos: compañero, ya no eres secretario general, no
reconozco tu autoridad y lo que debes hacer es irte.
El propio Lambán recuerda su intervención en un tono
“respetuoso y correcto”, y donde dijo algo con esta elegancia: “Creo que
no tienes ya la condición de secretario general por la dimisión de 17
miembros de la ejecutiva”. (...)
El ambiente hasta entonces había sido de funeral tenso con abucheos. Pero hacia las seis de la tarde, llegó la explosión.
Aparecieron los tres miembros de la mesa y la presidenta insistió en
una votación previa pública por llamamiento que decidiría si la votación
definitiva sobre el congreso sería con urna.
El vicepresidente Rodolfo
Ares quiso tomar el micro, Pérez se lo negó y Ares saltó al atril. Ares
anunció que se iba a votar ya el orden del día y en urna, sin más.
Ares volvió a la mesa para explicar el funcionamiento
de la votación, pero ya no fue capaz. La bronca era gloriosa. No se
sabía qué ni dónde se iba a votar. (...)
Los gritos que se oían mientras Ares intentaba hablar
eran solo el prólogo del follón que se montó allí. En ese instante se
levantó el secretario general, Pedro Sánchez, con algunos miembros de la
ejecutiva, y se dirigieron hacia la parte de atrás de la sala, oculta
por una pared falsa. Hubo unos segundos de duda: ¿dónde van? ¿se van a
casa? Pero en seguida se corrió la voz: había una urna detrás de aquella
pared e iban a votar.
El estallido entonces fue de una convulsión irreal,
incontrolable: “Yo lloraba como una magdalena”, dice la diputada Soraya
Rodríguez, del sector crítico. “Por favor, sacad eso de ahí. Algunos nos
acercábamos a Patxi [López]:
‘Por Dios bendito, paradlo’. Era dantesco”. Pedro Sánchez se había
atrevido a lanzar el desafío definitivo: la urna. Y estaban votando.
Pero la sensación de éxito iba a durar poco. (...)
La decisión de esconder la urna no fue improvisada.
“Fue el único comité federal en que nos pidieron DNI a la entrada”, dice
Ábalos. En la acreditación que llevaban en el cuello había un código de
barras que confirmaba que cada miembro pertenecía al censo del comité
federal.
Al ir a votar, un empleado de seguridad de Ferraz pasaba un
lector de códigos por las acreditaciones. “Era un voto muy secreto”,
recuerda Gabriel García Duarte, consejero de Nou Barris (Barcelona).
“Había tres cubículos divididos por lonas. Primero te pasaban el lector
de tarjetas, en otra sala no había nada, luego los sobres con las
papeletas sí o no y luego la urna”.
Al principio, junto a la urna no había ninguno de los
tres miembros de la mesa. “Cuando yo fui a votar, había un empleado de
Ferraz al lado de la urna que subrayaba en una lista con un fosforito
amarillo los nombres de quienes votaban. Había ya bastantes votos
dentro”, dice Susana Sumelzo, diputada y miembro de la ejecutiva.
Al cabo de unos minutos, en plena algarabía, aparecieron detrás de la
pared Rodolfo Ares y Núria Marín, los dos miembros de la mesa afines a
Pedro Sánchez, para custodiar la urna con una lista nueva del censo.
Había ya votos dentro, que sacaron y rompieron. La votación volvía a
empezar con más garantías, sin que algunos miembros que ya habían votado
supieran que su papeleta no había contado.
Los gritos en la sala eran ya insultos y forcejeos.
“Cuando Pedro intentaba hablar, no repito los tacos que oía. Aquello era
un corral de vacas”, dice el exeurodiputado Andres Perelló. El micro
seguía funcionando mal. En dos ocasiones se fue la voz cuando hablaba la presidenta andaluza, Susana Díaz, que pidió entre algún sollozo que se votara como fuera.
En plena votación, Paco Reyes escribió su moción de
censura, la leyó a gritos y varios se pusieron a reunir firmas. “Planteé
yo también la moción de censura. Era una locura. Hablé con García-Page,
los barones, había que hacer algo”, dice Jesús Fernández Vaquero,
secretario de Organización de Castilla-La Mancha. Durante una votación
es impensable hacer una moción de censura, pero ningún órgano se
imponía. Toda autoridad había desaparecido.
Mientras, la cola para votar seguía. “Cuando me
levanté a votar había gente que nos grababa con el móvil. Mi sueldo no
depende de esto, pero eso es una medida coercitiva de flipar”, dice
García Duarte.
La urna escondida se había vuelto tóxica. “No se oyó
que empezaba la votación ni qué había que votar. Fue una decisión
precipitada y errónea”, dice el exdiputado José A. Pérez Tapias. Una
dudosa insinuación de pucherazo bastó para hacer temblar a partidarios
de Sánchez, entre los que había presidentes autonómicos.
Tras la pésima
decisión política de esconder la urna, había solo una pregunta: ¿por
qué? ¿Por qué los partidarios del voto en urna no la pusieron desde el
principio en el centro de la sala?
Una persona cercana al entonces secretario de organización, César Luena,
da un motivo. Prefiere mantener el anonimato: “Había gente que se
jugaba mucho y nos pedía máxima discreción porque, si no, no iba a votar
lo que quería. Si te piden que demuestres discreción, no puedes dejar
ninguna oportunidad para que haya gente vigilando por en medio”.
Su
objetivo era por tanto eliminar todo paseíllo entre la cabina y la urna
para que no se sospechara de quien no quería enseñar su papeleta. “La
mayoría sigue al líder de su territorio y se ha acabado la historia”,
dice Roberto Jiménez, ex secretario de Inmigración del PSOE.
El lío de la urna duró menos de 30 minutos. Varios
aliados de Pedro Sánchez le convencieron de que no era una solución.
Este estaba ya visiblemente hundido, noqueado. “Su cuerpo estaba allí y
su mente en otra parte”, dice una dirigente de la ejecutiva. Las firmas
de la moción de censura sumaban la mitad de asistentes. Era una prueba
de que el secretario general no tenía los votos.
Hubo negociaciones
rápidas. La mesa anunció que se iba a votar por llamamiento. El no
al congreso de Sánchez ganó por 132 a 107. Los opositores del ya ex
secretario general habían calculado mejor sus votos. No era tan difícil
saber cuántos votos tiene cada federación. Sánchez había lanzado un
desafío enorme sin la seguridad de tener bien atado el apoyo. La
esperanza de que la urna escondida hiciera cambiar tantos votos era
improbable.
El comité federal creó la gestora, que sigue al mando del partido. Era un cierre esperado y previsible.
“Ha sido un orgullo, presento mi dimisión. Ha sido un honor”, dijo
Pedro Sánchez en la sala de prensa. Luego salió en coche por el
aparcamiento. Sus planes se habían visto frustrados. Las cámaras
captaron al vuelo su salida por última vez de Ferraz." (José Pérez Colomer, El País, 05/03/17)
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