"Las élites patrias no aprenden. Tras la Gran Recesión, derivada del
estallido de la burbuja inmobiliaria, y otras varias, vuelven de nuevo a
las andadas. No saben hacer otra cosa. Generar burbujas, especular con
el suelo, hinchar balances.
¡Qué prohombres de negocios! Y todo a costa
de la ciudadanía, especialmente de los más jóvenes. Pretenden, de nuevo,
inflar el precio del suelo y de los inmuebles. Élites extractivas en
estado puro. (...)
Mientras se forran por ésta o aquella operación urbanística, los grandes
rentistas braman, sin pestañear, “que mire usted, el aumento del precio
de la vivienda genera un efecto riqueza positivo para todos”.
Y es ahí
donde, incomprensiblemente, cuentan con la aquiescencia y colaboración
de quienes en última instancia mantienen electoralmente al régimen
actual. Todo por unas migajas. Son los mismos que en su momento se
creyeron ese mantra, muy extendido en ciertos lares, de que el precio de
la vivienda nunca caía, derivando gran parte de su ahorro hacia el
ladrillo. Y miren lo que acabó pasando finalmente.
De nuevo un choque inter-generacional. No se percataron de que el
aumento injustificado del precio de la vivienda al final a quien
realmente perjudicaba era a sus hijos y a sus nietos, que se endeudaron
de por vida. Y de aquellos barros estos lodos.
La renta de los hogares
jóvenes, aquellos cuyo cabeza de familia cuenta con menos de 35 años,
consecuencia del estallido de nuestra burbuja inmobiliaria, descendió un
22,5% entre 2011 y 2014; y su riqueza cayó un 46%. Sólo tienen deudas.
Lo peor es que los jóvenes de hoy están todavía peor.
Con los míseros
salarios actuales, los precios de la vivienda y los alquileres no pueden
emanciparse, formar una familia, ser libres. Y volvemos a lo mismo.
Hasta que todo implosione. País enfermo.
Las élites patrias, salvo honrosas excepciones, han sido, continúan siendo, rentistas. (...) hasta las élites actuales, que asumieron sin rechistar el papel que les
otorgaron las oligarquías europeas, todas han vivido de extraer rentas,
de frenar el progreso de nuestro país. Hoy en día en vez de innovar
utilizan puertas giratorias.
Lo peor es que esta forma de actuar, además de injusta,
es ineficiente. Al distorsionar la asignación de recursos para el
beneficio de unos pocos, la búsqueda de rentas no sólo fomenta la
desigualdad, sino que también ahoga el crecimiento.
Adopta diversas
formas, desde transferencias ocultas y/o subsidios del gobierno a grupos
de presión, hasta leyes que favorecen los oligopolios y/o una
aplicación laxa de leyes de competencia.
La solución sin duda pasa por
un impuesto duro sobre todas esas rentas, lo cual no solo disminuiría la
desigualdad si no que también reduciría los incentivos a dedicarse a
las actividades de búsqueda de rentas que distorsionan nuestra economía y
nuestra democracia.
Nuestro modelo de desarrollo
económico ha primado en exceso la especulación con la tierra y su
traslado a los precios de los pisos y locales comerciales, generando una
de las mayores burbujas inmobiliarias de la historia. Mientras tanto
distintos monopolios y oligopolios -el sector bancario- se frotaban las
manos bajo la connivencia de las autoridades políticas.
Y ahora
pretenden volver a repetir semejante hazaña. Frente a ello, dos cosas
muy simples: impuestos sobre la tierra, y desincentivar la vivienda como
bien de inversión de manera que sea al final un mero bien de uso, como
ocurre en los países más prósperos.
A diferencia de los impuestos sobre la renta, sobre las ventas o sobre
los beneficios empresariales, el impuesto sobre el valor de la tierra no
tiene ninguna posibilidad de asfixia de la actividad económica. La
razón es muy sencilla, la cantidad de tierra es fija, por lo que no hay
carga impositiva excesiva, es un impuesto neutral.
Pero además, a
diferencia de los impuestos actuales sobre la propiedad, el impuesto
ideado en el siglo XIX por Henry George “anima” a los propietarios a
construir edificios y estructuras productivas reduciendo además
drásticamente el precio de la vivienda, de la tierra, y los alquileres
tanto de locales comerciales como residenciales.
Y, como el propio Henry
George señaló, el impuesto redistribuye la riqueza de los ricos a los
pobres sin castigar la creación de riqueza. Países como Dinamarca,
Australia, Canadá son ejemplos a seguir. (...)
Finalmente una idea muy clara de qué es y para qué sirve la vivienda.
Dejó de ser un bien de inversión para simplemente ser aquello que recoge
nuestra constitución, un bien de uso asequible donde la ciudadanía
desea vivir de una manera más o menos digna. Pero mucho me temo que de
nuevo harán mutis por el foro." (Juan Laborda, Vox Populi, 23/03/17)
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