"No hubo sorpresas en la primera vuelta de las presidenciales
francesas: el 7 de mayo los franceses deberán elegir entre el joven ex
banquero y ex ministro liberal-europeísta, Emmanuel Macron, y la
ultraderechista Marine Le Pen que defiende un programa de repliegue
nacionalista. Será una opción entre una tranquilizadora continuidad y
una ruptura destructiva.
Tranquilizadora porque todos los sondeos
-y en estas elecciones sus pronósticos han sido bastante ajustados-
indican que el 7 de mayo Macron batirá a Le Pen por 60% contra 40%,
veinte puntos de diferencia.
Eso quiere decir que Francia continuará por
la senda de las últimas décadas, lo que es una buena noticia para los
mercados, para la estabilidad de los grandes intereses financieros y
empresariales, franceses, europeos e internacionales, y, naturalmente,
para los medios de comunicación globales. Puede adelantarse que el
peligro de una ruptura electoral se ha conjurado en Francia.
Pero
vista con una perspectiva más amplia hay que reconocer que esta
tranquilizadora victoria es al mismo tiempo engañosa.
El más que
probable futuro Presidente Macron representa y defiende un programa que
intensifica todo eso que ha mostrado serias averías y disfunciones en
los últimos treinta años a lo largo de los cuales se fraguó e incubó el
malheur de Francia y desembocó en la crisis financiera global de 2008,
desencadenante a su vez del grave proceso desintegrador que se vive en
la Unión Europea desde entonces. ¿Qué supone esta victoria en ese
contexto?
Macron será el presidente que continuará la devaluación interna, el
ajuste salarial vía subempleo y precarización en la carrera hacia la
competitividad. A juzgar por su programa y manifestaciones todo apunta a
que él es el candidato más conforme con la actual línea
germano-europea.
“Francia solo podrá influir sobre Alemania si tiene credibilidad en el plan económico y financiero”, “seremos fuertes en Europa y en el mundo, porque habremos hecho reformas”. Y el signo de esas reformas es inequívoco: forzar, un poco más, -desde luego no tanto como pretendía el programa del candidato conservador, François Fillon- lo realizado e intentado hasta ahora.
Macron quiere llevar mucho más allá la
reforma laboral, a la que se opusieron el 67% de los franceses sin que
la mayoría de ellos se decidieran a salir a la calle la pasada
primavera. Si el hollandismo tuvo que aplicar aquella reforma eludiendo
al parlamento, vía el artículo 49/3 de la Constitución, Macron adelanta
que transformará el código de trabajo por decreto. Una temeridad. (...)
La candidatura y la victoria electoral de Macron han sido un éxito,
pero ese éxito ha precisado la demolición del sistema de partidos
francés. Durante treinta años esos partidos han escenificado la ilusión
de una alternancia, ilusión porque en las grandes cuestiones que ahora
están en crisis -el proyecto europeo y las líneas maestras de la
política socio-económica- no era real.
Macrón ha roto aquella
apariencia: no es “ni de izquierdas, ni de derechas”, siendo las dos
cosas a la vez. En esta operación, el sistema ha tirado por la borda el
recurso a aquella alternancia. ¿Un último cartucho?
Vista con
distancia, la situación es crítica: todo lo que en Europa está
produciendo radicalización y contestación va a continuar. Eso significa
que lo que ha ocurrido con el Brexit y con la victoria de Trump va a
seguir avanzando en Francia. En 2002 el Frente Nacional fue derrotado
por Jacques Chirac por una diferencia de 60 puntos en la segunda vuelta.
Ahora
Marine Le Pen será derrotada por 20 puntos de diferencia. En estas
elecciones Le Pen ha ganado un millón de votos más respecto a 2012.¿Cómo
evolucionará esa distancia en los próximos años si el sistema no cambia
–y no hay el menor signo de ello? Mientras se felicita por ese margen,
¿ignora Francia que baila sobre un volcán? (...)
La correlación de fuerzas en Francia se mide sobre el eje de la
soberanía nacional. Los franceses están descontentos sobre todo porque
la vida de la mayoría se degrada y porque su república no puede hacer
nada contra eso. Todo lo que cuenta en cuanto a decisiones queda fuera
del alcance de su voto y soberanía nacional.
El euro impide
ajustes y devaluaciones, los ministerios de economía son meros
ejecutores de directivas decididas en la UE, la OMC, el FMI. El derecho
europeo tiene mayor rango que el nacional, pese a carecer de un
fundamento democrático: es legal, pero no legítimo. La política exterior
y de defensa viene encuadrada por una estrategia (americana) organizada
a través de la OTAN que es no solo exterior a la nación, sino a la
propia UE.
Y encima, toda esa desposesión ha sido santificada, blindada en normas y tratados para hacerla irreversible.
Esa
situación hay que contrastarla con la correlación de fuerzas que han
evidenciado estas elecciones: 8 de los 11 candidatos que concurrieron
ayer son más soberanistas que mundialistas. El voto sumado de todos
ellos supera el 50% de lo expresado y el malestar por la desposesión de
Francia va aún más allá.
La posición de Emmanuel Macron, el más claro
representante de la Francia en la globalización, es, por tanto,
extremadamente frágil y engañosa. Su victoria parece un último cartucho.
Quizá sea el último recurso antes de la erupción." (Rafael Poch, La Vanguardia, en Socialismo21)
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