11.5.17

Dilema francés (europeo): ¿Qué es más peligroso para tu futuro como ciudadano, que te gobierne un banquero o una neofascista?

"(...) Francia está inmersa en uno de los debates más interesantes y trascendentales de Europa. Una población compleja, segura de sí misma hasta antes de ayer, ha de dirimir una opción que ninguno de nosotros en España se atrevería a abordar. 

¿Qué es más peligroso para tu futuro como ciudadano, que te gobierne un banquero o una neofascista? La lucha de clases en su estado más diáfano. Lo mismo pero con diferentes métodos.

Yo no votaría nunca a una neofascista, pero tampoco a un banquero, porque las diferencias entre uno y otro exigen la precisión de un cirujano analítico. Marine Le Pen frente a Macron. En 1981 la extrema derecha en Francia no alcanzaba ni el 1% del electorado.

 En el 2017 están consolidados en el 22%. No hace falta decir que los beneficios y la política de los liberales socialdemócratas fabricaron al enemigo. ¿Se han olvidado de aquella consigna de la patronal francesa: “Antes Hitler que el Frente Popular”?

Se trata de algo insólito entre nosotros, si exceptuamos cuando se compraron voluntades en el referéndum sobre la permanencia en la OTAN –12 de marzo de 1986– y los intelectuales españoles, restos de naufragio, provocaron la más golfa de las polémicas, en la que aparecía la piñata por encima de sus cabezas.

 Quiero decir que en Francia está sucediendo una polémica a cara de perro, porque el tema lo vale. Un banquero o una neofascista, que creció y se alimentó gracias a los padres de esos banqueros a quienes les parecía

la fórmula perfecta para liquidar a la izquierda molesta, ni siquiera radical. Hasta que surgió Jean-Luc Mélenchon, procedente del so­cialismo, y creó algo insólito, una agrupación cuya denominación nos animaría, de haber sido nosotros un pueblo menos calvo de ­talento y sin la memoria frágil. La Francia I­nsumisa.

Nadie en el país vecino, incluso más allá, nadie ha podido sustraerse a participar en la pelea. Y eso es un signo de vitalidad, aunque los motivos sean en ocasiones pedestres o esquivos. El filósofo Michel Onfray, un rompedor toca cojones –para qué sirven los intelectuales españoles desde que se murió Unamuno: para hacer loas a la monarquía a vellón la página–.

 Si tienen alguna duda échenle una ojeada al libro homenaje a Juan Carlos I, organizado por el supuesto economista García Delgado, el pelota mayor del Reino, escrito por las plumas más venales que ha producido este país desde que los papeles cambiaron y lo catedráticos aspiraron a asesores políticos y los periodistas a estrategas de la manipulación.

Michel Onfray, poco conocido en nuestros pagos, acaba de escribir un panfleto contra los animadores del banquero Macron. Bernard-Henri Lévy, el belicista, ese pijeras que promovió la invasión de Libia para acabar con Gadafi, en parecidos términos a los de Mussolini cuando invadió Abisinia y con éxito similar. Y Alain Minc, Jacques Attali, el plagiario, y Bernard Kouchner, el manipulador de la solidaridad –le vi pasar en Sarajevo con las televisiones pegadas a su culo, un impostor–, o Daniel Cohn-Bendit, convertido en una payaso que vive de las rentas de los luchadores a los que vendió.

 Pero no es sólo el temerario Michel Onfray, filósofo insólito para esta época de profesores cuyo principio capital es garantizar su pensión, sino hombres tan sobrios y fríos como el historiador Emmanuel Todd. “Votar Le Pen es votar xenófobo, votar Macron es la aceptación de la servidumbre”.  (...)

Cuando uno ha gobernado, como lo ha hecho Mariano Rajoy en España, permi­tiendo el saqueo de las finanzas, no pueden tener la desfachatez de convertirse además en defensores de la democracia. Todos son lo mismo.

Primero esquilman a la población –en el caso español se amplía al Estado en su conjunto– y luego piden que un pirómano selectivo, como Cristóbal Montoro, provoque a la población porque aspira a que el partido más corrupto de Europa occidental devuelva el dinero robado, lo que haría cuadrar las cuentas y consentiría una sociedad sin paranoicos del robo, pájaros ansiosos de dinero, a los que los jueces exoneran, porque salvo excepciones, pertenecen a la misma casta.

Pero el debate francés tiene un nivel impensable entre nosotros. Los nuestros roban y echan a correr, y hasta levantan la única bandera de la que se pertrechan, la presunción de inocencia y el chantaje. Unos delincuentes que llegaron a la política para forrarse, y a fe que lo consiguieron. 

Lo compraron todo durante años: los medios de ­comunicación, los tribunales de injusticia, la manipulación de las policías autonómicas… hasta que llegaron al límite. Era imposible seguir así sin que el sistema se desmoronara. La corrupción sistémica se nos ­cayó encima con menos estruendo que el muro de Berlín pero con unos beneficios suntuosos, tanto, que parecen increíbles.

Hoy por hoy me es indiferente que gane Macron, el banquero, o Le Pen, la neofascista, pero tengo muy claro que el chantaje sobre el que esta sociedad ha vivido, y no quiero remitirme a España y menos aún a Catalunya, alcanza cotas que causarán pasmo a los historiadores del futuro. 

Se ha robado tanto y se ha creado tanta miseria, no sólo económica sino social. Destruyeron todo, porque el beneficio primaba sobre cualquier otra cosa; compraron jueces, presuntamente; compraron políticos, presuntamente; se convirtieron en delincuentes, presuntamente.

Y ahora resulta que en Francia deben decidir entre un banquero implacable –no hay banquero bueno salvo que esté muerto y contrate a un historiador para que narre su bondadosa naturaleza– y una neofascista cuyo programa apenas tiene diferencia alguna con el del señor que vivió de la comisión, los bonos y las finanzas. Les evito contar las cinco medidas capitales de los dos candidatos, Macron y Marine Le Pen. Son para descojonarse de risa.

En España ese problema es inexistente. Ni hay intelectuales que soporten una polémica que comprometa sus emolumentos, y además el neofascismo se disolvió tras cuarenta años de dictadura; se fue reintegrando en la banca y las instituciones, y aquí no pasó nada. Como me decía un banquero, “yo no me meto en política, yo la hago”.

En Francia es más complejo. De ahí que diga sin rubor, que de ser francés me abstendría o votaría en blanco. Para que sepan que existo, nada más."                 ( , La Vanguardia,  06/05/17)

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