"(...) Tomemos el ejemplo de Hungría. El primer ministro, Viktor Orbán, es
conocido como el ‘populista de derechas’ por excelencia. ¿Qué es lo que
hace?
Tras un dudoso, aunque repulsivo, período de experimentación con una
movilización de corte totalitario que más tarde sabiamente abandonó, él y
su régimen inventaron una nueva técnica que impide la corrupción, en el
sentido jurídico, aunque se siguen usando los bienes del Estado para
enriquecer a los amigos y a los próximos a la familia gobernante.
La
cúpula no recibe sobornos de ajenos, ni se comete ningún robo: las
empresas, las tierras, los edificios, las compañías rentables, las
rentas y, sobre todo, el dinero de los fondos europeos se ‘donan’
sencillamente a los cortesanos, a los lacayos y a sus empresas
ficticias.
Las funciones del Estado se externalizan y recaen en los
aliados del líder (aunque sigue siendo él quien las controla de manera
informal), se nacionalizan las empresas privadas y se vuelven a
privatizar para ponerlas en manos de esos mismos aliados.
Se ofrecen
licitaciones para atender las necesidades nacionales y regionales que
indefectiblemente ganan las mismas personas y las mismas empresas que
están a favor de Orbán o que dependen de Orbán.
Los bancos estatales ofrecen créditos a estas empresas para que
compren medios de comunicación que antes eran independientes. Se trata a
todas las instituciones públicas como si fueran propiedad del líder.
Desde los directores de escuelas de primaria hasta los jefes de las
oficinas de correos de los pueblos, pasando por los directores de
colecciones de muñecas divertidas, los catedráticos universitarios y las
capitanías de la policía, todos y cada uno de los funcionarios públicos
o cualquiera que acabe realizando una labor para la comunidad debe
pertenecer a la derecha gobernante de una u otra manera.
La oficina del primer ministro se ha instalado en el antiguo Palacio
Real y han sacado del edificio a la Galería Nacional y a la Biblioteca
Nacional para hacerle un sitio a él y a su administración pública
personal, que cada vez difiere más, y está más por encima, de un
gobierno procedente. (El gobierno local, o más exactamente regional, ha
desaparecido prácticamente.
No existe nada entre el gobierno central y
los jefes locales o caciques de los pueblos). Las instituciones públicas
como la Oficina del Patrimonio Nacional desaparecen y son sustituidas
por oscuras organizaciones privadas con intereses económicos o
profesionales en el asunto, y siempre conectadas con el supragobierno.
Al igual que sucedía en los tiempos de los reinados patrimoniales, la
propiedad de la Corona no está claramente separada de la propiedad
personal del jefe del Estado. El poder supremo del país se usa de forma
indiscriminada, arbitraria y perentoria.
Los beneficiarios de este
sistema están organizados en torno a un hermético orden o ‘corporación’,
en el viejo sentido de la palabra, están suplantando al Estado formal y
están configurando sus propias leyes y sus propias normas
constitucionales.
Esta es una ingeniosa forma vieja-nueva de dictadura flexible y no asesina, pero ¿por qué llamarla ‘populista’? (...)" (Gáspár Miklós Tamás (OpenDemocracy), en CTXT, 19/04/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario