"En agosto de 2008 el mundo empezó a tambalearse. Alguien se dio
cuenta de que en los paquetes financieros que se enviaban los agentes de
cambio franceses y americanos había un componente que apestaba.
En unas
horas medio planeta sabía que la bola de estiércol que habíamos anunciado algunos años antes
había empezado a rodar y se iba haciendo cada vez más grande. Se
desconocía cual iba a ser su tamaño. Y así, creciendo una denominada
crisis financiera, fue engordando y engordando. La esfera pasó
de ser un asunto bancario a convertirse en el lodazal donde la economía
‘real’ ha estado embarrada todo este tiempo.
Y todo el
mundo la llamó ‘crisis financiera’, ‘crisis inmobiliaria’, ‘crisis
subprime’ o, incluso directamente, ‘crisis de la hostia’. Y lo era.
Obviamente era un agujero en el sistema de valor incalculable y que, de
alguna manera, seguimos saboreando.
Además, las soluciones que se impusieron tenían más que ver en falsear cuentas que en respuestas auténticas.
Bancos que desaparecían al fusionarse entre ellos para finalmente
aparecer un banco resultante de menor valor que la suma de los
anteriores pero sin que por ello sucediera nada y todo el mundo se lo
tragara como 'ingeniería financiera'. Y así nos ha ido.
La deuda y el
déficit no es que se estén arreglando mucho en ningún lugar. Cada vez
más dinero de los presupuestos se destina a pagar intereses y no a lo
que debería de ser: los servicios y estímulos precisos para que la gente
viva mejor. De eso iba todo esto. De joderlo todo con dinero fabricado a expensas de la ciudadanía, de 'ponerlo en el sistema' y de que ya se pagará solo.
Solo no se paga. Lo pagamos todos.
De ahí que aunque estemos saliendo
de la parte más profunda de la cueva, no se refleje en mejoras
sustanciales. Hay más trabajo pero hay peores servicios. Pagamos más
impuestos directos e indirectos y repercute en que las empresas no
puedan invertir en bienes de manera tranquila. Hay que recaudar más
porque se ha impreso demasiado dinero, se ha engordado el problema
aunque no sea evidente a todos.
El boquete era inmenso y la imprenta de dinero ha sido un insulto a la inteligencia. Mientras tanto el mundo seguía girando. El planeta se iba automatizando.
Un término sobrevolaba. Se le denomina ‘deflación del capital’ y, hasta
hace menos de un año nadie utilizaba este concepto al referirse a
nuestro momento económico.
Fue en Davos hace poco más de un año que se inauguró oficialmente la era de la deflación del capital. Hasta
entonces, ganadores del Premios Nobel, presidentes bancarios,
directivos universales y demás reputados ‘expertos’ se dedicaron a
definirlo todo como ‘la mayor crisis financiera desde 1929’. (...)
La deflación del capital, o llámalo como quieras, no es más que una manera de definir un mundo nuevo que ha explotado frente a uno anterior. Prometer
empleo a día de hoy tal y como se plantea es un ejercicio de
irresponsabilidad o desconocimiento que asusta de nuestros gobernantes o
postulantes a serlo.
Un insulto a la inteligencia cuando lo que sabemos
es que la tecnología, al principio, se funde el empleo que da gusto.
Bien estaría que, para que esa transición, a un mundo donde trabajaremos
menos horas, donde trabajaremos de otro modo, donde trabajaremos en cosas que no sean substituibles por máquinas y donde el concepto trabajo será un nuevo contrato social
a definir todavía, se empezara a establecer directrices y liderazgo
realista y al respecto.
Esto no va de ir prometiendo hasta meter, va de
mitigar un tremendo y doloroso escenario a cinco años vista. El mundo
puede ser mejor, mucho mejor,
pero sólo lo va a ser allí donde la previsión no sea la que tuvo el
Fondo Monetario Internacional o gobiernos de café y pastas.
Esto
no va de hablar de rentas mínimas a jóvenes menores de no sé que edad.
Ni de ajustar la vida laboral por arriba o por abajo. No va de subir
impuestos para soportar una sociedad del bienestar inasumible. Va de
preparar todo ello para que sea posible.
No va a haber trabajo para
todos. Ni con nuevas habilidades. La tecnología se va a encargar
de ello como ya jubiló nuestra cámara de fotos, nuestro GPS, nuestra
televisión del cuarto, nuestro vídeo, nuestro ordenador de mesa o
nuestro propio teléfono tradicional. Lo va a hacer con nuestro empleo.
Por eso debemos exigir que el comportamiento de quienes ‘dirigen’ no sea maniqueo. Ni blanco ni negro, ni bueno ni malo, ni rentas mínimas de derechas ni de izquierdas.
¿Cómo piensan pagar ‘los de izquierdas’ una renta mínima? ¿Cómo piensan
no instaurarla ‘los de derechas’ y que el mundo siga girando? (...)
El tiempo disponible para preparar esa sociedad inmediata se va agotando. (...)
Le llamaron Crisis y era una deflación del capital. Ahora le llaman recuperación y puede ser una deflación social." (Marc Vidal, 25/05/17)
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