"(...) Entre otras cosas, Williams describe cómo la élite estadounidense
comenzó a diagnosticar a la mayoría de gente de su país como enferma de
estupidez, vaguería y desidia. Eran como esos niños adictos a los
videojuegos que un día se despiertan adultos: como no se prepararon,
ahora se han quedado sin opción de futuro.
Y los peores de todos eran
los pertenecientes a la clase trabajadora blanca, personas de mente
estrecha, sexista, racista e ignorante, ese tipo de lacra que avergüenza
a un país moderno. El problema fue que los demócratas, cuyos dirigentes
también pertenecen a la élite, se sinceraron en exceso y dijeron a la
gente lo que pensaban de verdad:
“¿Cómo no vais a votar a Trump, paletos? Si sois igual de patanes que él…”. Y efectivamente, les hicieron caso y “votaron con el dedo corazón”.
‘White Working
Class’ traza un retrato penetrante de esa parte sustancial de la
población cuyo capital electoral es decisivo. Sin embargo, Williams hace
una puntualización importante al inicio del texto: cuando habla de
‘clase trabajadora blanca’ no se está refiriendo a los ‘rednecks’ ni a
los ‘hillbillies’, sino a la clase media, a ese estrato que no pertenece
al 20% que conforma la élite, ni tampoco a los estadounidenses pobres. (...)
‘Pollavieja’ es un término despectivo que se puso relativamente de moda,
al menos en las redes, a raíz de su utilización política. No designaba
un tipo concreto de persona, sino más bien a toda una especie: son los
favorecidos, los que tuvieron las cosas fáciles, los que hicieron
fortuna cuando todo soplaba a favor y ahora se resisten a irse, los que
ganan más dinero que tú, los que se quedan dormidos en el sofá con el
Tour, a los que les gustan la música y las películas de antes, los que
odian a los emigrantes, a las mujeres, a los jóvenes y a la España
plurinacional.
En definitiva, pollavieja y clase media blanca española
son sinónimos si excluimos a los ‘millennials’. Porque los hijos de las
capas medias parecen no pertenecer a ningún estrato social: son
precarios, investigadores que salen fuera porque España les expulsa o
chicos brillantes que montan nuevos partidos políticos, pero no clase
media. (...)
Lo curioso es que las estrategias discursivas de los demócratas, de
la nueva izquierda y de las élites coinciden. La clase media se ha
convertido en un espejo que refleja y explica los defectos de una
sociedad.
Es el emblema de lo viejo, lo anticuado y lo obsoleto; es la
responsable de que todo vaya mal porque en lugar de aprovechar las
grandes opciones de nuestro tiempo prefiere seguir varada en una
mentalidad estrecha que termina por frenar los indispensables avances
sociales.
Las élites no solo se mofan de sus gustos, de su estilo a
la hora de vestir o de que disfruten tomando cerveza acompañada de
tapas grasientas en el bar de toda la vida, sino que la señalan como el
mayor problema de nuestra época. Si un país como España o como Francia
no cambia, no se pone a la altura de los tiempos, es porque sus
nacionales se resisten a abandonar su caduca mentalidad.
No quieren
reformas, sino vivir del Estado. Pretenden que sus trabajos sean
estables, que la Seguridad Social funcione y que sus hijos tengan mejor
futuro que ellos. Y se niegan a actualizarse: no son tecnológicos, no
son proactivos, insisten en atarse a sus raíces en lugar de probar
suerte por el mundo, valoran la familia y tardan en asimilar la
innovación.
Esa es la clase media, un pozo del que ya no hay salida si
se han cumplido los 40 años. Con esta gente es imposible construir una
‘startup nation’, ese pujante y refulgente Estado que destaque por su
talento y su tecnología, como quiere Macron, un líder visionario. (...)
Esta deriva extraña se acentuó tras ‘Chavs’, de Owen Jones. Cuando el
británico señaló a los ‘canis’ como el referente en el que se apoyaba la
derecha para criminalizar a la clase obrera, los jóvenes intelectuales
de izquierda actuaron reactivamente: si se metían con los ‘chavs’, es
porque molaban.
Los jóvenes de barrios deprimidos que ni estudiaban ni
trabajaban, aficionados a las prendas de marcas falsas y a mostrar sus
músculos, pasaron a ser la fuerza del futuro de la clase obrera. Pero
esta glorificación de lo popular (y de lo popular tal y como había sido
definido por las élites) no podía funcionar si no se troleaba al mismo
tiempo a las clases medias, que son las que clamaban contra ellos,
presas de su mentalidad pollavieja. (...)
El problema es que esta visión del mundo no responde a la realidad.
Gran parte de la clase obrera actual comparte mentalidad con la vieja
clase media. Quieren un trabajo decentemente pagado, que sea estable,
contar con opciones reales de establecer su propio proyecto vital.
Les
gustaría además que sus hijos, los que tienen o los que tendrán en el
futuro, dispongan de un mejor nivel económico que el suyo. Su objetivo
no es viajar a países lejanos para ganarse allí la vida, sino tener una
buena aquí. Quieren algo de estabilidad en un mundo demasiado móvil e
inseguro.
¿Algo que reprocharles? La cuestión es que el populismo de
derechas ha entendido esto bastante bien y por eso se ha convertido en
la fuerza que ha luchado con cierto éxito electoral contra el
liberalismo globalizado.
No es extraño: para conseguir esa
estabilidad que anhelan deberían producirse grandes cambios económicos y
sociales, y el futuro parece dirigirse a pasos acelerados hacia el
aumento de diferencias sociales en lugar de hacia su reducción. De modo
que, cada vez más, serán opciones poco amables con el sistema las que
recojan estos deseos.
En todo caso, esta clase media, o media
trabajadora, o trabajadora, o pollavieja, que es el problema para las
élites y para la nueva izquierda, es también parte de la solución,
desgraciadamente para ellos. Cualquier iniciativa política o
sociopolítica necesita pasar por ella para contar con el apoyo
imprescindible para generar cambios. (...)" (Esteban Hernández , El Confidencial, 07/07/17)
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