25.9.17

La extrema derecha europea crece a costa de la izquierda, a la que roba parte de su discurso: tanto en la vertiente de denuncia de las injusticias como en las propuestas para el cambio. En la época de Airbnb, Marine Le Pen habla de alquileres

“En un mundo en el que los pueblos desean ser protegidos, el patriotismo no es una política del pasado, sino una política del futuro” señalaba Marine Le Pen en un mitin celebrado junto a los principales líderes de la extrema derecha europea en la ciudad alemana de Coblenza en enero de este año. 

“Vivimos el colapso de un mundo y el advenimiento de otro: retorna el mundo de los Estados-nación que la globalización ha tratado de hacer desaparecer” continuaba la líder del Frente Nacional ante la mirada atenta y el gesto aprobatorio de sus compañeros de orilla ideológica Frauke Petry (Alternativa por Alemania), Mateo Salvini (Liga Norte) y Geert Wilders (Partido de la Libertad).  

(...) ¿qué hay en estas palabras que llame la atención? ¿Qué nos dicen acerca de la estrategia de la derecha radical europea? Lo llamativo es el vínculo que establecen entre patriotismo y protección, entre nación y cobijo, entre Estado del Bienestar y Estado-nación. La patria, vienen a decir, es eso que protege. 

En un mundo frágil como resultado de la crisis, con existencias frágiles, derechos frágiles y perspectivas frágiles, la idea de protección es un seguro de vida. La perspicacia de la derecha radical europea consiste en saber mezclar el vocabulario de la protección con la terminología propia del nacionalismo identitario. 

Ha ido perfeccionando el modo de conjugar ambas retóricas al tiempo que guardaba en el cajón las propuestas de corte más neoliberal. El resultado de esta síntesis es el Welfare Chauvinism o Estado del Bienestar chauvinista; es decir, la reivindicación de un Estado que intervenga en economía y redistribuya la riqueza entre los individuos nacionales

Con ello la derecha radical se aleja de los antiguos modelos de Ronald Reagan, Margaret Thatcher o incluso el Tea Partynorteamericano, para pasar a clamar contra el desmantelamiento de las políticas sociales y los recortes al bienestar ciudadano. 

No toda la extrema derecha europea ha hecho esta transición, pero sí una parte significativa, especialmente en Francia, Italia, Alemania, Países Bajos o Escandinavia. Otra parte se ha mantenido fiel a postulados de corte neonazi y una tercera ha seguido apostando por un perfil neoconservador. En España, Vox pertenece a esta tercera línea. 

Esta es una de las razones por las que no despegó electoralmente durante los años más duros de la crisis. En nuestro país había condiciones para la emergencia de un partido siguiendo el modelo del Welfare Chauvinism, pero Vox no supo interpretar bien las claves de esta posibilidad. Renunció a hacer incursiones por el campo semántico de la izquierda, prescindió del vocablo protección y eso le condenó a ser simplemente un instrumento de presión al Partido Popular sobre el eje temático aborto-eutanasia-religión. Desde este punto de vista, Vox fue más un lobby que un partido atrapalotodo.

 Quien sí ha adoptado (al menos hasta ahora) el enfoque del Welfare Chauvinism es el Frente Nacional de Marine Le Pen. Hasta el punto de que esta formación se considera un ejemplo paradigmático de la evolución de la extrema derecha desde los partidos de nicho (dedicados casi exclusivamente al cultivo discursivo de la tríada seguridad-identidad-inmigración) hasta organizaciones que encarnan un discurso más elaborado sobre una variedad de temas creciente.

 El objetivo de esta derecha radical renovada es liderar una alternativa de país en clave nacionalista y con este fin incorpora no sólo nuevos asuntos de interés sino también una perspectiva renovada sobre los mismos. A menudo esto lo hace a costa de la izquierda, a quien hurta una parte de su discurso: tanto en la vertiente de denuncia de las injusticias como también en la faceta más propositiva adoptando medidas que son auspiciadas por intelectuales (economistas, historiadores, filósofos) de este espectro ideológico.

 La nueva derecha nacionalista enriquece su oferta política nutriéndose de la izquierda, a la que ‘roba’ propuestas y legitimidad. Ocurre en temas como ecología, producción industrial, pensiones o ayuda al desarrollo, pero también en otros asuntos menos densamente politizados como la crítica al consumismo, al efecto aislamiento que provocan las nuevas tecnologías o los desafíos de la llamada crisis del trabajo.

 Llamemos a esto  transversalidad. Consiste en crecer a costa de la izquierda y de la derecha; esto es, en asimilarlas para anularlas. Marine Le Pen o Geert Wilders siguen así una vieja consigna metapolítica: si quieres desarticular a tus adversarios, digiere parte de su propuesta y del impulso que los hace posibles. 

 Bajo este espíritu, la protección es su nuevo leit-motiv y la nación la cobertura que la hace posible. La nueva derecha radical presenta la patria como el paraguas que protege de la tormenta desatada por la crisis financiera. Nación es parapeto, cortafuegos, cobijo, techumbre, hogar. Patria es bienestar, es superficie de amparo, punto de apoyo y balsa en medio del mar. “Para quien nada tiene, la patria es su único bien” decía Jean Jaurès, histórico dirigente del Partido Socialista francés. Marine Le Pen no se corta al utilizar a menudo esta cita y añadir: “Los viejos socialistas, los verdaderos socialistas, tenían razón: la patria es lo único que le queda al desposeído porque es el lugar del afecto, el espacio en el que aún puede sentirse seguro y en el que se le permite recordar”.  

 (...) durante un mitin celebrado en Perpiñán el 15 de abril, la candidata del FN resumió su programa electoral en un solo deseo: “Que los franceses dejen de vivir como alquilados en su propio país y vuelvan a ser sus propietarios”. 

 En la época de Airbnb, Marine Le Pen habla de alquileres y de injusticia. Buena jugada. La mención al alquiler nos recuerda que “recuperar las llaves de la casa Francia” significa ante todo salir de una situación de injusticia. “Me han quitado lo que era mío”, dicen los militantes del FN, y añaden: “y ahora vivo peor que antes”. La metáfora de la casa alude entonces a una suerte de desposesión, a un salir perdiendo y a un sentimiento de agravio.  (...)

En el seno de esta retórica la globalización es la responsable del maltrato. Implica siempre atraco, robo, enajenación. Los “globalizadores” son los asaltantes de la “casa Francia”: ladrones que dejan a los ciudadanos en la calle y con lo puesto.  (...)

“Recuperar las llaves de la casa Francia” es, en suma, recuperar las claves de una vida comunitaria idealizada, pretérita y no por ello menos atractiva. Un espacio no transformado por todo aquello que la extrema derecha relaciona con el proceso de mundialización: el desempleo de masas, la inmigración, la pérdida de valores y la inseguridad a todos los niveles.

 El Welfare Chauvinism se lee entonces como la protección de la comunidad del pasado en sus aspectos presentes: derechos sociales, endurecimiento del código penal para la persecución de la criminalidad, énfasis en los aspectos identitarios de la educación (aprendizaje de la historia, la lengua y la denominada “cultura francesa”) y salvaguarda del papel internacional de Francia. (...)"                (Guillermo Fernández Vázquez, CTXT, 13/09/17)

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