“En un mundo en el que los pueblos desean ser protegidos, el patriotismo
no es una política del pasado, sino una política del futuro” señalaba
Marine Le Pen en un mitin celebrado junto a los principales líderes de
la extrema derecha europea en la ciudad alemana de Coblenza en enero de
este año.
“Vivimos el colapso de un mundo y el advenimiento de otro:
retorna el mundo de los Estados-nación que la globalización ha tratado
de hacer desaparecer” continuaba la líder del Frente Nacional ante la
mirada atenta y el gesto aprobatorio de sus compañeros de orilla
ideológica Frauke Petry (Alternativa por Alemania), Mateo Salvini (Liga
Norte) y Geert Wilders (Partido de la Libertad).
(...) ¿qué hay en estas palabras que llame la atención? ¿Qué nos
dicen acerca de la estrategia de la derecha radical europea? Lo
llamativo es el vínculo que establecen entre patriotismo y protección,
entre nación y cobijo, entre Estado del Bienestar y Estado-nación. La
patria, vienen a decir, es eso que protege.
En un mundo frágil como resultado de la crisis, con
existencias frágiles, derechos frágiles y perspectivas frágiles, la idea
de protección es un seguro de vida. La perspicacia de la derecha
radical europea consiste en saber mezclar el vocabulario de la
protección con la terminología propia del nacionalismo identitario.
Ha
ido perfeccionando el modo de conjugar ambas retóricas al tiempo que
guardaba en el cajón las propuestas de corte más neoliberal. El
resultado de esta síntesis es el Welfare Chauvinism o Estado
del Bienestar chauvinista; es decir, la reivindicación de un Estado que
intervenga en economía y redistribuya la riqueza entre los individuos nacionales.
Con ello la derecha radical se aleja de los antiguos modelos de Ronald Reagan, Margaret Thatcher o incluso el Tea Partynorteamericano, para pasar a clamar contra el desmantelamiento de las políticas sociales y los recortes al bienestar ciudadano.
No toda la extrema derecha europea ha hecho esta
transición, pero sí una parte significativa, especialmente en Francia,
Italia, Alemania, Países Bajos o Escandinavia. Otra parte se ha
mantenido fiel a postulados de corte neonazi y una tercera ha seguido
apostando por un perfil neoconservador. En España, Vox pertenece
a esta tercera línea.
Esta es una de las razones por las que no despegó
electoralmente durante los años más duros de la crisis. En nuestro país
había condiciones para la emergencia de un partido siguiendo el modelo
del Welfare Chauvinism, pero Vox no supo interpretar
bien las claves de esta posibilidad. Renunció a hacer incursiones por el
campo semántico de la izquierda, prescindió del vocablo protección y
eso le condenó a ser simplemente un instrumento de presión al Partido
Popular sobre el eje temático aborto-eutanasia-religión. Desde este
punto de vista, Vox fue más un lobby que un partido atrapalotodo.
Quien sí ha adoptado (al menos hasta ahora) el enfoque del Welfare Chauvinism es
el Frente Nacional de Marine Le Pen. Hasta el punto de que esta
formación se considera un ejemplo paradigmático de la evolución de la
extrema derecha desde los partidos de nicho (dedicados casi
exclusivamente al cultivo discursivo de la tríada
seguridad-identidad-inmigración) hasta organizaciones que encarnan un
discurso más elaborado sobre una variedad de temas creciente.
El
objetivo de esta derecha radical renovada es liderar una alternativa de
país en clave nacionalista y con este fin incorpora no sólo nuevos
asuntos de interés sino también una perspectiva renovada sobre los
mismos. A menudo esto lo hace a costa de la izquierda, a quien hurta una
parte de su discurso: tanto en la vertiente de denuncia de las
injusticias como también en la faceta más propositiva adoptando medidas
que son auspiciadas por intelectuales (economistas, historiadores,
filósofos) de este espectro ideológico.
La nueva derecha nacionalista
enriquece su oferta política nutriéndose de la izquierda, a la que
‘roba’ propuestas y legitimidad. Ocurre en temas como ecología,
producción industrial, pensiones o ayuda al desarrollo, pero también en
otros asuntos menos densamente politizados como la crítica al
consumismo, al efecto aislamiento que provocan las nuevas tecnologías o
los desafíos de la llamada crisis del trabajo.
Llamemos a esto transversalidad.
Consiste en crecer a costa de la izquierda y de la derecha; esto es, en
asimilarlas para anularlas. Marine Le Pen o Geert Wilders siguen así
una vieja consigna metapolítica: si quieres desarticular a tus
adversarios, digiere parte de su propuesta y del impulso que los hace
posibles.
Bajo este espíritu, la protección es su nuevo leit-motiv y la
nación la cobertura que la hace posible. La nueva derecha radical
presenta la patria como el paraguas que protege de la tormenta desatada
por la crisis financiera. Nación es parapeto, cortafuegos, cobijo,
techumbre, hogar. Patria es bienestar, es superficie de amparo, punto de
apoyo y balsa en medio del mar. “Para quien nada tiene, la patria es su
único bien” decía Jean Jaurès, histórico dirigente del Partido
Socialista francés. Marine Le Pen no se corta al utilizar a menudo esta
cita y añadir: “Los viejos socialistas, los verdaderos socialistas,
tenían razón: la patria es lo único que le queda al desposeído porque es
el lugar del afecto, el espacio en el que aún puede sentirse seguro y
en el que se le permite recordar”.
(...) durante un mitin celebrado en Perpiñán el 15 de abril, la
candidata del FN resumió su programa electoral en un solo deseo: “Que
los franceses dejen de vivir como alquilados en su propio país y vuelvan
a ser sus propietarios”.
En la época de Airbnb, Marine Le Pen habla de
alquileres y de injusticia. Buena jugada. La mención al alquiler nos
recuerda que “recuperar las llaves de la casa Francia” significa ante
todo salir de una situación de injusticia. “Me han quitado lo que era
mío”, dicen los militantes del FN, y añaden: “y ahora vivo peor que
antes”. La metáfora de la casa alude entonces a una suerte de
desposesión, a un salir perdiendo y a un sentimiento de agravio. (...)
En el seno de esta retórica la globalización es la responsable del
maltrato. Implica siempre atraco, robo, enajenación. Los
“globalizadores” son los asaltantes de la “casa Francia”: ladrones que
dejan a los ciudadanos en la calle y con lo puesto. (...)
“Recuperar las llaves de la casa Francia” es, en suma, recuperar las
claves de una vida comunitaria idealizada, pretérita y no por ello menos
atractiva. Un espacio no transformado por todo aquello que la extrema
derecha relaciona con el proceso de mundialización: el desempleo de
masas, la inmigración, la pérdida de valores y la inseguridad a todos
los niveles.
El Welfare Chauvinism se lee entonces como la
protección de la comunidad del pasado en sus aspectos presentes:
derechos sociales, endurecimiento del código penal para la persecución
de la criminalidad, énfasis en los aspectos identitarios de la educación
(aprendizaje de la historia, la lengua y la denominada “cultura
francesa”) y salvaguarda del papel internacional de Francia. (...)" (Guillermo Fernández Vázquez, CTXT, 13/09/17)
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