"(...)En el último cuarto de siglo, el centro-izquierda realizó un
compromiso histórico con el globalismo neoliberal, un proceso que exigió
la modernización económica y social. Ahora el globalismo está en
crisis, en este contexto histórico debe entenderse a Trump y el
Trumpismo.
En el decenio de 1990, el centro-izquierda depositó sus
esperanzas en el restablecimiento del crecimiento, la consolidación de
las finanzas públicas, la libertad de los mercados internacionales y una
reestructuración industrial y social.
La competencia internacional presionó a las economías nacionales para
que fueran más eficientes. Los perdedores de la nueva era fueron
castigados con salarios cada vez más bajos y prestaciones de seguridad
social cada vez más reducidas.
Los ganadores fueron recompensados por mayores ganancias y menores
impuestos. Estas políticas fueron difíciles de vender a los votantes de
centro-izquierda, por lo que estos partidos atribuyeron las medidas
económicas a las fuerzas naturales de la globalización. De este modo, el
centro-izquierda pretendía escapar de su responsabilidad por el dolor
infligido a su electorado. La medicina amarga no funcionó; tampoco la
inmunidad política del centro-izquierda.
En todos los países del mundo capitalista desarrollado, el número de
perdedores aumentó hasta que los empresarios sintieron que era su
oportunidad y entraron en la escena pública. El auge de los Trumpistas
fue posible gracias a la caída del centro-izquierda en Estados Unidos,
Italia, Francia, Reino Unido, Austria, Holanda e incluso Alemania, donde
los perdedores en la antigua República Democrática Alemana ( Deutsche
Demokratische Republik ) fueron los primeros partidarios del nuevo
partido derechista, el AfD ( Alternative für Deutschland ) .
Los agraviados por la acelerada internacionalización de sus
sociedades se sintieron abandonados por su estado nacional. Las elites
encargadas de los asuntos públicos fueron juzgadas culpables de haber
entregado la soberanía nacional a las corporaciones internacionales.
Estos cargos son en gran parte verdad.
El neoliberalismo global ha debilitado al Estado-nación, y con él, a
la democracia nacional. Los ciudadanos más afectados por estos
acontecimientos sólo tenían sus votos para expresar su disgusto. El
trumpismo inició despegue en un ambiente de irritación popular por la
escandalosa ostentación pública de los globalizadores. Las élites
económicas y culturales habían entrado en un espacio internacional rico
en derechos, dentro y fuera de los estados nacionales.
Si se entiende la democracia como la posibilidad de establecer
obligaciones sociales hacia aquellos desafortunados por el mercado, las
élites globales habían creado un mundo en el que no tenían ningún tipo
de obligaciones. Para aquellos que conspiraban, aprovechando el
creciente descontento popular, el nacionalismo apareció como una fórmula
obvia tanto para la reconstrucción social como para el éxito político.
Los ganadores y los perdedores del globalismo están enfrentados entre
el cosmopolitismo y el nacionalismo. La vieja izquierda se había
retirado de sus luchas para apoyar un internacionalismo sin estado,
entonces la nueva derecha ofreció recuperar el estado-nación llenando el
vacío político abandonado por la centro-izquierda.
El disgusto liberal con la retórica de Trump apenas a servido para
que el centroizquierda se justifique ante sus electores, ha evitado
explicar su fracaso con el recurso de un lenguaje político “civilizado”.
Pero, el descontento es muy fuerte y ha crecido rápidamente.
La presidencia de Trump es a la vez el resultado y el final de la
versión americana del neoliberalismo. Habiendo comenzado a desmoronarse
en la era de George W. Bush, el régimen neoliberal logró recuperar una
apariencia de vitalidad bajo Barack Obama. Con su partida, estaba
destinado a colapsar bajo el peso de sus contradicciones y de sus
políticas absurdas.
El osado intento de Clinton de presentarse como defensora de los
estadounidenses que “trabajan duro y siguen las reglas”, mientras
cobraba una fortuna por sus conferencias en Goldman Sachs estaba
destinado a fracasar. También su insistencia en ser la primera
presidenta.
Su propuesta de baños transgénicos públicos enfureció a
todos, excepto a aquellos que buscaban acceso a ellos, no importó el
intento de Obama de describir el acceso a estos baños como un derecho
civil. 11 En el fondo, a nadie le importaba. (...)" (Wolfgang Streeck , Sociólogo, Director Emérito y Profesor del Instituto Max Planck, Salir del euro, 25/08/17)
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