"Que se reduzca el desempleo y aumente el número de cotizantes a la
Seguridad Social nunca pueden ser malas noticias en una economía que
experimenta desde hace ya demasiados años una de las tasas de paro más
altas de la Unión Europea.
Sin embargo, los datos con los que se ha cerrado el mes de diciembre en términos de afiliación a la Seguridad Social no dejan de ocultar realidades preocupantes (...)
Aunque solo sea en su dimensión cuantitativa hay dos notas que hay que señalar.
La primera es
que estos datos confirman la ralentización del ritmo de reducción del
desempleo registrado con respecto a años precedentes. (...)
Esto es
síntoma evidente de que la ralentización de la dinámica de crecimiento
de la economía española empieza a impactar sobre el empleo de forma
directa.
Y la segunda nota está relacionada con el volumen de
contratos que hubo que realizar para consolidar esa creación de empleo:
más de 21,5 millones de contratos, de los cuales casi 19,5 millones
fueron temporales -esto es, casi el 90%-, y el resto fueron indefinidos.
Esto significa, expresado en otros términos, que en la economía
española hay que firmar 74 contratos para consolidar un empleo en
términos netos.
Pero es que, además, a pesar de que se firmaron 1.929.250 contratos indefinidos, el número de afiliados con contrato indefinido apenas aumentó en 300 mil personas en el año. O, dicho de otra forma, que para consolidar cada afiliado con contrato indefinido fue necesario firmar casi 7 contratos indefinidos.De estos datos de contratación se derivan una serie de consideraciones cualitativas que deberían hacernos repensar las categorías con las que analizamos nuestro mercado de trabajo y sus implicaciones no solo económicas sino especialmente sociales.
Y es que, por un lado, la contratación indefinida, que el
Ministerio hábilmente trató de destacar como el principal dato en
positivo dado que era la mayor de la última década, oculta realidades
que desmitifican su identificación con la estabilidad en el empleo que
se le supone y, consecuentemente, con el desarrollo de proyectos de vida
dignos. En primer lugar, porque más contratos indefinidos no
significan, proporcionalmente, más empleo indefinido a tiempo completo
debido a que se categorizan como tales los indefinidos a tiempo parcial o
los fijos discontinuos.
En segundo lugar, porque la caracterización de los trabajadores con contratos indefinidos como la de un colectivo sobreprotegido frente al de los temporales ha ido dejando de tener sentido porque oculta realidades tan precarias como las que se dan entre estos; amén de que la reducción de las indemnizaciones por despido de la última reforma laboral unida a la elevada rotación, tal como pone de manifiesto el que solo uno de cada casi siete contratos indefinidos se acabe consolidando, también induce a su progresiva asimilación en términos prácticos.
En tercer lugar, porque firmar más de 21,5 millones de
contratos en un año son muchos contratos para tan solo incrementar la
afiliación en poco más de 600 mil personas o para reducir el desempleo
en algo más de 290 mil personas.
La principal lectura que cabe hacer de estos datos es, esencialmente, que la temporalidad del mercado de trabajo español trasciende la estacionalidad de nuestra estructura productiva, la desborda y se convierte en un rasgo estructural de la economía española. Si, como es el caso, otras economías que tienen estructuras productivas similares tienen tasas de temporalidad mucho más reducidas habrá que buscar las razones de la hipertrofia de la temporalidad española en factores distintos a los de nuestra estructura productiva (sin que quepa disculpar a ésta de parte de responsabilidad sobre dicha temporalidad).
Se impone, entonces,
buscar explicaciones, por ejemplo, en el ámbito de la cultura
empresarial y la utilización fraudulenta de la contratación temporal
para cubrir actividades de naturaleza fija y que, por lo tanto, deberían
ser cubiertas por trabajadores con contratos indefinidos.
Y, en cuarto lugar, aunque la temporalidad haya sido
siempre muy elevada, hasta el punto de que éste puede considerarse un
rasgo persistente de nuestro mercado de trabajo, nunca como hasta ahora
había venido de la mano de la precariedad en dimensiones distintas a la
mera rotación temporal. Sin embargo, ahora el incremento de la
temporalidad ha venido de la mano de una caída del salario medio en
2016, de la constatación de que España es el país de la UE en el que
menos crecen los salarios, del incremento del porcentaje de trabajadores
pobres y de la consolidación de la desigualdad.
La resultante
es que temporalidad y precariedad comienzan a identificarse y constituir
una limitante de fondo tanto a nivel económico, por su repercusión
sobre la demanda interna, como a nivel social, por las disfunciones que
introduce en una sociedad sustentada sobre el empleo como principal
vector de inclusión social.
Si a ello se le une que la alta rotación que
se produce en el mercado de trabajo impide consolidar derechos al salir
temporal o definitivamente nos encontramos con un mercado de trabajo
con una alta flexibilidad de entrada y salida pero, al mismo tiempo, con
una estructura de derechos vinculados al trabajo que elimina de forma
casi automática los mecanismos de protección y seguridad reconocidos
para las situaciones de desempleo o impacta dramáticamente sobre las
futuras pensiones de esos trabajadores.
En definitiva, estamos ante un modelo en el que la
precariedad extiende sus largos tentáculos más allá del mercado de
trabajo y afecta a la propia estructura social, a los modos de
organizarnos como sociedad y la capacidad para poder planificar (o no)
nuestros propios proyectos vitales." (La paradoja de Kaldor, 12/01/18)
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