28.2.18

El misterio del regreso de la heroína

"En San Diego, un barrio de Madrid que parece anclado en los 80, el dueño del bar Clarisol señala algo oculto bajo el mostrador: “Esto es insoportable. Solo en esta manzana hay cuatro pisos en los que se vende heroína. Me amenazan a diario y he tenido que traerme la escopeta de caza. Aquí la tengo”. 

En el corazón del Raval, el viejo barrio chino de Barcelona, Emili cuenta que en su peluquería —situada bajo un edificio que ya se conoce como “el portaviones de la droga”— no hay un día que no entre un heroinómano buscando dinero para comprar una dosis en alguno de los 70 narcopisos de la zona: “La semana pasada me robaron mis dos perros.

 Y otro día entró un joven con un cuchillo clavado en la espalda. Ni se había enterado de que lo llevaba, se lo tuve que decir yo”.

Desde hace meses, los medios de comunicación informan de forma recurrente de un supuesto repunte en el consumo de heroína en España y de la desesperación de los vecinos ante una plaga que creían extinguida. Y, sin embargo, no hay datos que lo avalen. Solo indicios. Muy preocupantes, pero solo indicios.

La heroína se ha convertido en un enigma. Los vecinos están preocupados y la policía admite que cada vez llegan alijos más grandes procedentes de Afganistán —donde el pasado año se batió un nuevo récord en la producción de opio—, pero las estadísticas insisten en zanjar el debate. Los datos oficiales descartan que el consumo de heroína haya aumentado en los últimos años en España.

La Encuesta sobre Alcohol y Drogas, elaborada por el Ministerio de Sanidad, señala que la heroína se mantiene estable: en el año 1995 un 0,8% de la población había consumido esta sustancia alguna vez en la vida. Diez años después, en 2005, el porcentaje fue del 0,7% y en 2015, el 0,6%. “Se trata de números residuales. Apenas ha habido alteración en el consumo de heroína en los últimos 20 años”, explica Ignacio Calderón, gerente de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD).

Tampoco parece existir un repunte en el resto de Europa. (...)

Si acaso, lo que los datos indican es que la heroína no ha vuelto porque nunca se fue.
Entonces, ¿por qué existe de nuevo la percepción de que se está produciendo un repunte de la heroína? Según David Pere Martínez, psicólogo social y coordinador de la Unitat Polítiques de Drogues de la Universitat Autònoma de Barcelona, el fantasma del regreso de la heroína aparece de forma cíclica, “pero nunca sustentado por los datos”.

 Dice que en parte se debe “al miedo atávico” que la sociedad española tiene a una droga de tan dramático recuerdo: “El daño que causó mantiene en alerta a la sociedad y cualquier noticia en este sentido dispara las alarmas”. Ignacio Calderón, el gerente de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción, coincide en el argumento: “La heroína es la droga por excelencia, la que representa todos los males”.

Los vecinos del Raval no creen que se trate de un problema virtual precisamente, e invitan a una especie de narcotour por unas calles que se han convertido en un parque temático de la degradación. Se calcula que funcionan unos 70 narcopisos, inmuebles ocupados en los que se vende y se consume heroína. Su presencia ha convertido la zona sur del barrio es un desfile de drogodependientes. 

Nada más llegar a la calle Roig, un joven dormido en un portal murmura algo incomprensible bajo un gorro de lana. “Siempre hay alguien durmiendo. Un día salí de mi portal y había seis colchones en fila en plena calle con adictos durmiendo sobre ellos”, cuenta Carlos González, portavoz de la asociación RPR (las iniciales de las calles Robadors, Picalquers y Roig) del Raval.

Carlos vive junto al número 22 de la calle Roig, un bloque de tres alturas bautizado como “el portaviones de la droga”. “Hasta hace unos días, en este bloque había tres narcopisos y una sala para inyectarse”, detalla Carlos. 

“La Policía nos dijo que por aquí pasaban 200 personas cada hora y media. Veíamos entrar de todo, desde drogodependientes a turistas pasando por ejecutivos de traje. Hace unas semanas me encontré en mi portal a dos niñas pequeñas. Las había dejado esperando su padre mientras iba a comprar heroína”. (...)

Desde el punto de vista policial, la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional se encarga del combate a gran escala. Los agentes que desde hace años luchan contra el tráfico de heroína —con notable éxito, pese a la escasa colaboración de Holanda, el país que sigue siendo el centro logístico de esta sustancia— disponen de datos que no invitan al optimismo. 

Además del efecto contagio —el consumo de droga es una moda, y las modas suelen llegar de Estados Unidos, donde en 2016 murieron 35.000 personas por sobredosis y en 2017 la cifra ascendió hasta los 60.000—, hay otros factores muy preocupantes. 

Para empezar, la producción de opio en Afganistán alcanzó en 2017 un nuevo récord: más de 9.000 toneladas.  (...)

“Si tenemos en cuenta”, explica un alto mando de la lucha contra la droga, “que España es un país de destino, que la heroína llega para ser distribuida de forma inmediata, y que las aprehensiones de los últimos años son cada vez mayores, la conclusión no puede ser otra: el consumo está aumentado”. Hasta hace unos años, la policía se solía incautar de alijos pequeños, de entre uno y cuatro kilos.

 Las últimas aprehensiones practicadas por las distintas secciones antidroga de la Policía Nacional han sido de 26, 60, otros 60 y 32, sin contar los 330 kilos interceptados el pasado mes de noviembre en el puerto de Barcelona. “Si se tiene en cuenta además”, explica el veterano agente, “que cada vez llega más droga y que, pese a ello, los precios no bajan, está claro que hay mayor consumo”. 

El enigma sigue sin resolverse. ¿Quién consume esa droga? ¿Los viejos heroinómanos —apuntalados en un sistema de salud eficaz que en EE UU no existe— o nuevos consumidores aún no detectados por los radares oficiales? Hay una pista que llega desde Bilbao. (...)

El mando policial aporta un dato importante: “Está cambiado el perfil del consumidor”. Ya no se trata sólo de aquel yonqui típico, cadavérico, sin dientes, tirado en un portal junto a los restos de la última dosis.

 “No sé cuántos adictos a la heroína hay en Bilbao y su zona de influencia”, asegura el jefe de la Inspección Antidroga, “pero si hubiese 10.000, solo 25 o 30 responden a aquel perfil de los 80 y 90, jóvenes que llegaron a la heroína a través de otras drogas y que no supieron, hasta que ya era irremediable, los efectos de una droga que se llevó por delante a una generación.

El nuevo consumidor es una persona de más edad, con trabajo y que hasta cierto punto sabe lo que está tomando”. En palabras del jefe policial de Bilbao, la situación es preocupante, pero no alarmante. Al hecho de que la alerta social sea menor contribuye que aquellos delitos relacionados habitualmente con el consumo de heroína —asaltos a punta de navaja, hurtos en el interior de vehículos, atracos a farmacias…— no hayan aumentado.

Desde los distintos cuerpos policiales que luchan contra el tráfico de estupefacientes se observa el panorama con mucha preocupación. Los agentes más veteranos, tipos duros, curtidos en mil batallas contra los más malos de cada casa, aquellos que no necesitan ensuciarse las manos para llenar de veneno las calles, temen que lo peor esté por venir. Dicen que, si no se toma conciencia real del problema, las calles de las principales ciudades pueden volver a vivir el infierno de la heroína. 

La advertencia ya se ha escuchado antes, casi cada año, pese a que los datos siguen mostrando que el consumo continúa estable, con porcentajes muy bajos. “Pero la amenaza existe”, reiteran, y añaden: “Que esa amenaza se haga realidad o no depende de una cuestión: ¿nos la vamos a tomar en serio?”. 

“En mi caso empecé tarde. A los 17 años probé la heroína. Digo tarde porque resistí varios años sin hacerlo: con 14 todos mis colegas se estaban metiendo ya”. Pedro no es su nombre real. Tampoco su rostro se revela. Nació y creció en el madrileño barrio de Usera.  (...)

Pedro opina que la heroína está volviendo a las calles en mayor medida. “Yo sí creo que hay más. Hay más cantidad. No es lo de los años 80, claro, porque hay más controles y eso. Pero yo creo que sí está creciendo”.                 (Pablo Ordaz, Nacho Carretero, El País, 26/02/18)

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