"(...) Fraser difiere de su colega Jodi Dean en la defensa táctica del
populismo. “Lo que hay que hacer es crear una alternativa de izquierdas a
estas dos horribles opciones que se nos presentan, el neoliberalismo
progresista y el populismo reaccionario”, señala la profesora de la New
School for Social Research de Nueva York.
Y no le duelen prendas en
romper con la ortodoxia para hacerlo. “Propongo que llamemos a esta
alternativa de izquierdas ‘populismo progresista’, pero lo entiendo como
una transición hacia un socialismo democrático, feminista, con
conciencia ecológica, antirracista, anti-imperialista”.
En su trabajo, describe la historia del feminismo
como un drama en tres actos. Señala cómo el feminismo abandonó sus
tendencias más radicalmente transformadoras, y el neoliberalismo fue
capaz de amortiguarlas. ¿Cuáles son esos actos, y en qué medida vienen
marcados por el cese de las luchas por la redistribución a favor del
reconocimiento?
Cuando el feminismo de segunda ola irrumpió en los 60 y 70,
formaba parte, claramente, de la Nueva Izquierda, y de la oleada de
levantamientos juveniles, del antimperialismo. Era el tiempo de la
Guerra de Vietnam, del movimiento por los derechos civiles, del poder
negro. El feminismo de segunda ola desarrolló un cariz radicalmente
anticapitalista, antimperialista y antirracista (...)
El feminismo de segunda ola empezó a gravitar en una dirección liberal.
Ahora bien, en los Estados Unidos, esa es la posición por defecto de
cualquier movimiento social. Somos un país que no tiene un entendimiento
estructural robusto de cómo la desigualdad y la opresión y la
injusticia están profundamente enraizadas en la estructura de una
sociedad capitalista. Pronto, el feminismo de segunda ola se convirtió
en lo que yo llamaría un movimiento meritocrático en lugar de uno
igualitario.
La idea es que se intentan desmantelar las formas de
discriminación que impiden el ascenso de las “mujeres talentosas” a la
cima de la jerarquía corporativa. Según este modelo, la igualdad de
género significa, en esencia, que las mujeres de la clase directiva o
gerencial sean iguales a los hombres de la clase directiva. No significa
realmente desarrollar una sociedad igualitaria para todos.
Sin embargo, su relato no termina ahí. ¿Qué abre la puerta a la posibilidad de un tercer acto?
Con el estallido de la crisis financiera de 2007/2008, de
pronto la idea del capitalismo neoliberal, globalizador y financiarizado
empezó a ser cuestionada. (...)
Empezó a tambalearse. Y es esto lo que veo como el tercer acto del drama, una oportunidad para un nuevo tipo de feminismo.
Ha escrito sobre las alianzas peligrosas que el
feminismo trazó, a menudo involuntariamente, en sus fases anteriores con
la expansión del mercado y la profundización neoliberal. ¿A qué errores
concretos se refiere?
Mientras la socialdemocracia se desmoronaba, y la reemplazaba el
neoliberalismo, los postulados y críticas feministas de alguna manera
cambiaron de significado. Un ejemplo es la crítica feminista del salario
familiar, el modelo del hombre que gana el pan y la mujer ama de casa. (...)
La crítica del modelo del salario familiar se convirtió en lo que hoy
llamamos la familia con doble retribución. Eso suena muy bien sobre el
papel, pero se ha desarrollado en un contexto en el que se atacaba a los
sindicatos, se reducían los salarios reales para todo el mundo, se
desindustrializaba el antiguo centro productivo del planeta, redundando
en el reemplazo del empleo seguro, sindicado, de salarios altos, por
trabajo muy precario en el sector servicios, con salarios bajos.
Dicho
de otro modo, la crítica feminista del salario familiar ofreció una
cierta legitimidad en la que la liberación de la mujer se entrelazó con
los profundos cambios en la economía política del trabajo, que fue muy
negativo para la inmensa mayoría de los trabajadores en un país como
EE.UU., incluida la inmensa mayoría de las mujeres, cuyos estándares de
vida empeoraron.
La crítica del feminismo de segunda ola del paternalismo
del estado de bienestar. Esta crítica, también tenía un tirón
emancipador en el contexto de la socialdemocracia.
Pero, cuando la
socialdemocracia se desmorona y el neoliberalismo ocupa su lugar, se
convierte en la crítica al “papá estado”, la idea de que los mercados
son mucho más libres, empoderadores y participativos que la pesada y
vertical burocracia. Esa fue otra recuperación irónica de un argumento
feminista para propósitos neoliberales.
Pareciera que el espacio para la lucha por la
emancipación se cierre con los procesos que describe. Observando el
panorama actual, ¿dónde le parece que puede surgir una alternativa?
Lo que nos presentan una y otra vez las élites políticas es
una elección entre una emancipación superficial, meritocrática,
conectada con la globalización neoliberal de las finanzas… Esa es una
opción, que podemos llamar ‘neoliberalismo progresista’.
Y, del otro
lado, tenemos el populismo reaccionario. Esas son las dos opciones, al
parecer, el neoliberalismo progresista de, digamos, Hillary Clinton,
contra el populismo reaccionario de Donald Trump, que promete proteger a
los trabajadores de los destrozos del mercado, pero que está a menudo
infectado de un tinte persecutorio, que busca señalar chivos
expiatorios.
En Estados Unidos hubo, por un momento, una tercera opción,
que era Bernie Sanders, lo que podríamos llamar populismo progresista,
que intentaba proteger a los trabajadores, con una visión emancipadora
no persecutoria, que no busca chivos expiatorios, inclusiva, que valida
los postulados de la igualdad de género, el antirracismo y todo eso.
Desgraciadamente, esa tercera alternativa no superó las primarias en
nuestro sistema electoral. (...)
Es un concepto curioso, el del ‘neoliberalismo
progresista’. ¿Hasta qué punto tiene que ver con el abandono de batallas
articuladas en torno a la diferencia de clase y a la economía? ¿Y en
qué medida sirvieron estas para allanar el camino de Trump hasta la Casa
Blanca?
Durante más de dos décadas, lo que llamo neoliberalismo
progresista ha sido la formación política hegemónica, una alianza que
reemplazó a lo que en Estados Unidos se puede llamar la alianza del ‘New
Deal’, que incluía a las fuerzas sindicales, los afroamericanos, y las
clases medias con nivel educativo alto. Esta nueva alianza pasó a estar
formada por las finanzas, la alta tecnología, Hollywood. No son ya los
sectores manufactureros, sino los del capitalismo cognitivo. (...)
Ese asalto a las condiciones materiales de la gente, cuyas vidas estaban
ligadas al sector manufacturero, ha creado, en suma, un electorado para
que el populismo de derechas, reaccionario, se desarrolle.
Y eso es lo
que Donald Trump supo canalizar como un ventrílocuo. A eso le dio voz y,
además, empujó lo que era una revuelta populista en una dirección muy
fea, conectada con aspectos xenófobos, anti inmigrantes, anti mexicanos,
anti musulmanes, excluyentes y persecutorios.
Lo que atrajo a la clase
trabajadora, a los obreros blancos desindustrializados fue el hecho de
que, a su entender, el antirracismo, el feminismo, los derechos LGTBTQ,
los de los inmigrantes, todas estas cuestiones estaban asociadas con el
neoliberalismo y la financiarización. Al hacer esa asociación, no
estaban del todo equivocados porque fue la alianza progresista con los
neoliberales la que dio pie a que eso se produjera.(...)
Hubo y podría volver a haber versiones de izquierdas, de defensa de los obreros, de esos movimientos.
El neoliberalismo progresista fue sin ninguna duda la
condición que propició el ‘trumpismo’ en Estados Unidos, del mismo modo
que la neoliberalización del partido socialista francés fue la condición
propiciatoria del ascenso de Marine Le Pen, o que el Nuevo Laborismo
británico, el ‘blairismo’ fue la condición propiciatoria del ascenso del
Brexit y otras formas de “encerrarnos en nosotros mismos y defendernos
de los otros”. (...)
¿Qué gramática debe guiar al feminismo y el resto de movimientos de nuevo cuño para evitar repetir los errores del pasado?
Creo que Sanders, en cierta medida, nos mostró el camino.
Habló de un sistema amañado contra los pobres. Habló de la clase de los
multimillonarios. Empleó, o sugirió, el lenguaje del movimiento Occupy
Wall Street.
Creo que hoy estamos en condiciones de afirmar que el
feminismo reciente que se alió con el neoliberalismo progresista fue el
feminismo del 1%, y ahora estamos dedicadas a construir un feminismo
para el 99%. Creo que tenemos que tenemos que hacer que todos los
movimientos sociales rompan con su versión para el 1%.
Necesitamos un
ecologismo para el 99%, un antirracismo para el 99% un movimiento de
emancipación LGBTQ para el 99%. Y creo que esa es la alternativa que
podríamos llamar populismo progresista que intenta combinar, como hemos
dicho antes, la vertiente de la protección social con la vertiente
emancipadora." (Entrevista a Nacy Fraser, IGNASI GOZALO-SALELLAS / ÁLVARO GUZMÁN BASTIDA / HÉCTOR MUNIENTE, CTXT,18/02/18)
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