"El frío polar que ha cruzado Europa no ha sido el único
elemento que ha sacudido Berlín las últimas semanas. Entre la asamblea
de la CDU celebrada a finales de febrero y el resultado de la consulta
socialdemócrata sobre el acuerdo alcanzado para formar un gobierno de
coalición, se ha colado la decisión del Tribunal Administrativo de
Leizpig confirmando la primacía del derecho a la salud de los ciudadanos
sobre la libertad de conducir coches con motores diésel por las calles
de Stuttgart y Dusseldorf los días con picos de contaminación.
A priori, no se entiende por qué se ha tenido que llegar
tan lejos para resolver una cosa tan obvia: ¡la salud primero! Pero no
lo debía tener tan claro el tribunal cuando recomienda que esta potestad
sea ejercida con moderación y prudencia.
A las pocas horas del fallo
tanto la Canciller en funciones, la señora Merkel, como la ministra de
Medio Ambiente –socialdemócrata– se aprestaron a hacer declaraciones
públicas subrayando que no se trataba más que de un caso concreto y que
los propietarios no debían temer ni por el valor de sus vehículos ni por
su derecho a utilizarlos. (...)
La historia no deja de ser rocambolesca: asociaciones ecologistas que
recurren la omisión de prohibiciones a los coches diésel en los planes
de calidad del aire urbano; tribunales de instancia que obligan a
incluir estas prohibiciones; sentencia del tribunal superior confirmando
la necesidad de tomar medidas de forma gradual y sin necesidad de
compensar a los propietarios de los automóviles afectados; reacciones
de consternación por parte de la industria y declaraciones políticas
minimizando la decisión. (...)
El temor al impacto se entiende puesto en contexto: el
motor de combustión, y el diésel en particular, son un referente
fundamental de la ingeniería alemana; el automóvil representa el sector
más importante por volumen de facturación de la industria europea y
mantiene un valor importantísimo en el ideario colectivo alemán.
Hasta
tal punto que es, de facto, el sector económico con más influencia en la
vida pública y privada del país. Conviene acordarse de que Alemania
nunca ha introducido límites de velocidad en las autopistas y siempre ha
sido una rémora en los avances europeos en las normas europeas de
calidad del aire y en la incorporación en las normas de seguridad y
calidad de elementos tan básicos como el cinturón de seguridad o el
catalizador.
El problema es que han logrado perder el tren tecnológico y
el de la opinión pública… E industria y política se han topado con la
realidad cuando no han tenido margen alguno para lograr esquivarla. A la
tercera va la vencida.
Antes hemos vivido con estupor el escándalo de
las trampas en la medición de emisiones (en el que se olvida el
protagonismo de Bosch, otro gigante icónico de la ingeniería alemana), y
el más reciente descubrimiento del inmoral sistema de pruebas del
impacto de los gases en humanos. Se acabó. Aquí estamos.
¿Qué queda por delante? Una carrera contrarreloj en la
transformación industrial y del modelo de negocio. Industria principal y
auxiliar necesitarán recuperar distancias en la carrera tecnológica en
torno a la batería o la electrónica. Deberán encontrar otros nichos y
explorar en otros ámbitos, como el leasing o los servicios urbanos de
movilidad. (...)
Pero la realidad de la transición no es tan sencilla y
puede, todavía, ocasionar muchos disgustos. Más vale prevenir que curar,
dice el dicho popular. Y más nos vale aplicar el cuento en nuestra
tierra porque particularmente sensible es la situación en España, con
una importante industria del automóvil, y en la que ciudades como Madrid
y el corredor del Henares, Barcelona, Zaragoza o Avilés presentan
incumplimientos relevantes de las normas de calidad del aire asociados
al transporte o a las emisiones de térmicas e industria –caso de Avilés–
.
En España se calcula que hay más de 330.000 puestos de
trabajo directos en la industria del automóvil y casi 2 millones de
empleos inducidos, que el sector representa el 10% del PIB y el 17% de
las exportaciones. A ello hay que sumar los incentivos públicos directos
e indirectos a la fabricación y venta de los que disfruta el sector. (...)
Con algunas excepciones, no se advierte la presencia de iniciativas
industriales o facilidades públicas para acompañar la transición de un
sector llamado a vivir una revolución en el futuro más inmediato. (...)
El tsunami que para la renuente sociedad alemana representa Leipzig, se
suma a los avances de Volvo y Suecia, de París y Londres, de China e
India, de Tesla y Japón… No queda mucho tiempo por delante y más nos
conviene sustituir el derecho al pataleo o la resignación por una
anticipación inteligente, tal y como los franceses intentan hacer con su
industria del automóvil y sus “contratos de transición”, con
participación y compromiso de industriales, trabajadores y vecinos y
autoridades locales y nacionales." (Teresa Rivera, CTXT, 21/03/18)
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