10.4.18

Las planeadoras de La Línea del hachís apagarán motores en dos casos: si desaparece la demanda o si desaparece la prohibición. Nos debe preocupar el poder del narco en la política mundial: tiene que ser inmenso, si todavía consigue bloquear los intentos de legalización

"(...) ¿De verdad cree alguien que creando más empleo en el Campo de Gibraltar, ofreciendo salarios de – soñemos – más de mil euros, se quedarán sin mano de obra los traficantes, que pagan eso en un día?

 ¿De verdad esperamos de un chaval de La Línea que rechace el dinero fácil porque prefiere ganarse la vida con el sudor de su frente? ¿Esperamos que ese chaval dé ejemplo a toda la sociedad, cuando no rechazan el dinero fácil ministros, presidentes, alcaldes, concejales y empresarios, así les espere la cárcel?

Puestos a comparar, es mucho más delito contra la salud pública privatizar un hospital que distribuir una tonelada de hachís. Descargar tabaco de contrabando ni siquiera atenta contra la salud: atenta contra el erario público. En una medida infinitamente menor que domiciliar una empresa en las Bahamas. Solo que lo segundo permite salir en portada como exitoso emprendedor.

No, con la sociedad no cuenten. ¿Quién cree usted que paga a los narcos? ¿De dónde sale el dinero con el que compran sus lanchas, sus motores fueraborda, sus teléfonos móviles de uso único y sus salarios que alcanzan para que el último vigilante de playa se haga rico? Se lo diré: a los narcos los paga usted, lector.

Sí, no me mire así. El consumidor es usted. ¿Que usted nunca ha probado un canuto? Vale, se lo creo. Mire a su alrededor. Si ve a tres personas, una de ellas sí que lo ha probado. Y si ve quince, uno ha fumado durante el último mes. (Si tienen entre 15 y 35 años, es uno de cada seis en el último año). 

No hace falta que mire al del la pinta de hippy. Se lo digo yo: aquí fuman todos, algún finde en la barbacoa. El profesor de colegio y la abogada, el albañil, la diseñadora gráfica y el taxista, y no pondría mi mano en el fuego por la juez. Ni por quienes firman y difunden en la prensa el manifiesto contra las mafias.

Y porque eso es así, porque en Europa fuman decenas de millones de personas, las planeadoras seguirán llegando. Si La Línea entera se alzara en boicot, las lanchas irían un poco más lejos, a la siguiente playa (ya ahora, dicen, van a menudo hasta Baleares). Y no va a ser con más policía como se van a detener. Ni con más educación, más empleo, más trabajos de fontanero o de profesor de humanidades.

Las planeadoras apagarán motores en dos casos: si desaparece la demanda o si desaparece la prohibición.

Puede bajar la demanda. Ocurrió con la heroína: Si en 1995 la consumía el 0,5 por ciento de la población entre 15 y 64 años, en 2003 era el 0,1, y ahí se ha quedado. No fue por la eficacia policial. Fue porque demasiada gente vio las mejores mentes de su generación destruidas por el caballo, demasiados vieron a su amigo agonizar en la cuneta.

¿Ocurrirá con el hachís? Pregunte entre estas quince personas que tiene alrededor. Un dato: entre los menores de 18 años, la tasa de consumidores de heroína es del 0,0 por ciento. La de cannabis, del 12 por ciento. También puede usted registrar su discográfica y ponerse a su cantante favorito. ¿Le creería si se pusiera a dar un sermón contra el hábito de liarse un canuto?

Queda la otra opción. 

Una que ahorraría ya solo a los consumidores 325 millones de euros, que es lo que dicen que mueven al año los 30 clanes de narcos de La Línea. Piénsenlo. 325 millones que ahora mismo se gastan en lanchas, en motores japoneses, en construir chalés con doble puerta para esconder la embarcación y en pagar a chavales que, a falta de mejor cosa que hacer, se compran un porsche. 

La Línea no es una ciudad pobre. Es tremendamente rica, pero de esa riqueza miserable que trae el dinero ganado en falso. Esos 325 millones que no deberían estar ahí, y que condenan a la cuneta a quien no esté en el negocio. En Bulgaria, los palacetes de los narcotraficantes están directamente construidos sobre los basureros de los que viven sus vecinos. La Línea no anda muy lejos del modelo.

La Línea sería muy diferente si sus habitantes trabajaran en cultivos legales de cáñamo, como en Jerez y Málaga trabajan en los viñedos. El piloto de planeadoras, ahora sí, se haría agricultor o fontanero. 

A Al Capone lo enchironaron por evasión de impuestos, pero su imperio no cayó ese día, sino dos años más tarde, con el fin de la Prohibición. Porque la mafia no vive de la sustancia que vende: vive de la ley que la prohíbe.

No es el poder de los narcos en La Línea lo que nos debe preocupar. Nos debe preocupar el poder del narco en la política mundial: tiene que ser inmenso, si todavía consigue bloquear los intentos de legalización. La guerra contra las drogas solo es otro nombre para el negocio de Sito Miñanco."                    ( , m'sur, el 13 mar 2018)

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