"Las democracias occidentales, en su
inmensa mayoría, zozobran en la oscuridad de una tormenta, como barcos a
la deriva. En la actualidad, la práctica totalidad de las mismas
representan lo contrario de aquello para lo que surgieron.
Abraham Lincoln
definió la democracia como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo”. Pero desde que la distopía neoliberal, con mucha pasta
encima de la mesa, inició el asalto al Estado, y puso sus manos en los
conceptos democráticos más románticos, todo se acabó. Y de aquellos
barros, estos lodos. Vivimos épocas inestables, tiempos convulsos,
mientras quienes nos desgobiernan son profundamente mediocres, caldo de
cultivo ideal para el asalto final.
Cuando Franklin Delano Roosvelt
(FDR), había encauzado la salida de la Gran Depresión, en la primera
campaña para su reelección como presidente de los Estados Unidos lo dijo
con voz alta y clara:
“Durante casi cuatro años ustedes han tenido un
gobierno que en lugar de entretenerse con tonterías, se arremangó. Vamos
a seguir con las mangas levantadas. Tuvimos que luchar contra los
viejos enemigos de la paz: los monopolios empresariales y financieros,
la especulación, la banca insensible, los antagonismos de clase, el
sectarismo, los intereses bélicos.
Habían comenzado a considerar al
gobierno como un mero apéndice de sus propios negocios. Ahora sabemos
que un gobierno del dinero organizado es tan peligroso como un gobierno
de la mafia organizada…”.
Si hoy en día alguien osara decir esto en un
mitin, enseguida, desde la prensa, se le acusaría de populista,
comunista y no sé cuántos apelativos más.
Pues bien, esa mafia organizada es la que de manera mucho más sibilina dictó la hoja de ruta que nos llevaría a lo que Sheldon Wolin
denominó el “Totalitarismo Invertido”, entendido como el momento
político en el que el poder corporativo se despojó finalmente de su
identificación como fenómeno puramente económico y se transformó en una
coparticipación globalizadora con el Estado.
Mientras que las
corporaciones se volvían más políticas, el Estado se orientaba cada vez
más hacia el mercado. Y ahí seguimos.
En nuestro país el Totalitarismo
Invertido presenta unos rasgos distintivos, diferentes al de los países
más avanzados de nuestro entorno. España, desde los tiempos inmemorables
del Honrado Concejo de la Mesta, es la patria ideal para los rentistas.
Nuestras grandes corporaciones, salvo casos muy aislados, están
representadas por antiguos monopolios naturales, básicamente empresas
eléctricas, petroleras, y del sector de telecomunicaciones; y, junto a
ellos, el sector de la construcción, ligado al BOE, y el bancario, sin
duda el más poderoso, pero a fecha de hoy el más inestable.
Nos falta la
otra pata de la ecuación, el Estado. Éste está representado no sólo por
los gobiernos de turno, ligados a la maquinaria de los partidos
políticos, sino por cierta clase funcionarial que también juega, en
algunos casos, un papel activo en esa tela de araña trazada por las
interrelaciones de poder entre el Estado y las corporaciones y grupos de
poder patrios.
Para entender estas interrelaciones del poder, desde estas líneas recomendamos en su momento el libro de Andrés Villena Oliver, publicado por la Editorial Comares, “¿Cómo se gobierna España?”,
y que constituye una versión resumida de la tesis doctoral del autor.
Las conclusiones no son especialmente halagüeñas: los partidos políticos
que nos han gobernando a lo largo de nuestra corta democracia han
permitido “que determinados grupos de interés se cuelen en la democracia
totalmente blanqueados, es decir, legitimados con nuestro voto.”
En estas estábamos cuando en los últimos
dos años se ha producido algo novedoso, el enfrentamiento directo entre
facciones de los poderes fácticos que se habían instalado cómodamente en
los resortes del Estado, independientemente de lo que votemos.
Y es en
esa disputa, en la que hay que entender la campaña de ciertos medios de
comunicación patrios en favor de Ciudadanos. Resulta también llamativo
el intento de ningunear a Pedro Sánchez
por parte de antiguos aliados mediáticos, porque, por lo que parece, a
diferencia de los otrora social-liberales, o no lo controlan o no está
por la labor de ser un apéndice de ellos.
Respecto a Podemos, los
errores cometidos y la percepción demoscópica hace que temporalmente los
grupos de presión se olviden de ellos. (...)" (Juan Laborda, Vox Populi, 13/03/18)
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