10.5.18

La criminalización de la solidaridad en el Mediterráneo.

"Los defensores de las personas en movimiento se enfrentan a restricciones sin precedentes, incluidas amenazas y agresiones, denuncias en el discurso público y criminalización. En concreto, se ha detenido y acusado de contrabando de personas a defensores que han salido al mar para rescatar a otras personas en movimiento, y se les han embargado embarcaciones”. 

En su informe presentado al Consejo de Derechos Humanos de la ONU el pasado 23 de marzo, el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la situación de las y los defensores de derechos humanos, Michel Forst, apuntalaba con estas palabras la preocupación que diferentes organizaciones sociales tienen frente a la creciente criminalización de la solidaridad con las personas migrantes y refugiadas en tierra europea.

Y es que hoy las diferentes normas penales y administrativas lo mismo se aplican a vecinos y vecinas del valle del Roya, situado en la frontera francoitaliana, que a estudiantes, personas jubiladas, agricultores, bomberos o a misiones de salvamento marítimo.

 Se extienden tanto a acciones de ayuda humanitaria y sensibilización con ONG como Proactiva Open Arms, Salvamento Marítimo Humanitario o Proem-Aid, como a personas concretas como la activista española Helena Maleno, el sacerdote eritreo Mussie Zerai o el agricultor francés Cédric Herrou.

Ya dice el Relator de la ONU en el informe mencionado que “el simple acto de ofrecer té y galletas a un inmigrante irregular ha sido motivo de enjuiciamiento penal”, y que varios países han ordenado el cierre de comedores sociales, el embargo de embarcaciones de rescate y la demolición de centros de alojamiento temporal.

 Medidas que van acompañadas de profundas reformas de los marcos normativos, que conllevan la criminalización de las organizaciones que trabajan en favor de las personas migrantes. El aplastante triunfo de Orbán en Hungría va a dar paso a la aprobación de una durísima ley en este sentido. (...)

Los Estados miembros están promoviendo políticas de externalización de fronteras con el apoyo político y económico de la Unión Europea. Son políticas dirigidas contra la migración y realizadas a través de acuerdos con países de origen y de tránsito de las personas migrantes. 

Tal y como describe el TPP, estos convenios son regímenes para-jurídicos, con modalidades tales como agendas, asociaciones, declaraciones, intercambios de notas, memorandos, etc.; todos caracterizados por la opacidad, la informalidad, el secreto y la arbitrariedad, lo que les permite escapar a cualquier forma de control democrático. 

Además, las políticas de externalización interpretan de manera muy discrecional la obligación de socorro y fomentan la criminalización de las organizaciones de rescate en el mar o de quienes practican asistencia y solidaridad hacia las personas migrantes y refugiadas.  (...)

Por si fuera poco, todo ello viene acompañado de procesos judiciales contra las ONG que operan en las aguas del Mediterráneo central y de campañas difamatorias en connivencia con el gobierno italiano. Este último, además, ha tomado otras iniciativas dirigidas a disuadir su presencia, como el “código de conducta”, la acusación de complicidad con los traficantes y la extensión de dudas sobre su financiación.

 Está muy claro que no quiere “testigos humanitarios y solidarios” que cuestionen con su mera presencia la crueldad de las políticas migratorias. El TPP ha escuchado acusaciones detalladas del comportamiento de la guardia costera libia, recogidas durante la declaración de los representantes de la organización alemana Sea Watch, Sos Mediterranée y Proactiva Open Arms, y ha valorado que la responsabilidad debe extenderse al gobierno italiano y a las agencias europeas.

En realidad, los gobiernos europeos y las instituciones comunitarias no solo están eliminando y suspendiendo derechos, también están reconfigurando quiénes son sujetos de derecho y quienes quedan fuera de la categoría de seres humanos. 

Y eso provoca una nueva etapa en la desregulación del sistema internacional de los derechos humanos. Todo ello tiene una profunda conexión con esa lógica colonial y racista que promueve diferentes derechos para diferentes categorías de personas. Como afirma Camps, “el Sáhara y el Mediterráneo son las auténticas cámaras de gas del siglo XXI”. (...)"                (Juan Hernández Zubizarreta, La Marea, 07/05/18)

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