9.5.18

¿Una primavera del fascismo?

"¿Estamos viendo un nuevo amanecer del fascismo? Mucha gente empieza a pensar que sí. Se ha comparado a Donald Trump con un fascista. También a Vladimir Putin y a una variedad de demagogos y charlatanes de derecha.  (...)

El problema con términos como "fascismo" o "nazi" es que tanta gente ignorante los ha utilizado con tanta frecuencia, en tantas situaciones, que hace mucho tiempo que han perdido todo significado real.  (...)

Es evidente que a los demagogos de hoy no les importa mucho lo que definen burlonamente como "corrección política". Es menos claro si tienen suficiente conciencia histórica como para saber que están reavivando a un monstruo que las generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial creían muerto pero que ahora sabemos que sólo estaba dormido, hasta que la ignorancia del pasado le permita volver a despertarse.

Esto no quiere decir que todo lo que dicen los populistas no sea verdad.   (...)

Muchas de las pesadillas de los agitadores merecen, sin duda, una crítica: la opacidad de la Unión Europea, la duplicidad y la codicia de los banqueros de Wall Street, la reticencia a enfrentar los problemas causados por la inmigración masiva, la falta de preocupación por aquellos afectados por la globalización económica.

Todos estos son problemas que los partidos políticos convencionales no han querido o no han podido resolver. Pero cuando los populistas de hoy empiezan a culpar de estas dificultades a "las elites", quienes quieran que sean, y a las minorías étnicas o religiosas impopulares, suenan próximos, inquietantemente, a los enemigos de la democracia liberal de los años 1930.
La verdadera marca del demagogo intolerante es la mención de la "traición".

 Las elites cosmopolitas "nos" han apuñalado por la espalda; estamos enfrentando un abismo; los extranjeros están socavando nuestra cultura; nuestra nación puede volver a ser grande si eliminamos a los traidores, acallamos sus voces en los medios y unimos a la "mayoría silenciosa" para revivir el organismo nacional saludable. 

Los políticos y sus seguidores que se expresan de esta manera pueden no ser fascistas; pero ciertamente hablan como ellos.
Los fascistas y nazis de los años 1930 no surgieron de la nada. Sus ideas no eran originales. Durante muchos años, intelectuales, activistas, periodistas y clérigos habían articulado ideas llenas de odio que sentaron las bases para Mussolini, Hitler y sus imitadores en otros países.  (...)

Algunos eran reaccionarios católicos que detestaban el secularismo y los derechos individuales. Otros estaban obsesionados con la supuesta dominación global de los judíos. Y otros eran románticos en busca de un espíritu racial o nacional esencial.

La mayoría de los demagogos modernos tal vez tengan una conciencia vaga de estos precedentes, si es que los conocen. En países de Europa central como Hungría, o de hecho en Francia, pueden en verdad entender los vínculos muy bien, y algunos de los políticos de extrema derecha de hoy no le temen a ser abiertamente antisemitas. En la mayoría de los países occidentales, en cambio, estos agitadores utilizan su admiración declarada por Israel como una suerte de excusa y dirigen su racismo a los musulmanes.

Las palabras y las ideas tienen consecuencias. No se debería comparar a los líderes populistas de hoy con los dictadores asesinos del pasado bastante reciente. Pero, al explotar los mismos sentimientos populares, contribuyen a un clima venenoso, que podría volver a introducir la violencia política en la corriente dominante una vez más."                    (

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