"¿Estamos viendo un nuevo amanecer del fascismo? Mucha gente empieza a
pensar que sí. Se ha comparado a Donald Trump con un fascista. También a
Vladimir Putin y a una variedad de demagogos y charlatanes de derecha. (...)
El problema con términos como "fascismo" o "nazi" es que tanta gente
ignorante los ha utilizado con tanta frecuencia, en tantas situaciones,
que hace mucho tiempo que han perdido todo significado real. (...)
Es evidente que a los
demagogos de hoy no les importa mucho lo que definen burlonamente como
"corrección política". Es menos claro si tienen suficiente conciencia
histórica como para saber que están reavivando a un monstruo que las
generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial creían muerto pero
que ahora sabemos que sólo estaba dormido, hasta que la ignorancia del
pasado le permita volver a despertarse.
Esto no quiere decir que todo lo que dicen los populistas no sea verdad. (...)
Muchas de las
pesadillas de los agitadores merecen, sin duda, una crítica: la opacidad
de la Unión Europea, la duplicidad y la codicia de los banqueros de
Wall Street, la reticencia a enfrentar los problemas causados por la
inmigración masiva, la falta de preocupación por aquellos afectados por
la globalización económica.
Todos
estos son problemas que los partidos políticos convencionales no han
querido o no han podido resolver. Pero cuando los populistas de hoy
empiezan a culpar de estas dificultades a "las elites", quienes quieran
que sean, y a las minorías étnicas o religiosas impopulares, suenan
próximos, inquietantemente, a los enemigos de la democracia liberal de
los años 1930.
La
verdadera marca del demagogo intolerante es la mención de la
"traición".
Las elites cosmopolitas "nos" han apuñalado por la espalda;
estamos enfrentando un abismo; los extranjeros están socavando nuestra
cultura; nuestra nación puede volver a ser grande si eliminamos a los
traidores, acallamos sus voces en los medios y unimos a la "mayoría
silenciosa" para revivir el organismo nacional saludable.
Los políticos y
sus seguidores que se expresan de esta manera pueden no ser fascistas;
pero ciertamente hablan como ellos.
Los
fascistas y nazis de los años 1930 no surgieron de la nada. Sus ideas
no eran originales. Durante muchos años, intelectuales, activistas,
periodistas y clérigos habían articulado ideas llenas de odio que
sentaron las bases para Mussolini, Hitler y sus imitadores en otros
países. (...)
Algunos eran
reaccionarios católicos que detestaban el secularismo y los derechos
individuales. Otros estaban obsesionados con la supuesta dominación
global de los judíos. Y otros eran románticos en busca de un espíritu
racial o nacional esencial.
La
mayoría de los demagogos modernos tal vez tengan una conciencia vaga de
estos precedentes, si es que los conocen. En países de Europa central
como Hungría, o de hecho en Francia, pueden en verdad entender los
vínculos muy bien, y algunos de los políticos de extrema derecha de hoy
no le temen a ser abiertamente antisemitas. En la mayoría de los países
occidentales, en cambio, estos agitadores utilizan su admiración
declarada por Israel como una suerte de excusa y dirigen su racismo a
los musulmanes.
Las
palabras y las ideas tienen consecuencias. No se debería comparar a los
líderes populistas de hoy con los dictadores asesinos del pasado
bastante reciente. Pero, al explotar los mismos sentimientos populares,
contribuyen a un clima venenoso, que podría volver a introducir la
violencia política en la corriente dominante una vez más." (Ian Buruma
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