"Mientras la crisis política en Italia y España se profundiza, Francia
y Alemania siguen demostrando ser incapaces de formular una precisa y
ambiciosa propuesta para reformar Europa.
Sin embargo, todo lo que se
necesita es que estos cuatro países, que por sí solos aportan tres
cuartos del PIB y la población de la Eurozona, se pongan de acuerdo en
un enfoque común y el camino de la reforma estaría despejado. ¿Cómo
podemos explicar esta extraordinaria apatía y por qué es tan
preocupante?
En Francia existe la tendencia de echar la culpa a
los otros. La visión oficial es que nuestro joven y dinámico presidente
ha puesto sobre la mesa innovadoras propuestas para la reforma de la
Eurozona, su presupuesto y su parlamento. Pero la desdicha es que
nuestros vecinos son incapaces de considerarlas y responder con la misma
audacia gálica.
El problema con esta superficial teoría es que
esas celebres propuestas francesas son simplemente inexistentes. Nadie
es capaz de escribir tres sencillas líneas explicando qué impuestos
comunes financiarán ese presupuesto, quiénes serán los miembros de la
Asamblea de la Eurozona la cual ejercerá esta nueva soberanía fiscal,
etc. (...)
Es casi como que los revolucionarios de 1789, en vez de establecer la
Asamblea Nacional permitiendo que todos los privilegios se abolieran
inmediatamente y crear un nuevo sistema fiscal, hubieran anunciado solo
que sería una buena idea tomarse una pausa para reflexionar sobre la
creación de una comisión para considerar un plan a largo plazo que salve
el Ancien Régime.
Es la diferencia entre hacer algo y simple retórica. (...)
Hoy es fácil criticar la reticencia de Angela Merkel, y la verdad que
su respuesta a las “propuestas francesas” es más que vacilante. La
última versión es que parece que estaría de acuerdo con un presupuesto
de inversión para la Eurozona con la condición, sin embargo, de que
fuese ridículamente pequeño (menos del 1% del PIB de la Eurozona).
Obviamente,
en todo esto no hay ni mención al sistema de impuestos común capaz de
financiarlo (tanto es así que corremos el riesgo de vernos reciclando
proyectos de inversión que ya hemos realizado o anunciado hacer, con
importantes dosis de “contabilidad creativa”, como con el plan Juncker).
Y
claro, no hay mención a la sumamente importante democratización de la
Eurozona. La única propuesta hecha por Merkel es la de cambiar el nombre
al Mecanismo de Estabilidad Europeo (ESM) el cual se convertiría en el
“Fondo Monetario Europeo”; esto demuestra bastante claramente la visión
hiper conservadora.
Es una cuestión de aplicar el modelo de gobierno del
FMI a Europa, en otras palabras, gobierno detrás de puertas cerradas,
pilotado por los ministros de finanzas y la tecno-estructura. Esta es la
antítesis de la pública, democrática, parlamentaria y confrontada
discusión que debe siempre tener la última palabra. Es muy triste ver
que Merkel y Alemania han acabado ahí, treinta años después del fin del
comunismo y de la constancia de sus opacos procederes burocráticos.
Pero
es muy fácil criticar la reticencia de Merkel. Es momento de que la
prensa francesa entienda que ella simplemente responde a la timidez de
Macron. El hecho es que ellos comparten el mismo conservadurismo. En el
fondo, estos dos líderes no desean hacer ningún cambio fundamental en la
Europa de hoy en día porque sufren del mismo tipo de ceguera. Ambos
consideran que sus dos países van bastante bien y que ellos no son
responsables de los altibajos de la Europa del Sur.
Al hacerlo,
corren el riesgo de socavar todos sus esfuerzos. Tras haber humillado a
Grecia en 2015, cuyo gobierno de “extrema izquierda” quizás no fuese
perfecto, pero que tuvo al menos la virtud de promover valores de
solidaridad hacia los más pobres y los inmigrantes, Francia y Alemania
se encuentran ahora en 2018 con la extrema izquierda en el poder en
Italia.
La única cosa que mantiene a este gobierno es la hostilidad
hacia, y una búsqueda activa de, extranjeros, todo lo cual ha sido
facilitado por el efecto de las reglas Europeas. (...)
La dificultad ahora es cómo salir de este impase. El dilema es que un
buen número de líderes alemanes y de Europa del Norte han explicado
durante años a sus votantes que todos los problemas en Europa eran causa
de las perezosas gentes del Sur. Esa gente estaba celosa de su dinero y
todo lo que se requería era ponerlos a trabajar y a exportar como los
alemanes o los holandeses y todo iría bien.
Desde el punto de
vista económico, estos discursos son tan ridículos como los realizados
por el Frente Nacional en Francia o la Liga en Italia (ya que ningún
país en el mundo podría absorber un superávit exportador como el alemán
pero generalizado a nivel de todo la Eurozona). El hecho es que el miedo
a transferencia dentro de la unión –(o como dicen los alemanes
“Transferunion”)- impide cualquier debate.
Para superar este
problema, se tendría que garantizar que el futuro presupuesto de la
Eurozona, financiado con un impuesto común sobre los beneficios
empresariales y sobre las mayores rentas y propietarios, votado por una
genuina asamblea democrática y que beneficiase a cada país en proporción
a su contribución fiscal (con transferencia netas limitadas al 0,1% o
0,5% del PIB).
La intrínseca visión nacional de solidaridad es
totalmente insatisfactoria, pero en el fondo este no es el aspecto más
importante: el objetivo ante todo es permitir al poder público europeo
gravar a los actores económicos más poderos al menos tanto como a los
pobres a fin de invertir en el futuro y reducir la desigualdad en cada
país. Debatamos sobre Europa y forjemos el futuro." (Thomas Piketty, director de estudios de la EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales), Sin Permiso, 16/02/18)
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