"Se dice que cuando a Manuel Fraga lo convencieron para
retirarse a Galicia, le pusieron como arquetipo a Spencer Tracy: un
cascarrabias bonachón y algo desaliñado. De vez en cuando cumplía el
papel, y otras rompía el personaje por las costuras.
De la misma forma,
si alguien hubiese sugerido algún prototipo a Mariano Rajoy, muchos
coincidirían en que sería el de Chauncey Gardiner, el jardinero un tanto
autista que encarnó Peter Sellers en Bienvenido, Mister Chance (Hal
Ashby, 1979).
Es decir, un tipo más bien torpe que llega a lo más alto,
la presidencia de los EUA Chance, o la de España Mariano Rajoy,
simplemente porque estaba allí. (Ese era, por cierto, el título original
de la película de Ashby: Being there).
Un error generalizado,
que a muchos les ha costado la carrera política, cuando menos. En todo
caso, el paradigma que más se ajustaría a Rajoy sería el del emperador
Claudio, al menos el que noveló Robert Graves, y que en la adaptación
televisiva interpretó Derek Jacobi: alguien que sobrevive y manda a
costa de tener una mano de hierro y guante de simpleza.
Desde luego, él se ha trabajado –sí, trabajado, luego
hablaremos de eso– esa imagen. “En 1981, yo tenía 26 años y era
registrador de la propiedad en Padrón. Acababa de volver de la mili. Me
pidieron los amigos que me afiliara a Alianza Popular, y que fuera ‘de
relleno’ en una candidatura, asegurándome que no saldría.
Pero tuvimos
unos resultados espectaculares y salí diputado. Aunque yo quería
dimitir, me insistieron mucho en que no lo hiciera. Y seguí. Luego me
ofrecieron ser director general de la Xunta. Yo me resistía, porque lo
mío era el Registro… Al poco tiempo, AP había designado a uno para
presidente de la Diputación de Pontevedra, pero no apareció, y era el
último día de plazo para presentar la lista.
Además, habían convocado
una rueda de prensa, y tal… Le buscaron por todas partes sin dar con él.
Y, agobiados, acudieron a mí. Total, que con 28 años me convertí en
presidente de la Diputación, sin haber movido un dedo”.
En marzo de
1996, José María Aznar había logrado derrotar al imperio del mal
felipista y Rajoy, en vez de sacar pecho como el jefe, contaba en El Mundo que había llegado a presidente de Diputación en un par de años fundamentalmente por no saber decir que no a los amigos.
Lo que es cierto es que posiblemente haya que retrotraerse
hasta Leopoldo Calvo-Sotelo, que ocupó fugazmente la Moncloa dos años
escasos (1981-1982) para encontrar otro presidente tan falto de carisma
como Mariano Rajoy (2011-18). Quien tenga la tentación de reforzar el
paralelismo recordando que tres de los cuatro abuelos del sucesor de
Adolfo Suárez eran gallegos, errará.
Lo primero que hay que hacer para
entender a Mariano Rajoy Brey (MRB) es asumir que, contra la etiqueta
fácil y el recurso manido, el presidente del Gobierno de España no es
así por gallego, si es que los hay de un solo tipo. Independientemente
de lo que ponga su DNI, ese argumento de autoridad que ahora es
tendencia, Rajoy no es gallego, en el sentido –peyorativo– de
impenetrable o poco inteligible. Lo que es es contenido, por origen, por
educación, y por carácter.
A Rajoy lo ha hecho así ser pontevedrés,
aunque haya nacido en Santiago de Compostela (1955) y se haya criado en
León. El modelarse como persona en ambientes muy formales de ciudades
pequeñas, y en círculos bastante restringidos.
El abuelo, Enrique Rajoy Leloup, era profesor de derecho
de la Universidad Compostelana y decano del Colegio de Abogados de
Santiago, republicano y galleguista, y fue uno de los redactores del
Estatuto de Autonomía de 1936, lo que a los demás les ocasionó el
paredón o el exilio y a él el ostracismo académico hasta los años 50.
Rajoy II, Mariano Rajoy Sobredo, hizo carrera en la judicatura y su hijo
mayor, Rajoy III, Mariano Rajoy Brey, vivió desde los cinco años hasta
que fue a estudiar Derecho a Santiago en sedes judiciales, primero en la
Audiencia Provincial de León y después en la de Pontevedra, en las
residencias que tenían para jueces decanos, fiscales y presidentes.
Los
círculos eran tan pequeños que, en León, Rajoy Sobredo trataba bastante a
un abogado llamado Juan Rodríguez García-Lozano, y sus hijos iban al
mismo colegio. El del abogado, José Luis (Rodríguez Zapatero), aka Papes,era más joven que Marianín (como era conocido en León), y era compañero de aula del pequeño de los Rajoy, Enrique.
Los Rajoy debían de leer después de cenar el Código Civil,
al igual que esas familias norteamericanas que leen la Biblia alrededor
del hogar, y los niños debían de jugar a las construcciones con los
tomos del Aranzadi. Marianín era piadoso, alto y torpón, características
que no le hacían precisamente popular entre los chavales.
Después, MRB
recaló en Compostela, en una universidad que hervía, ya en los
estertores de Franco, pero se centró en estudiar aplicadamente la
carrera, sin sacar los pies del plato y sin caer en la tentación de ir
más allá de la amistad con algunos elementos de Defensa Universitaria
(defensa contra el izquierdismo).
Antes incluso de que la terminase, su
padre se encargó de prepararlo para las oposiciones a registrador (y de
levantarlo a las cinco de la mañana para que estudiase).
En resumen, a
los 23 años era registrador de la propiedad, pero experiencia de la vida
real, tal y como la conocemos, tenía poca. Llegó a frecuentar algunos
clásicos bares de copas de Pontevedra, como “Daniel”, en donde se solían
formar parejas, pero tuvo que esperar a los 41 años (y cambiar de bar,
el “Universal”) para encontrar la suya, Elvira Fernández.
Farola y barranco
Como buen hijo de familia, eligió como destino algo a
medio camino entre los dos lugares donde había vivido: Villafranca del
Bierzo. Durante la semana registraba y dormía en el parador nacional, y
los fines de semana cogía el Seat 127 y se iba a Pontevedra.
Era más
hábil con los argumentos jurídicos que al volante, porque en Villafranca
se había cargado una farola, y camino de casa, ya destinado en Santa
Pola (Alicante), se fue por un barranco en Palas de Rei (Lugo). Salió
por su propio pie, pero con unas heridas en la cara que motivaron que
MRB fuese el primer presidente de la democracia con barba.
Aquel mismo
año, 1980, hizo la mili (un Mariano Rajoy objetor de conciencia sería
contrario a las leyes de la física) en la Capitanía de Valencia que
regía Milans del Bosch, meses antes de que sacase los tanques.
De todas
formas, en una muestra más de la lógica militar y sus sinergias con la
vida civil, el registrador de la propiedad de Santa Pola estaba
destinado en el pelotón de limpieza y se encargaba de que las escaleras
del edificio estuviesen en perfecto estado de revista.
O sea que la
ideología no se le contagió allí, aunque al regreso del servicio militar
fue cuando se le notó el interés por la política, según sus amigos (no
se sabe si los mismos que lo habían convencido para que diese el paso).
A MRB el ser de derechas –así se definió siempre, sin
ambages y sin complejos– le venía de serie, de una familia materna de
religiosidad estricta y en la que el ABC era el oráculo diario.
Su primera militancia fue en la Unión Nacional Española,
una “asociación política” franquista, tradicionalista y carlista
comandada por Gonzalo Fernández de la Mora.
Su pensamiento lo plasmó en
unos artículos en Faro de Vigo, en los que comentaba un libro de Fernández de la Mora (La envidia igualitaria) y de Luis Moure Mariño (La desigualdad humana) en
los que aseguraba que “frente a la envidia igualitaria solo es posible
la emulación jerárquica” y “la igualdad implica siempre despotismo y la
desigualdad es el fruto de la libertad”.
No era entonces un joven con
la cabeza caliente por las malas lecturas, sino todo un director general
de relaciones institucionales de la Xunta de Galicia.
Cuando, en un
acto de la Marina española en Guinea, dijo aquello de que vivía “en la
calle del almirante Salvador Moreno, que no sé por qué le han quitado la
calle, nosotros siempre la hemos llamado así”, sabía perfectamente
quien era Salvador Moreno (un marino que cañoneaba poblaciones en
tierra) y por qué le quitaron la calle ya en 2001, pero lo que les
estaba diciendo a los marinos es “yo soy de los vuestros”.
En realidad, políticamente Rajoy lo pasó muy mal en
Galicia. Durante su etapa como presidente de la Diputación, estaba
cercado por los alcaldes del rural (de su propio partido) con una
concepción de la política y una ideología bastante distintas.
En 1986,
MRB tenía ya su vida felizmente encarrilada en el Congreso de los
Diputados cuando le hicieron una propuesta que no pudo rechazar: apagar
la rebelión de los conselleiros de Alianza Popular contra el presidente
de la Xunta.
En cierta forma, volver al pelotón de limpieza, como en la
mili. Tuvo que volver para ocupar la vicepresidencia durante un año y
pico, hasta que una moción de censura, apoyada por su antecesor, tumbó a
su gobierno. En 1989, Manuel Fraga recuperó Galicia para los
conservadores (ya entonces PP), pero para Rajoy, congresista por
Pontevedra, vicesecretario general del partido y miembro de su ejecutiva
nacional, siguió siendo territorio hostil.
Él era –y es– un hombre de José Manuel Romay Beccaría,
ministro en el franquismo, en la democracia y actual presidente del
Consejo de Estado, un político muy discreto al que la definición de
“florentino” se le queda corta. Romay fue el ingeniero en la sombra de
la llegada de Fraga a la Xunta, para ser después arrinconado por el
sector galleguista del PP. Así que a Mariano, ni agua.
“Os presento
ahora a un gran hombre, un triunfador, al brazo derecho de Aznar, y que,
pese a lo que dicen por ahí, no es marica: ¡Mariano Rajoy!”, lo
presentó un día en un mitin uno de sus alcaldes. “¿Y qué hiciste?”, le
preguntó horrorizado un amigo al que se lo contó. “Nada, ¿qué iba a
hacer? Subí al estrado y le di las gracias por sus palabras”, contestó
Rajoy.
Así que cuando a MRB le comentan algo sobre volver a la política
gallega, siempre responde: “Antes, Santa Pola”.
Mariano Rajoy es conservador y es tímido. Una mala
combinación cuando se le buscan las cosquillas, porque es como el
incendio en una turbera: arde por debajo de tierra y en la superficie
solo se aprecia algo de humo, hasta que de pronto, si hay una grieta,
las llamas salen como un volcán. Y ha estado ardiendo durante mucho
tiempo.
Aguantó en su día incendios como dar la cara en la crisis del Prestige, negociar
el apoyo de los execrados nacionalistas e incluso ser el soporte de
compañeros de gabinete más atentos a otras necesidades más humanas pero
menos confesables que las políticas.
Era el funcionario que sacaba
adelante el trabajo –en efecto, el trabajo– del que los demás se
escaqueaban. De los tres vicepresidentes de Aznar, fue el único que no
levantó la voz ni la mano cuando el dedo infalible del presidente
revoloteaba buscando un sucesor.
“Mariano, vente, te ha tocado”, le
llamó Aznar finalmente. Lo escogió, dicen, porque creía que sería el que
mejor iba a mantener su legado. Ignoraba lo de las grietas por las que
se escapan las llamas. Al final de la campaña de 2004, la que contra
todo pronóstico el PP perdió, le espetó al expresidente: “¡Tú y tu
maldita guerra!” (aunque otras versiones se lo atribuyen a Rato).
MRB confiesa que hasta que fue vicepresidente no le cogió
gusto a mandar. Es de suponer que cuando llegó a la presidencia se
aficionó de verdad. Sobre todo porque ahí pudo desplegar todo su
programa de orden –cosas que ni Aznar se atrevería a hacer, como los
recortes en servicios públicos– mientras se encogía de hombros y se
lamentaba a lo Sandro Giacobbe, “lo siento mucho, la vida es así, no la
he inventado yo”.
Pase lo que pase el viernes 1 de junio en el Congreso, a
Rajoy siempre le quedará –además de Santa Pola– Pontevedra y sus amigos
de allá, la peña Doble y Mitad (comen el doble, pagan la mitad, porque
solo van hombres). Aunque ahora gobierne la ciudad un nacionalista
marxista leninista confeso y le hayan declarado persona non grata por
haber prorrogado, cuando estaba en funciones, la concesión a la papelera
que hay en medio de la ría.
Volviendo a Claudio, al de verdad (Tiberio Claudio Augusto
César Germánico), todo indica que murió envenenado para que corriera el
escalafón imperial. Lo malo fue que después vino Nerón." (Xosé Manuel Pereiro, CTXT, 31/05/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario