"La salida anticipada de Donald Trump y su posterior rechazo a respaldar el comunicado final del G7 ha dejado a la prensa internacional perpleja, dejando en evidencia el grado de incomprensión de la realidad global. (...)
Lo que ninguno comprende son los grandes cambios que respaldan las groseras excentricidades de Trump.
El gobierno de Trump está desarrollando un
significativo impulso económico a nivel interno. En primer lugar, aprobó
recortes en los impuestos de la renta y de sociedades fiscales que el
establishment republicano no hubiera podido soñar hace unos años. Pero
esto no fue todo.
En privado, Trump dejó pasmada a Nancy Pelosi, la
líder demócrata en la Cámara de Representantes, al aprobar cada programa
social que ella le pidió. Como resultado, el Gobierno nacional tiene el
mayor déficit de la historia del país, con una tasa de desempleo de
menos del 4%.
Al margen de lo que uno opine del presidente, no sólo
le está dando dinero a los ricos, que por supuesto son los que más se
benefician, sino también a muchos pobres. Con una fuerte tasa de empleo,
especialmente entre los trabajadores afroamericanos, la inflación bajo
control y un optimista mercado de valores, Donald Trump tiene el frente
interno cubierto mientras viaja a tierras extranjeras a enfrentarse con
amigos y enemigos.
El establishment antiTrump estadounidense reza para
que los mercados lo castiguen por su derroche. Esto es precisamente lo
que habría sucedido si Estados Unidos fuera cualquier otro país.
Mientras se estima que este año el déficit fiscal alcanzará los 804.000 millones de dólares
y en 2019 llegará a los 981.000 millones, y mientras que se espera que
el Gobierno se endeude en 2,34 billones de dólares más en los próximos
18 meses, el valor de la moneda se desplomaría y los intereses se
dispararían. Pero Estados Unidos no es un país cualquiera. (...)
Armado con el exorbitante privilegio que le da ser
dueño de las máquinas que fabrican dólares, Trump mira los flujos
comerciales con el resto de los países del G7 y llega a una conclusión
inevitable: es imposible que pierda una guerra comercial contra países
que tienen un gran superávit comercial con Estados Unidos (por ejemplo,
Alemania, Italia y China) ni con los que cogen neumonía cada vez que
Estados Unidos coge un resfriado (por ejemplo, Canadá).
Nada de esto es nuevo. Richard Nixon también se
enfrentó al establishment europeo en 1971, mientras que Ronald Reagan
exprimió brutalmente a los japoneses en 1985. Incluso si el lenguaje no
era menos incivilizado –recordemos el resumen de la actitud del gobierno
de Nixon en las inimitables palabras de John Connally: “Mi filosofía es
que todos los extranjeros nos quieren joder y es nuestro trabajo
joderles nosotros antes”. La agresividad actual de Estados Unidos hacia
sus aliados se diferencia de aquellos episodios en dos aspectos.
Primero, desde el colapso de Wall Street de 2008, y a
pesar del subsiguiente reflote del sector financiero, Wall Street y la
economía interna estadounidense ya no pueden hacer lo que hacían antes
de 2008, es decir, absorber las exportaciones de las fábricas europeas y
asiáticas a través de un superávit comercial financiado por un influjo
equivalente de beneficios generados en el extranjero. Este fracaso es la
causa subyacente de la actual inestabilidad económica y política
mundial.
Segundo, a diferencia de lo que ocurrió en los años
70, la última década de mala gestión de la crisis del euro en Europa ha
hecho que el establishment franco-alemán esté ahora desunido y en
retirada, dejando a los nacionalistas xenófobos y euroescépticos asumir
el poder de diferentes gobiernos.
Trump observa toda esta situación y concluye que, si
Estados Unidos ya no puede estabilizar el sistema capitalista global,
igual puede cargarse todos los convenios multilaterales actuales y
comenzar de cero con un nuevo orden que se asemeje a una rueda, con
Estados Unidos en el centro y todas las otras potencias en el radio, una
disposición de acuerdos bilaterales que le asegure a Estados Unidos ser
siempre el socio más fuerte y así poder beneficiarse de la táctica de
“divide y vencerás”.
¿Puede la UE crear una alianza antiTrump al estilo
'Europe First', quizá involucrando a China? Después de la salida de
Trump del acuerdo nuclear con Irán, la respuesta ya se ha dado. Minutos
después de la declaración de la canciller Angela Merkel de que las
empresas europeas se quedarían en Irán, todas las empresas alemanas
anunciaron su retirada, priorizando los recortes fiscales que Trump les
ofrecía dentro de Estados Unidos.
En conclusión, tenemos razón al escandalizarnos con
Trump: está ganando al establishment europeo, que se obsesiona con su
ignorancia de las fuerzas que lo socavan y sientan las bases de
acontecimientos espantosos. La responsabilidad recae en los progresistas
de Europa continental, de Reino Unido, de Estados Unidos, que deben
imponer un New Deal internacionalista en la agenda y ganar elecciones
haciendo campaña por ello.
En mis pocos momentos de optimismo, imagino una
alianza entre Bernie Sanders, Jeremy Corbyn y nuestro Movimiento por la
Democracia en Europa, el DiEM25, ofreciendo una fuerte competencia a la
Internacional Nacionalista liderada por Trump. Hace algunos años, un
triunfo de Trump en Estados Unidos, en Europa o en otros sitios sonaba
aún más descabellado que esto. Vale la pena intentarlo." (Yanis Varoufakis, eldiario.es/The Guardian, 14/06/18)
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