9.7.18

La Liga domina la escena italiana porque Salvini es el mejor político italiano. No importa el disgusto —en mi caso notable— que pueda causar tamaña afirmación... por ejemplo, tiene un mensaje social ambiguo pero potencialmente atractivo para los trabajadores (búsqueda del pleno empleo, mantenimiento de los servicios sociales y del sistema de pensiones, mayor participación del Estado en la economía, etc.). La reconstrucción de una izquierda digna solo será posible si se recupera una práctica que devuelva esperanza a unas clases populares afligidas por la atomización social

"(...) ¿Cómo es posible —vienen a decir estos medios— que el país haya caído en manos de un político de derecha dura, xenófobo, de oratoria demagógica y con un partido detrás que hace tan solo cinco años a punto estuvo de desaparecer del mapa electoral por escándalos de corrupción? 

(...) la Liga, una organización que, según las encuestas de estas últimas semanas, ya navega en torno al 30% de los votos, lleva la voz cantante en el gobierno recién creado junto al Movimiento 5 Estrellas (M5E) y, como han vuelto a confirmar las elecciones municipales del día 24 de junio, está penetrando en el electorado tradicionalmente de izquierdas. En este artículo me propongo esbozar algunas consideraciones que puedan ayudar a encuadrar el éxito de esta senda nacionalpopulista. 

Más vale decirlo enseguida y sin rodeos: la Liga domina la escena italiana por lo pronto porque Matteo Salvini es el mejor político italiano. No importa el disgusto —en mi caso notable— que pueda causar tamaña afirmación. Cuenta el hecho de que un análisis político serio tiene que partir de la honestidad intelectual y reconocer las capacidades del adversario al que se quiere derrotar. 

En efecto, Salvini se ha demostrado un líder no solo terriblemente eficaz a la hora de comunicar sus ideas políticas, sino también capaz de tener algunas intuiciones brillantes, como la de que la vieja “Liga Norte” regionalista, folclórica y neoliberal había acabado su recorrido, y que su relanzamiento pasaba por convertirla en un partido nacional, nacionalista italiano y con un mensaje social ambiguo pero potencialmente atractivo para los trabajadores (búsqueda del pleno empleo, mantenimiento de los servicios sociales y del sistema de pensiones, mayor participación del Estado en la economía, etc.). 

En segundo lugar, Salvini ha dado prueba de su astucia y paciencia: ha sabido controlar el tiempo de las negociaciones para formar gobierno, ha convencido a Berlusconi para no romper la coalición de centro-derecha pese al acuerdo de gobierno sellado con el M5E y no ha exigido inútilmente la presidencia del gobierno.

A mayor abundamiento, ha sabido apuntalar una clase dirigente experimentada en la gestión de numerosos ayuntamientos y regiones del rico norte del país. Para decirlo rápido: la Liga no es el Front National, es decir, un partido “ligero” y que hasta ahora ha basado su estrategia electoral en el tirón electoral de Marie Le Pen. 

Después de la transformación del Partido Demócrata en un partido de cuadros y con una militancia menguante y envejecida, la Liga es, a día de hoy, el único partido realmente existente en Italia, con una base electoral activa, dominante en el norte y en expansión en el centro y (aunque menos) en el sur de la península. 

Una base que Salvini mima, elogia y visita para que sus militantes y simpatizantes se sientan parte no solo de una estructura política sino también de una comunidad social unida por un vínculo casi afectivo.

En definitiva, estamos ante una organización homogénea, disciplinada y que se vuelve fuerte ante las críticas de los grandes diarios italianos. 

En el fondo, y hablando ahora en términos estrictamente metodológicos, la Liga es un partido leninista, si entendemos el adjetivo en un sentido amplio pero no impreciso: como sinónimo de organización, determinación, ideas claras y coherencia estratégica. No sorprende, pues, que esté dominando a su socio de gobierno, el Movimiento 5 Estrellas, al que impone su agenda política y sus prioridades de gobierno.(...)

 Contrariamente a lo que afirman algunos diarios españoles, la Liga no intentará sacar al país de la moneda única. Su estrategia es bastante clara y se vertebra en torno a la idea de que Italia no es la Grecia de Varoufakis: aunque lleve una década en crisis económica, no deja de ser la tercera economía y el segundo país industrial de la UE, por lo que es “demasiado grande para caer”. 

De ahí que su margen de negociación y de presión sea mucho más amplio. En suma, los economistas de la Liga piensan que Italia podría ser fuerte en el ámbito de la negociación precisamente porque ahora es débil en el ámbito económico.

 Desde Mario Monti en adelante, los gobiernos italianos partían de la premisa de que Italia era políticamente débil en la UE porque lo era también económicamente. Por ende, pensaban que la prioridad era reforzar Italia en este segundo plano, siguiendo las órdenes europeas (aunque éstas provocasen paro y desequilibrios en las cuentas públicas), para después poder ir a Bruselas a dar batalla por una política macroeconómica más expansiva (cosa que nunca ocurría, porque el país —repito— se debilitaba al seguir aquellas órdenes).

La convicción de la Liga de que la actual debilidad económica del país es al mismo tiempo su fuerza, o —si se prefiere decir de otro modo— que la moneda única no puede existir sin la adhesión de Italia, le da seguridad para tener una actitud más enérgica ante los socios europeos y, llegado el caso, poner vetos a las propuestas de reforma del euro que sean desfavorables para la economía italiana. De modo que, justo en el momento en que se acerca el final del Quantitative Easing del BCE, todos los escenarios están abiertos.

 Lo único que no aceptará el gobierno, o cuando menos la Liga, es acatar la lógica —seguida hasta ahora— por la cual el mantenimiento del país en la moneda única pasa por la aceptación del mercantilismo alemán. Si el gobierno de Berlín no muestra una actitud colaborativa, por ejemplo aminorando su superávit comercial a través de un aumento de los salarios y de la inflación, el gobierno italiano se mostrará pugnaz y vendrán curvas en la UE.

 A falta de una izquierda transformadora —punto sobre el cual volveré al final— el problema reside en que los partidos de la oposición (desde los socioliberales de “Libres e Iguales” y del PD hasta Berlusconi) no pueden hacer otra oposición al nuevo gobierno que no sea —en el mejor de los casos y, como veremos en seguida, no sin contradicciones— la relativa a los derechos de los inmigrantes. 

Porque, desde un punto de vista económico, todos estos partidos apoyaron las medidas de austeridad y supresión de derechos sociales iniciadas con el tercer gobierno de Berlusconi (2008-2011) e intensificadas por los gobiernos de Mario Monti, Enrico Letta, Matteo Renzi y Paolo Gentiloni (...)

El resultado final de esta política austeritaria ha sido desastroso: el país acaba de dejar atrás una década de deflación, devaluación salarial y crecimiento anémico durante la cual perdió el 20% de su producción industrial, en la que el paro alcanzó los dos dígitos y diez millones de personas cayeron en la pobreza (según datos del Eurostat de 2017), y en que la deuda publica pasó del 106% del PIB de 2008 al 130% de 2018. 

Aun así, y ante una población en su mayoría exhausta que, desde 2013, emitía señales inequívocas de descontento político, estos partidos nunca han formulado una autocrítica seria de su acción de gobierno.  (...)

Está claro que el Movimiento 5 Estrellas se ha beneficiado de su llegada tardía al Parlamento y de no haber participado en ninguno de esos gobiernos. En parte se puede decir lo mismo de la Liga, que se instaló en la oposición tras la defenestración de Berlusconi en noviembre de 2011.

 Con lo cual, al menos en lo que respecta a la economía, lo tuvieron fácil para presentarse ante las clases trabajadoras como fuerzas socialmente más a la izquierda que un centroizquierda oficial que, aún hoy, sigue estando incomprensiblemente orgulloso de su política económica.  (...)

El problema es que, ante la llegada masiva de inmigrantes —y en medio de una situación de deflación y paro elevado— la campaña antiinmigrantes de Salvini hizo mella en el electorado; y más en aquel que tenía dificultades para llegar a final de mes.  (...)

Así, en la última campaña electoral, el líder de la Liga pudo presentarse como el hombre que actuaría con la misma dureza del PD y que, a diferencia de éste, “europeizaría el problema”, en el sentido de obligar —por las buenas o por las malas— a los demás gobiernos europeos a colaborar en la solución aceptando a las respectivas cuotas de inmigrantes que la Comisión Europea fijó, inútilmente, en 2015. 

Y si digo que también podría ser por las malas es porque Salvini es consciente de jugar con ventaja, ya que esta cuestión es la única que no puede solucionar el poder monetario de Mario Draghi (que hasta la fecha ha sido el verdadero factor que ha mantenido unida a una UE en crisis permanente). 

Quiero decir con ello que la posición del líder de la Liga, como confirman las encuestas, ha obtenido un amplio respaldo entre la población italiana porque en la práctica apenas difiere de la anterior y porque resalta las contradicciones de unos socios europeos que dejaron sola a Italia ante un problema que afectaba a todo el continente. Esta es la razón por la que la intensa campaña de los medios de comunicación afines al PD contra la xenofobia de la Liga no solo no ha funcionado, sino que hasta parece haberla reforzado.  (...)

El tiempo de la izquierda falsamente optimista a la Renzi, que se dirigía a las “excelencias” del país y a los jóvenes que cultivaban un abstracto cosmopolitismo por haber hecho el Erasmus, ha terminado para siempre.

Salvini entendió en su momento que, después de años de devastación socioeconómica, lo que emergía en el país era una imperiosa demanda de protección social que él, como todo populista derechista, hace suya pero que interpreta mal y con la ferocidad de quien excluye al que no pertenece a la “comunidad nacional”. 

Con todo, esta demanda de protección es legítima y sobre ella se redactó la Constitución Italiana de 1948, nacida del consenso antifascista. La poderosa izquierda italiana de posguerra, que todavía hoy muchos recuerdan, se construyó interactuando con las clases subalternas, dándoles dignidad humana, interpretando sus necesidades materiales y construyendo junto a ellas un nuevo sentido común y una nueva visión del mundo. 

Aunque los tiempos hayan cambiado, y las circunstancias sociales sean diferentes, no hay motivos para pensar que, en lo esencial, dicha manera de pensar la (y de hacer) política tenga que cambiar. Sobre todo para lo poco que ha quedado a la izquierda del PD, que, desde hace una década, es víctima del ensimismamiento y la autorreferencialidad.

En Italia, la reconstrucción de una izquierda digna de tal nombre solo será posible si se recupera un discurso, y una práctica, que devuelvan el principio de esperanza a unas clases populares afligidas por la atomización social y la precariedad de sus vidas laborales. 

La esperanza de un futuro mejor que, por último pero no por ello menos importante, desactive los miedos que alimentan la política de Salvini y allane el camino a una política de acogida a los inmigrantes que sea realmente solidaria."               (Giaime Pala, Mientras Tanto, 29/06/18)

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