"(...) ¿Cómo es posible —vienen a decir estos medios— que el país haya caído en
manos de un político de derecha dura, xenófobo, de oratoria demagógica y
con un partido detrás que hace tan solo cinco años a punto estuvo de
desaparecer del mapa electoral por escándalos de corrupción?
(...) la Liga, una organización que, según las encuestas de estas últimas
semanas, ya navega en torno al 30% de los votos, lleva la voz cantante
en el gobierno recién creado junto al Movimiento 5 Estrellas (M5E) y,
como han vuelto a confirmar las elecciones municipales del día 24 de
junio, está penetrando en el electorado tradicionalmente de izquierdas.
En este artículo me propongo esbozar algunas consideraciones que puedan
ayudar a encuadrar el éxito de esta senda nacionalpopulista.
Más vale decirlo enseguida y sin rodeos: la Liga
domina la escena italiana por lo pronto porque Matteo Salvini es el
mejor político italiano. No importa el disgusto —en mi caso notable— que
pueda causar tamaña afirmación. Cuenta el hecho de que un análisis
político serio tiene que partir de la honestidad intelectual y reconocer
las capacidades del adversario al que se quiere derrotar.
En efecto,
Salvini se ha demostrado un líder no solo terriblemente eficaz a la hora
de comunicar sus ideas políticas, sino también capaz de tener algunas
intuiciones brillantes, como la de que la vieja “Liga Norte”
regionalista, folclórica y neoliberal había acabado su recorrido, y que
su relanzamiento pasaba por convertirla en un partido nacional,
nacionalista italiano y con un mensaje social ambiguo pero
potencialmente atractivo para los trabajadores (búsqueda del pleno
empleo, mantenimiento de los servicios sociales y del sistema de
pensiones, mayor participación del Estado en la economía, etc.).
En
segundo lugar, Salvini ha dado prueba de su astucia y paciencia: ha
sabido controlar el tiempo de las negociaciones para formar gobierno, ha
convencido a Berlusconi para no romper la coalición de centro-derecha
pese al acuerdo de gobierno sellado con el M5E y no ha exigido
inútilmente la presidencia del gobierno.
A mayor abundamiento, ha sabido apuntalar una clase
dirigente experimentada en la gestión de numerosos ayuntamientos y
regiones del rico norte del país. Para decirlo rápido: la Liga no es el
Front National, es decir, un partido “ligero” y que hasta ahora ha
basado su estrategia electoral en el tirón electoral de Marie Le Pen.
Después de la transformación del Partido Demócrata en un partido de
cuadros y con una militancia menguante y envejecida, la Liga es, a día
de hoy, el único partido realmente existente en Italia, con una base
electoral activa, dominante en el norte y en expansión en el centro y
(aunque menos) en el sur de la península.
Una base que Salvini mima,
elogia y visita para que sus militantes y simpatizantes se sientan parte
no solo de una estructura política sino también de una comunidad social
unida por un vínculo casi afectivo.
En definitiva, estamos ante una organización
homogénea, disciplinada y que se vuelve fuerte ante las críticas de los
grandes diarios italianos.
En el fondo, y hablando ahora en términos
estrictamente metodológicos, la Liga es un partido leninista, si
entendemos el adjetivo en un sentido amplio pero no impreciso: como
sinónimo de organización, determinación, ideas claras y coherencia
estratégica. No sorprende, pues, que esté dominando a su socio de
gobierno, el Movimiento 5 Estrellas, al que impone su agenda política y
sus prioridades de gobierno.(...)
Contrariamente a lo que afirman algunos diarios
españoles, la Liga no intentará sacar al país de la moneda única. Su
estrategia es bastante clara y se vertebra en torno a la idea de que
Italia no es la Grecia de Varoufakis: aunque lleve una década en crisis
económica, no deja de ser la tercera economía y el segundo país
industrial de la UE, por lo que es “demasiado grande para caer”.
De ahí
que su margen de negociación y de presión sea mucho más amplio. En suma,
los economistas de la Liga piensan que Italia podría ser fuerte en el
ámbito de la negociación precisamente porque ahora es débil en el ámbito
económico.
Desde Mario Monti en adelante, los gobiernos italianos
partían de la premisa de que Italia era políticamente débil en la UE
porque lo era también económicamente. Por ende, pensaban que la
prioridad era reforzar Italia en este segundo plano, siguiendo las
órdenes europeas (aunque éstas provocasen paro y desequilibrios en las
cuentas públicas), para después poder ir a Bruselas a dar batalla por
una política macroeconómica más expansiva (cosa que nunca ocurría,
porque el país —repito— se debilitaba al seguir aquellas órdenes).
La convicción de la Liga de que la actual debilidad
económica del país es al mismo tiempo su fuerza, o —si se prefiere decir
de otro modo— que la moneda única no puede existir sin la adhesión de
Italia, le da seguridad para tener una actitud más enérgica ante los
socios europeos y, llegado el caso, poner vetos a las propuestas de
reforma del euro que sean desfavorables para la economía italiana. De
modo que, justo en el momento en que se acerca el final del Quantitative Easing
del BCE, todos los escenarios están abiertos.
Lo único que no aceptará
el gobierno, o cuando menos la Liga, es acatar la lógica —seguida hasta
ahora— por la cual el mantenimiento del país en la moneda única pasa por
la aceptación del mercantilismo alemán. Si el gobierno de Berlín no
muestra una actitud colaborativa, por ejemplo aminorando su superávit
comercial a través de un aumento de los salarios y de la inflación, el
gobierno italiano se mostrará pugnaz y vendrán curvas en la UE.
A falta de una izquierda transformadora —punto sobre el cual volveré al
final— el problema reside en que los partidos de la oposición (desde los
socioliberales de “Libres e Iguales” y del PD hasta Berlusconi) no
pueden hacer otra oposición al nuevo gobierno que no sea —en el mejor de
los casos y, como veremos en seguida, no sin contradicciones— la
relativa a los derechos de los inmigrantes.
Porque, desde un punto de
vista económico, todos estos partidos apoyaron las medidas de austeridad
y supresión de derechos sociales iniciadas con el tercer gobierno de
Berlusconi (2008-2011) e intensificadas por los gobiernos de Mario
Monti, Enrico Letta, Matteo Renzi y Paolo Gentiloni (...)
El resultado final de esta política austeritaria ha sido desastroso: el
país acaba de dejar atrás una década de deflación, devaluación salarial y
crecimiento anémico durante la cual perdió el 20% de su producción
industrial, en la que el paro alcanzó los dos dígitos y diez millones de
personas cayeron en la pobreza (según datos del Eurostat de 2017), y en
que la deuda publica pasó del 106% del PIB de 2008 al 130% de 2018.
Aun
así, y ante una población en su mayoría exhausta que, desde 2013,
emitía señales inequívocas de descontento político, estos partidos nunca
han formulado una autocrítica seria de su acción de gobierno. (...)
Está claro que el Movimiento 5 Estrellas se ha beneficiado de su llegada
tardía al Parlamento y de no haber participado en ninguno de esos
gobiernos. En parte se puede decir lo mismo de la Liga, que se instaló
en la oposición tras la defenestración de Berlusconi en noviembre de
2011.
Con lo cual, al menos en lo que respecta a la economía, lo
tuvieron fácil para presentarse ante las clases trabajadoras como
fuerzas socialmente más a la izquierda que un centroizquierda oficial
que, aún hoy, sigue estando incomprensiblemente orgulloso de su política
económica. (...)
El problema es que, ante la llegada masiva de inmigrantes —y en medio de
una situación de deflación y paro elevado— la campaña antiinmigrantes
de Salvini hizo mella en el electorado; y más en aquel que tenía
dificultades para llegar a final de mes. (...)
Así, en la última campaña electoral, el líder de la
Liga pudo presentarse como el hombre que actuaría con la misma dureza
del PD y que, a diferencia de éste, “europeizaría el problema”, en el
sentido de obligar —por las buenas o por las malas— a los demás
gobiernos europeos a colaborar en la solución aceptando a las
respectivas cuotas de inmigrantes que la Comisión Europea fijó,
inútilmente, en 2015.
Y si digo que también podría ser por las malas es
porque Salvini es consciente de jugar con ventaja, ya que esta cuestión
es la única que no puede solucionar el poder monetario de Mario Draghi
(que hasta la fecha ha sido el verdadero factor que ha mantenido unida a
una UE en crisis permanente).
Quiero decir con ello que la posición del
líder de la Liga, como confirman las encuestas, ha obtenido un amplio
respaldo entre la población italiana porque en la práctica apenas
difiere de la anterior y porque resalta las contradicciones de unos
socios europeos que dejaron sola a Italia ante un problema que afectaba a
todo el continente. Esta es la razón por la que la intensa campaña de
los medios de comunicación afines al PD contra la xenofobia de la Liga
no solo no ha funcionado, sino que hasta parece haberla reforzado. (...)
El tiempo de la izquierda falsamente optimista a la
Renzi, que se dirigía a las “excelencias” del país y a los jóvenes que
cultivaban un abstracto cosmopolitismo por haber hecho el Erasmus, ha
terminado para siempre.
Salvini entendió en su momento que, después de años de
devastación socioeconómica, lo que emergía en el país era una imperiosa
demanda de protección social que él, como todo populista derechista,
hace suya pero que interpreta mal y con la ferocidad de quien excluye al
que no pertenece a la “comunidad nacional”.
Con todo, esta demanda de
protección es legítima y sobre ella se redactó la Constitución Italiana
de 1948, nacida del consenso antifascista. La poderosa izquierda
italiana de posguerra, que todavía hoy muchos recuerdan, se construyó
interactuando con las clases subalternas, dándoles dignidad humana,
interpretando sus necesidades materiales y construyendo junto a ellas un
nuevo sentido común y una nueva visión del mundo.
Aunque los tiempos
hayan cambiado, y las circunstancias sociales sean diferentes, no hay
motivos para pensar que, en lo esencial, dicha manera de pensar la (y de
hacer) política tenga que cambiar. Sobre todo para lo poco que ha
quedado a la izquierda del PD, que, desde hace una década, es víctima
del ensimismamiento y la autorreferencialidad.
En Italia, la reconstrucción de una izquierda digna de
tal nombre solo será posible si se recupera un discurso, y una
práctica, que devuelvan el principio de esperanza a unas clases
populares afligidas por la atomización social y la precariedad de sus
vidas laborales.
La esperanza de un futuro mejor que, por último pero no
por ello menos importante, desactive los miedos que alimentan la
política de Salvini y allane el camino a una política de acogida a los
inmigrantes que sea realmente solidaria." (Giaime Pala, Mientras Tanto, 29/06/18)
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