"Durante las dos últimas semanas, las provincias chiíes de Irak, que
forman la mitad sur del país y donde vive la mayor parte de la
población, viven un verdadero clima de revolución social.
Aunque no haya
cifras totalmente fiables, el Gobierno reconoce al menos ocho muertos y
una cifra de heridos que se acercaría a los trescientos, muchos de
ellos policías. (...)
También llegan noticias de (...)
asalto a oficinas gubernamentales y, por primera vez, a
las sedes de los principales partidos chiíes, por lo general de
orientación integristas, que han controlado los sucesivos gobiernos
desde la invasión angloamericana de 2003.
Entre estas sedes se encuentran las de los grupos Hezbolah (Partido de Dios) y la organización Al Bader, vinculados a la familia Al Hakim, una de las más prestigiosas entre la comunidad chií, las sedes de los partidos del actual primer ministro, Haidar Abadi, y de su antecesor, Nuri al Maliki, e incluso de las Unidades de Movilización Popular, que, con el apoyo de Irán, han llevado el peso de la lucha contra el Estado Islámico.
Las protestas se iniciaron el 8 de julio en Basora,
donde en verano se superan diariamente los 50 grados de temperatura,
debido a la falta de agua potable y de electricidad para los
ventiladores y el aire acondicionado, pero de forma inmediata se
volvieron contra la ineficacia del Gobierno, la corrupción de los
partidos dominantes, un paro que castiga fundamentalmente a la juventud
–el 60 por cien de la población tiene menos de 24 años- y, en
definitiva, contra la pobreza de una zona de Irak por donde entran y
salen la mayor parte de las mercancías y la producción petrolífera. (...)
No es ninguna casualidad que precisamente esta
“revolución social” haya cuajado en las provincias donde consiguió sus
mejores resultados la coalición Sairún (En Marcha), una alianza formada tras la confluencia entre comunistas y seguidores de Muqtada al Sader en las mencionadas concentraciones semanales de la plaza Tahrir contra la corrupción y la ineficacia gubernamentales.
Ambos, comunistas y saaderistas, han llevado el peso
de esas movilizaciones que exigen, como las actuales protestas, que el
Gobierno no responda a posiciones sectarias religiosas o étnicas sino a
una justicia social que trate a todos los ciudadanos por igual y saque
de la pobreza a amplias capas de la población marginadas por la nueva
clases político-religiosa que se ha instalado en el poder.
En concreto, Sairún, que propugna igualmente una
reconstrucción total del Estado iraquí, consiguió el primer puesto en
las provincias de Bagdad, Najaf, Misan, Wasit, Muthana y Dhi Qar, y el
segundo en Babel, Kerbala y Basora.
Lo más novedoso de la actual
situación es que el Partido Comunista –el más antiguo del país- ha
recuperado un protagonismo político que prácticamente había desaparecido con la hegemonía social de las organizaciones integristas chiíes.
Gracias a esta alianza, por ejemplo, han entrado en
el Parlamento dos mujeres comunistas que se han distinguido por su
compromiso con la justicia social y los derechos de la mujer. Una de
ellas es Haifa al Amín, a la que se le
pudo ver durante la campaña electoral repartiendo flores entre los
trabajadores de Nasiriya, capital de Dhi Qar y donde el Partido Comunista abrió su primera sede el año 1934, nada más proclamarse la independencia de Irak en forma de monarquía; la otra, Suhad al Khatib, ha logrado un importante triunfo en Najaf, “la ciudad santa del chiísmo”.
No es la primera vez que el Partido Comunista juega
un papel importante en la vida política iraquí. También lo tuvo durante
el Gobierno progresista de Abdelkarim Qasem, militar que derribó la monarquía con la Revolución del 14 de Julio el año 1958 para ser, a su vez, asesinado cinco años más tarde por el Baath que llevaría a Sadam Huseín al poder.
Entonces el PC de Irak tenía una gran ascendencia
social entre los campesinos chiíes del sur, los trabajadores de la
industria petrolífera y ciertas minorías étnicas o religiosas, como los
kurdos, yezidis o failis. Después, tras la Revolución Islámica de Irán
en 1979, las corrientes chiíes pro-iraníes y las wahabíes pro-saudíes
irrumpieron con fuerza luchando contra la dictadura de Sadam, contra la
invasión angloamericana y finalmente enzarzándose en una lucha sectaria
entre chiíes y suníes que ha llevado a Irak a la guerra civil.
La actual oleada de protestas y el “voto castigo” a
favor de saaderistas y comunistas, parece indicar un cambio de ciclo,
volviendo así a una lucha popular basada más en planteamientos sociales
que religiosos." (Manuel Martorell, Cuarto Poder, 20/07/18)
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