"(...) El libro señala las manifestaciones de junio de
2013 como el marco temporal para el inicio de este resurgir de
movimientos de ultraderecha. ¿Fueron la consecuencia de esta especie de
15M brasileño?
Las manifestaciones de junio de 2013 fueron un momento de
catarsis donde todo el mundo salió a la calle a manifestarse. Tanto la
izquierda como la derecha. El Partido de los Trabajadores, que era quien
estaba en el poder, no supo leer lo que sucedía. Pero los grupos de
derecha sí supieron canalizar ese descontento.
No diría que la onda de
ultraderecha sea una consecuencia de las manifestaciones, sino que a
partir de estas protestas estos grupos supieron capitalizar el cansancio
y la indignación de la gente, y dar rienda suelta al antipetismo tan
visceral que tenemos hoy. (...)
Precisamente algo que tienen en común estos
movimientos de extrema derecha es que se definen a través de la
negación. ¿De qué derechas estaríamos hablando y en cuál encajaría el
candidato presidencial Jair Bolsonaro?
Cada una de ellas tiene una idiosincrasia. Por un lado
está la derecha ultraneoliberal que fomenta el discurso del odio contra
el pobre, y defiende la meritocracia, y la idea de que si alguien es
pobre es porque se quiere, porque no se esfuerzan lo suficiente.
Tenemos
una derecha fundamentalista religiosa, con un discurso intolerante
hacia las costumbres, que propone una vuelta a valores tradicionales,
que se manifiesta contra el feminismo, contra el aborto, contra los
LGTB. Hay otra derecha militarizada, de la antipolítica,
antidemocrática, que propone la vuelta a la dictadura y es
fundamentalmente punitiva.
Estas derechas no funcionan aisladas, sino
que se comunican y Bolsonaro representa una confluencia de todas ellas
porque defiende un conservadurismo en las costumbres, un neoliberalismo
extremo en lo económico, y se coloca como representante de los militares
y defensor de la dictadura. Todo esto representa una novedad porque
antes la derecha brasileña encajaba más en un neoliberalismo económico
pero era progresista en las costumbres.
¿Cuál sería la característica de la ultraderecha
brasileña respecto a sus homólogos internacionales como Donald Trump o
Matteo Salvini?
Si se compara la ultraderecha brasileña con la europea o
norteamericana, la primera diferencia que vemos es que mientras la
norteamericana es esencialmente proteccionista en lo económico, la
brasileña es ultraneoliberal. Bolsonaro antes de las elecciones también
era un proteccionista pero, al ver que el dinero de la campaña venía de
los ultraneoliberales, cambió su discurso.
Ha dado un giro muy grande
que creo que fortalece más a la derecha brasileña. El inversor Paulo
Guedes, que es un hombre muy querido por los mercados, es quien está
detrás de ese cambio y en teoría será el ministro de Economía y Hacienda
en un gobierno Bolsonaro. El otro punto en el que difiere de la europea
y norteamericana es que éstas se hacen fuertes con la idea del enemigo
externo, contra el inmigrante o el refugiado, pero en Brasil el enemigo
es interno.
La idea de la nación brasileña no está en juego, para esta
ultraderecha la amenaza está dentro y sería el petista, el negro favelado, las minorías identitarias que exigen derechos. Usan el mismo discurso, pero aquí el enemigo está en casa.
Llama la atención cómo un candidato que hace
declaraciones tan homófobas, racistas, machistas, sea amparado por el
46% del electorado.
Primero hay que tener en cuenta que Brasil es un país muy
racista, muy machista, donde matan más LGTB del mundo, y en el que la
mitad de la población defiende la máxima de “bandido bueno, bandido
muerto”. A la idiosincrasia brasileña se junta un fenómeno global que
tiene que ver con la canalización del discurso de odio como si fuera
algo lúdico, folclórico, el discurso del meme.
Donald Trump es el mejor
ejemplo de todo eso, esa nueva idea del payaso en la política. A un
payaso no se le toma en serio, de ahí la frivolidad con la que se
entienden este tipo de declaraciones. Además no es que todos sus votante
defiendan ese tipo de declaraciones, sino que le votan a pesar de
ellas.
Sorprenden los votos que ha recibido de las mujeres y los homosexuales, que son dos de los colectivos que más ataca.
Tanto las mujeres como los gays que le apoyan tienen el
mismo discurso. Culpabilizan a los movimientos sociales que los
representan, los definen como exagerados, como victimistas. Muchas
mujeres dicen que las feministas han creado una atmósfera de caos, que
son violentas y agresivas. De los gays, los propios gays dicen que son
muy exagerados, folclóricos y exhibicionistas.
Las mujeres, los
homosexuales y también muchos negros que le votan, defienden que son
iguales al resto, que no necesitan privilegios, que se debe salir
adelante con esfuerzo y trabajo y no con ayudas sociales. Las mujeres
que entrevisté repetían mucho el argumento de que si una mujer quiere
los mismos derechos del hombre que trabaje igual que él.
¿Y a qué achaca el aumento que ha tenido entre los pobres?
Entre los más pobres lo que más ha influido es el apoyo de
dirigentes evangélicos como el obispo Emir Macedo –creador de la
Iglesia Universal con 9 millones de seguidores–. Pero el votante
mayoritario de Bolsonaro pertenece a las clases más altas y es hombre,
blanco, de entre 30 y 40 años, y con escolaridad superior completa.
Responde perfectamente a ese discurso suyo que dice que los blancos
heterosexuales son víctimas de las minorías, que ellos también tienen
derechos. (...)
¿El antipetismo es el pilar que sostiene a Bolsonaro?
Sin duda. El odio al PT es clave para entender su éxito.
Es más, creo que mucha gente cuando le vota es pensando en un voto
contra el PT y no tanto a favor de Bolsonaro. El antipetismo se ha
propagado como la peste y representa un rencor de clase, un odio al
pobre que consiguió ascender socialmente. Además de responsabilizar a
este partido de todos los escándalos de corrupción y de la actual crisis
económica por la que pasa el país.
Cómo se ha propagado tan rápido ese antipetismo
cuando hace diez años Lula da Silva dejaba el país como el presidente
más querido de la historia con un 85% de aprobación.
Es una pregunta que no tiene fácil respuesta, todavía no
lo tengo muy claro. Conseguí algunas pistas durante las entrevistas que
hice en las manifestaciones a favor del impeachment de Rousseff
hace un par de años.
Por ejemplo, había unanimidad de las clases medias
a la hora de rechazar las políticas sociales del PT como la Bolsa
Familia, el Más Médicos, la cuotas raciales en las universidades. Me
encontré con un rechazo total a la inclusión del pobre, y eso también lo
vi entre las nuevas clases medias que subieron el escalón social
gracias a los gobiernos del PT.
Estas clases medias nuevas hicieron una
reelaboración de la memoria. Pero creo que lo más importante a la hora
de odiar al PT y a Lula tiene que ver con ese clasismo, el miedo al
ascenso social del pobre, y un discurso muy individualista tanto de la
clase media tradicional como de la emergente que se preocupa por imitar a
las élites.
¿Cuál cree que ha sido el mayor error del PT para no haber conseguido frenar este antipetismo?
Uno de sus principales errores fue no saber hablar con las
clases medias. Enriquecieron a los ricos y a los pobres, pero la clase
media se quedó huérfana. Ese problema se repite en casi todas las
izquierdas latinoamericanas que se centran casi en exclusividad en los
pobres, y se olvidan de que las clases medias son las que tienen más
capacidad para movilizar la opinión pública.
El otro gran fallo fue el
apostar todas las fichas en el consumo como herramienta de inserción
social y pensar que a través del consumo se politizaría a la gente. Como
si de alguna forma el pueblo estuviera históricamente agradecido al PT
por haberle ofrecido nuevos enseres de consumo. Creyeron que con el
aumento de la renta no hacía falta más, y no supieron ver que esas
nuevas clases medias, completamente despolitizadas, se convertirían en
las más antipetistas. (...)
¿Tras el resultado de la primera vuelta se puede decir que la extrema derecha ha absorbido a la derecha tradicional?
La derecha ha sido la gran perdedora de estas elecciones
porque muchos de sus votos han ido a parar a Bolsonaro. El PSDB que es
el centro-derecha tradicional, el de Fernando Henrique Cardoso, ha
pasado de ser el tercer grupo parlamentario del Congreso a ser el
octavo.
Un resultado parecido lo ha sufrido el MBD –el partido de Michel
Temer–, curiosamente ambos fueron los que sacaron adelante el impeachment, y hoy son los más castigados. (...)" (Entrevista a ESTHER SOLANO / Socióloga y profesora de la Universidad Federal de Sao Paulo, Agnese Marra, CTXT, 24/10/18)
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