"Que el neoproteccionismo haya resurgido
en Gran Bretaña y EEUU, la cuna de Thatcher y Reagan, los líderes que
impulsaron hace casi 30 años el neoliberalismo, es el fenómeno que mejor
define las contradicciones actuales de la globalización económica.
Que
sean Trump o los populismos xenófobos quienes capitalicen el desencanto
social que provoca la desigualdad global es el fenómeno que mejor
define las contradicciones y limitaciones de la izquierda política en
los países desarrollados.
Sin
posibilidades de discutir las causas que someten al mundo en un estado
de shock, sin que el pensamiento racional progresista muestre a dónde
vamos y en qué plazos, las personas comunes se niegan a seguirles el
juego y dicen basta.
La izquierda sigue apuntada al consenso
sobre la libertad de comercio como algo intocable y cuasireligioso, un
mito absoluto de progreso en tanto que símbolo de sociedades abiertas.
En la práctica no es así. Todo es cuestión de medidas, de prioridades,
de ritmos, de prisas o pausas.
Aunque
la libertad de movimiento para mercancías, capitales y trabajo sea la
tendencia deseable, solo se transforma en progreso si se desarrolla con
una agenda equilibrada y armónica, una condición imposible en la época
acelerada y desigual en la que vivimos. El librecambio es ya pura
retórica en aspectos esenciales.
Mientras Occidente levanta su bandera,
activa todas las medidas proteccionistas para evitar la libertad de
movimiento del trabajo, incluida el cierre de fronteras a refugiados e
inmigrantes. Al tiempo, se niega a poner coto al exceso de libertades
para el movimiento de capital, origen de los paraísos fiscales. Donde
debería facilitar la libertad de movimiento, introduce protecciones y
donde debería establecer protecciones y control se muestra libérrimo. (...)
La liberalización económica ha sido siempre el argumento de los que obtienen ventajas con ella. Así ocurrió siempre.
Hace
150 años un episodio anticipaba la importancia de los tiempos en la
agenda de liberalización del comercio. En 1865, Ulisses Grant,
presidente de EEUU, sufría presiones para someterse a la libertad de
comercio que propugnaban los manchesterianos del Reino Unido, entonces
la potencia económica indiscutible. Ulisses se opone afirmando:
“nosotros también estaremos de acuerdo con implantar la libertad de
comercio, pero será dentro de 100 o 200 años, cuando hayamos sacado todo
el partido a las políticas proteccionistas”. Y así ha sido.
Si
la integración de España en la UE no se puede cuestionar, la velocidad
impuesta por Alemania y aceptada por Felipe Gonzalez facilitó una
desindustrialización acelerada en un shock brutal del que España no se
ha recuperado.
El argumento de fondo
queda claro: el acceso a la libertad económica exige ritmos
adecuadamente lentos para los que tienen estructuras mas débiles; los
ritmos acelerados en la integración es el camino de la desigualdad,
porque consolida el poder de los poderosos. (...)
La socialdemocracia ha creído muerto demasiado pronto el Estado-nación,
paradójicamente rehabilitado con la crisis. E ignora experiencias de los
países que decidieron no entrar en la UE, como Suiza, Islandia,
Noruega, o los que optaron por quedarse fuera de la eurozona como
Suecia, Dinamarca, el Reino Unido o Polonia. (...)
Hayek defendía la unión europea porque
acabaría con el estado social, Habermas porque lo salvaría. Sobra decir a
quién está dando la historia la razón.
Las falsas ‘cesiones’ de soberanía
La
realidad es que no ha habido una cesión de soberanía desde el rol de
ciudadano español o francés o italiano, al de ciudadano europeo. Lo que
ha pasado en ese tránsito es que la soberanía se pierde, no se cede,
porque no hay al otro lado ningún cuerpo de poder institucionalizado,
mínimamente democrático, que la herede.
La Unión Europea, especialmente
desde que el núcleo central se integra en la eurozona, es una
organización hayekiana, elitista, que lejos de organizar una soberanía
democrática de rango superior al Estado-nación, ha estado minándolo,
sistemáticamente.
Manifestarse así no
implica defender hoy la salida de la UE o la eurozona, pero sí
condicionar su futuro a una condiciones de supervivencia que deben
formar parte de la agenda de los próximos cuatro años.
Mientras tanto,
es imprescindible no dar un paso más en la cesión de competencias sin
antes asegurarse suficientes resortes de control democrático. Y estar
muy atentos a los nuevos shock asimétricos que pueden causar la
implosión de la UE en la próxima crisis que nos dejarían fuera y sin
alternativa. Eso sí sería el caos." ( , Economistas frente a la crisis, 16/08/18)
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