"El sábado 300.000 personas expresaron su activa protesta organizando más
de 2000 bloqueos de carreteras y peajes en toda Francia. Hay que seguir
de cerca este fenómeno de los chalecos amarillos, movimiento auto(des)organizado a través de las redes sociales, popular e imprevisible. (...)
El ministro del interior francés, Christophe Castaner constató, el
martes, la “degeneración total de una protesta que en general mantuvo el
sábado buena conducta”. “Asistimos a una radicalización con
reivindicaciones que ya no son coherentes, que van en todas
direcciones”, ha dicho.
La CGT, el sindicato francés menos manso, se ha
desmarcado pero hasta tres de cada cuatro franceses han expresado según
las encuestas su apoyo a esta manifestación en la que se escuchan
llamadas a la dimisión del “presidente de los ricos”.
La chispa ha sido la subida de los impuestos a los carburantes. Eso
ha llevado a declarar a una ex ministra socialista de medio ambiente,
Delphine Batho, típica representante de la izquierda-caviar,
que la protesta es una, “acción de solidaridad con el lobby petrolero”.
Pero tras la fiscalidad al diesel se esconde una clara cuestión de
clase, una injusticia fiscal que grava a la gente del extrarradio, la
más encadenada al uso del coche para ir al trabajo, o que trabaja con él
(transportistas, agricultores), dibujando toda la geografía de la
Francia periférica de las zonas rurales y los extrarradios urbanos.
Hay
en su protesta un agravio comparativo hacia el trato fiscal que reciben
los ricos, con la eliminación del impuesto a las grandes fortunas, y una
indignación y hartazgo con las despreciativas declaraciones del Júpiter Macron que cada mes evidencia su mentalidad elitista. Es esta fractura de clase la que asusta: desorganizada, radical e imprevisible.
De repente, como se lee en la prensa alemana, se advierte el peligro
provocado por lo que antes se consideraba éxito y victoria: el
descabezamiento y la integración de las organizaciones sindicales que
todavía defendían intereses de clase.
La paradoja del resultado de
décadas de políticas encaminadas a descafeinar a los sindicatos es que
desemboca en una preocupación ante el peligro que supone la ausencia de
interlocutores (sindicales) corruptos con los que negociar cabreos como
este.
En unos momentos en los que por toda Europa surgen populismos de
signo conservador o reaccionario con los que la derecha capitaliza y
canaliza los ríos de descontento y sufrimiento social suscitados por la
crisis, hay que estar atento a cualquier manifestación de un movimiento
que huele a algo de clase, aunque acabe en agua de borrajas.
Si en
Europa llegara a formarse algo parecido a un bloque popular-ciudadano
antiburgués bien podría ser a partir de este tipo de chispas. Con la
actual configuración capitalista de los espacios y geografías, el precio
del carburante desempeña un papel no muy diferente al del pan en los
motines de antaño.
Afortunadamente, tras no pocos titubeos, la France Insoumise de Jean-Luc Melenchon se ha dado cuenta de eso y ha expresado su apoyo a esta protesta. Y el lugar es Francia. (...)
Hace tiempo que modestamente sostengo que si en Francia no pasa nada, es
decir que si lo que queda de la mayor tradición social y republicana
del continente se demuestra incapaz de reaccionar a esta crisis que
incrementa la desigualdad social y arrasa con derechos costosamente
adquiridos, entonces no pasará nada fundamental de signo liberador y
progresista a medio plazo en esta parte del mundo.
Lo último de Macron es aplicar la directiva europea de reducir las
pensiones en un país en el que apenas hay jubilados pobres, como es el
caso de Alemania donde ese cepillado se hizo hace años. (...)" (Rafael Poch, 21/11/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario