"La próxima crisis económica está más cerca de lo que usted piensa. Pero
lo que debería en verdad preocuparle es lo que viene después: en el
paisaje social, político y tecnológico actual, una crisis económica
prolongada, combinada con una creciente desigualdad económica, bien
podría escalar y convertirse en un importante conflicto militar global.
La crisis financiera global de 2008-2009 casi quebró a gobiernos y causó un colapso sistémico. Los responsables de las políticas lograron rescatar a la economía global del borde del abismo, utilizando un enorme estímulo monetario, que incluyó alivio cuantitativo y tasas de interés de casi cero (o inclusive negativas).
Pero el estímulo monetario es como una inyección de adrenalina para reanimar un corazón que dejó de latir; puede revivir al paciente, pero no hace nada para curar la enfermedad. Tratar a una economía enferma requiere reformas estructurales, que puedan cubrir todo desde los mercados financieros y laborales hasta los sistemas tributarios, los patrones de fertilidad y las políticas educativas.
Los responsables de las políticas han fracasado por completo a la hora de implementar este tipo de reformas, a pesar de que habían prometido hacerlo. Por el contrario, se han mantenido preocupados por la política. Desde Italia hasta Alemania, constituir y sostener gobiernos ahora parece llevar más tiempo que la tarea misma de gobernar. (...)
La crisis financiera global de 2008-2009 casi quebró a gobiernos y causó un colapso sistémico. Los responsables de las políticas lograron rescatar a la economía global del borde del abismo, utilizando un enorme estímulo monetario, que incluyó alivio cuantitativo y tasas de interés de casi cero (o inclusive negativas).
Pero el estímulo monetario es como una inyección de adrenalina para reanimar un corazón que dejó de latir; puede revivir al paciente, pero no hace nada para curar la enfermedad. Tratar a una economía enferma requiere reformas estructurales, que puedan cubrir todo desde los mercados financieros y laborales hasta los sistemas tributarios, los patrones de fertilidad y las políticas educativas.
Los responsables de las políticas han fracasado por completo a la hora de implementar este tipo de reformas, a pesar de que habían prometido hacerlo. Por el contrario, se han mantenido preocupados por la política. Desde Italia hasta Alemania, constituir y sostener gobiernos ahora parece llevar más tiempo que la tarea misma de gobernar. (...)
La falta de una reforma estructural ha implicado que el exceso de
liquidez sin precedentes que los bancos centrales inyectaron en sus
economías no fue asignado a sus usos más eficientes. En cambio, hizo
subir los precios de los activos globales a niveles aún más altos de los
que prevalecían antes de 2008. (...)
En tanto el ajuste monetario revela las vulnerabilidades en la economía
real, el colapso de las burbujas de precios de activos desatará otra
crisis económica –una crisis que inclusive podría ser peor que la
última, porque hemos desarrollado una tolerancia a nuestros remedios
macroeconómicos más fuertes-. Una década de inyecciones regulares de
adrenalina, en forma de tasas de interés ultra-bajas y políticas
monetarias no convencionales, ha reducido seriamente su poder para
estabilizar y estimular la economía.
Si la historia sirve de guía, las consecuencias de este error podrían extenderse mucho más allá de la economía. Según Benjamin Friedman de Harvard, los períodos prolongados de aflicción económica también se han caracterizado por la antipatía pública hacia los grupos minoritarios o los países extranjeros –actitudes que pueden ayudar a fomentar los disturbios, el terrorismo o inclusive la guerra.
Por ejemplo, durante la Gran Depresión, el presidente norteamericano Herbert Hoover firmó la Lay de Aranceles Smoot-Hawley de 1930, destinada a proteger a los trabajadores y agricultores norteamericanos de la competencia extranjera. En los cinco años subsiguientes, el comercio global se contrajo en dos tercios. En el lapso de una década, había comenzado la Segunda Guerra Mundial. (...)
Si la historia sirve de guía, las consecuencias de este error podrían extenderse mucho más allá de la economía. Según Benjamin Friedman de Harvard, los períodos prolongados de aflicción económica también se han caracterizado por la antipatía pública hacia los grupos minoritarios o los países extranjeros –actitudes que pueden ayudar a fomentar los disturbios, el terrorismo o inclusive la guerra.
Por ejemplo, durante la Gran Depresión, el presidente norteamericano Herbert Hoover firmó la Lay de Aranceles Smoot-Hawley de 1930, destinada a proteger a los trabajadores y agricultores norteamericanos de la competencia extranjera. En los cinco años subsiguientes, el comercio global se contrajo en dos tercios. En el lapso de una década, había comenzado la Segunda Guerra Mundial. (...)
Según una investigación realizada por el economista Thomas Piketty, un
alza en la desigualdad de ingresos muchas veces es seguida por una gran
crisis. La desigualdad de ingresos luego cae por un tiempo, antes de
volver a subir, hasta un nuevo pico –y un nuevo desastre-. Si bien la
causalidad todavía no ha sido comprobada, dada la cantidad limitada de
datos, esta correlación no debería tomarse a la ligera, especialmente
cuando la desigualdad de riqueza e ingresos está en niveles
históricamente altos.
Esto es todavía más preocupante en vista de los muchos otros factores que avivan el malestar social y la tensión diplomática, incluida la disrupción tecnológica, una crisis migratoria sin precedentes, la ansiedad por la globalización, la polarización política y un creciente nacionalismo. Todos son síntomas de políticas fallidas que podrían resultar puntos de ruptura para una crisis futura.
Los votantes tienen buenos motivos para sentirse frustrados, pero los populistas emocionalmente atractivos a quienes les están dando cada vez más apoyo ofrecen soluciones desacertadas que no harán más que agravar las cosas. Por ejemplo, a pesar de la interrelación sin precedentes del mundo, cada vez se evita más el multilateralismo, en un momento en que los países –principalmente el Estados Unidos de Donald Trump- pretenden implementar políticas unilaterales y aislacionistas. (...)
Esto es todavía más preocupante en vista de los muchos otros factores que avivan el malestar social y la tensión diplomática, incluida la disrupción tecnológica, una crisis migratoria sin precedentes, la ansiedad por la globalización, la polarización política y un creciente nacionalismo. Todos son síntomas de políticas fallidas que podrían resultar puntos de ruptura para una crisis futura.
Los votantes tienen buenos motivos para sentirse frustrados, pero los populistas emocionalmente atractivos a quienes les están dando cada vez más apoyo ofrecen soluciones desacertadas que no harán más que agravar las cosas. Por ejemplo, a pesar de la interrelación sin precedentes del mundo, cada vez se evita más el multilateralismo, en un momento en que los países –principalmente el Estados Unidos de Donald Trump- pretenden implementar políticas unilaterales y aislacionistas. (...)
En este contexto, debemos tomar en serio la posibilidad de que la
próxima crisis económica pudiera llevar a una confrontación militar de
gran escala. Según la lógica del politólogo Samuel Huntington,
considerar un escenario de estas características podría ayudarnos a
evitarlo, porque nos obligaría a tomar medidas.
En este caso, la clave
será que los responsables de las políticas implementen las reformas que
han prometido desde hace mucho tiempo, reemplazando a la vez el dedo
acusador y el antagonismo por un diálogo global sensato y respetuoso. La
alternativa bien puede ser una conflagración global." (Quian Liu, Jaque al neoliberalismo, 07/03/19)
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