"(...) las elecciones del domingo proporcionan una lectura ambivalente y muy
preocupante. El centro que gobernaba se ha hundido. La extrema derecha
ocupa la segunda posición, a unos pocos miles de votos de los
socialistas.
Celebración helada. Circunspección. Finlandia se ha salvado por un pelo de caer en manos de la extrema derecha. (...)
El partido de la extrema derecha, islamófobo, xenófobo, euroescéptico,
capaz de igualar e incluso superar la mayores barbaridades que se puedan
oír boca de Marine Le Pen o Matteo Salvini, roza el poder. (...)
En el país, repitámoslo hasta la saciedad, considerado como el más
feliz del mundo. Las alarmas deberían encenderse al rojo vivo. No
compensa ni sirve de mucho consuelo el avance de los verdes y otras
formaciones de izquierdas.
¿Qué ocurre en Finlandia? Es imposible justificar el auge de los
ultras con los datos de bienestar en la mano. Finlandia no es como Italia o los demás países europeos que sufren la avalancha, por otra parte menguante, de la inmigración ilegal.
En muchos aspectos, Finlandia se parece a Suiza, o al Canadá.
Se trata de sociedades en extremo tolerantes, lingüísticamente
diversas, con democracias muy bien asentadas. Es más, en estos países,
la inmigración está bien regulada, y en Finlandia muy restringida. Aún
así… tal vez por eso… (...)
Finlandia tiene, precisamente por la escasez de la inmigración, un
grave problema de envejecimiento de la población. Eso dispara los costes
de la sanidad, la asistencia y las pensiones.
De ahí la inquietud y la división de la sociedad. Los socialistas han
ganado porque prometen no reformar a la baja el estado del bienestar.
Si no lo consiguen, lo cual es probable, el futuro se presenta aciago.
Ante el temor por la disminución del nivel de vida, ciertamente
elevado a las mayores y más generalizadas cotas que ha conocido la
humanidad, pueden darse dos reacciones.
La primera, la sensata, consiste en repartir la carga de los costes
de la longevidad y apretarse un poco, sólo un poco, el cinturón. Es lo
que han intentado, sin éxito, los centristas que han gobernado en los
últimos años.
La segunda consiste en culpar a los de fuera, a los inmigrantes, de
los propios males. No importa, en este caso, que más del 93% de la
ciudadanía sea étnicamente finlandesa y que el mayor grupo minoritario
sea el de los suecos -que no llega al 6% y aún así el sueco es lengua
cooficial-.
La cuestión es buscar, y para muchos encontrar, el enemigo en el
extranjero que supuestamente viene a quedarse con una porción
desorbitada de los beneficios sociales que (también supuestamente) no
han contribuido a generar.
Ahí puede estar el problema: la tasa de inmigración es francamente
baja. Sólo el 6% de la población de Finlandia ha nacido fuera del país
-frente al 30% de Suiza o el 13% de España-.
¿Dónde está entonces el verdadero problema, si la proporción de
inmigrantes, de manera especial la de origen musulmán, es irrisoria si
comparamos Finlandia con Francia o Alemania?
El problema es la explotación del temor, de un temor irracional, a
través de la mentira. Si hubiera más inmigrantes en Finlandia, siempre
regulados porque allí lo están, es muy probable que la extrema derecha
no tuviera tanto apoyo en las urnas.
Los inmigrantes suelen ser jóvenes cuyos costes de reproducción y
educación no ha pagado el país de acogida, y que además contribuyen a
equilibrar el envejecimiento de la población. Pero como Finlandia cuenta
con una inmigración tan restringida y escasa, sus beneficios no
resultan perceptibles.
La extrema derecha finlandesa ha podido convertir a los inmigrantes
en culpables del malestar cuando el mayor causante de la angustia es
precisamente la escasez de dicha inmigración.
Con bajas tasas de natalidad y tan pocos inmigrantes, la población
envejece, se vuelve egoísta y vota a quien desvía la atención señalando a
falsos culpables." (Xavier de Bru de Sala, Economía digital, 17/04/19)
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