25.4.19

Los cazadores españoles se sienten como presas: acosados, atacados, perseguidos... en España hay un millón de cazadores... son fontaneros, albañiles, comerciantes, pequeños empresarios de construcción. Es un voto muy emocional, escapa a esquemas clásicos. Los cazadores describen una situación insoportable y casi parece que España entera está en su contra. Han tomado conciencia política como colectivo... no es solo la caza, es el mundo rural en conjunto, enfrentado al urbano, que se siente incomprendido. No queremos ser el parque temático del mundo urbano...

"Los cazadores españoles se sienten como presas: acosados, atacados, perseguidos. Escucharlos, como el pasado domingo en un campeonato de España de tiro en las afueras de Valladolid, es bastante impresionante. Gente de todas partes del país, más de 200 cazadores, realmente preocupados y dolidos, sin que el resto del mundo sea consciente de que les pasa algo.

 Da una sensación nítida de entrada en otra realidad, y esa es una de las claves del asunto: cada vez hay más pequeños mundos sociales donde se crean estados de ánimo contra un enemigo exterior. Para lo que interesa en este momento, son electores aislados en un circuito cerrado de información. Para un partido, detectarlo es una mina. Con la caza, Vox es ese partido.

Sucedió en las elecciones andaluzas, la comunidad con más cazadores federados, unos 100.000, donde el partido de Santiago Abascal supo canalizar su descontento. Ahora, ante las generales, lo cierto es que en España hay un millón de cazadores. Hablando con una docena de ellos, reconocen que hay de todos los partidos, pero son muy sensibles con su afición y puede que influya en su voto. 

“Lo primero para un cazador es la familia, y luego la caza”, dice Jesús Hernández, presidente de la Federación de Caza de Valladolid. Porque el otro dato interesante es este: para muchos Vox es un partido más. No ven ninguna línea roja, y que les defienda en lo suyo puede ser razón suficiente para votarles. 

La verdad es que la mayoría de estos cazadores no conocían el resto de su programa o no les parecía que el miedo a Vox sea para tanto. En este descampado a las afueras de Valladolid, en el centro cinegético Faustino Alonso, disparan sus escopetas fontaneros, albañiles, comerciantes, pequeños empresarios de construcción.

Es un voto muy emocional, escapa a esquemas clásicos. Los cazadores describen una situación insoportable y casi parece que España entera está en su contra. Hablan en plural de “ellos”, de ese enemigo que les hace la vida imposible, y al final hay que preguntar con perplejidad: ¿pero quiénes? “¡Ellos, los animalistas!”. Se refieren a grupos de activistas y al Partido Animalista Contra el Maltrato Animal (PACMA), en auge desde hace años, 286.000 votos en las últimas elecciones de 2016. Y que en 2015 y 2016 superó en el Senado el millón de votos.

 Lo más interesante es que la percepción de esta hostilidad se limita casi exclusivamente a las redes sociales. Sin ellas la vida seguiría igual. Sabrían que hay gente que les odia, pero casi nunca se la encontrarían. Pero ahora hay decenas de comentarios macabros alegrándose de la muerte de un cazador en un accidente.

De la docena de cazadores charló con este periódico, ninguno ha tenido incidentes directos. Solo Pilar Sánchez, responsable de la Federación de Caza de Castilla y León, cuenta que está harta de coger el teléfono de la oficina y que le llamen asesina: “Es imposible razonar con ellos, al final cuelgo”. Sí se relatan otros episodios que se han conocido por otros: protestas que irrumpen en monterías, a uno que le pintaron el coche o le pincharon las ruedas.

 También se cita, como parte de una operación global que les financia, a la fundación suiza animalista Franz Weber y a Soros. Y critican a los medios, a quienes acusan de dar amplio eco a los animalistas e ignorar a los cazadores o incluso censurarles. Como caso extremo, se cita el suicidio de la cazadora y bloguera de la revista Jara y Sedal, Mel Capitán, en 2017, que en el sector se asocia al acoso que sufría en las redes sociales.

Entre el eco de los disparos, se ven bastante mujeres, un 10% de los inscritos, y ya hay monterías solo femeninas. Beatriz Laparra, de Albacete, tiene 22 medallas de oro mundiales de tiro: “En la sociedad que vivimos nos vemos muy acosados, estamos muy mal vistos. Solo por el hecho de desenfundar una escopeta, y eso que yo ya solo tiro al plato. 

En redes sociales me han llamado de todo, asesina, y no les pasa nada”. El otro frente de malestar es legal, sienten que cada vez les ponen más trabas. “No podemos contar con campos de tiro, la ley es muy restrictiva. Tenemos que irnos a Francia, Portugal, Italia”.

Es un mundo en retroceso y que se siente amenazado. Cada vez hay menos caza, legislación más restrictiva, caen las licencias por la edad. Pero sobre todo la caza es un universo tradicional que se siente cuestionado y ridiculizado, por gente “que se siente por encima del bien y del mal”, muy descolocado con ideologías y modas. Hernández recuerda un episodio que le dejó de piedra el verano pasado, en La Manga del Mar Menor.

 “Hicimos relación con un grupo de gente, y un día dije que era cazador. Se levantó una chica de veintitantos años y me dijo: 'Yo creía que estaba hablando con gente normal, permíteme que no tenga más conversación con vosotros'. Y se largó. Estás en la playa, tomando un pincho y de repente no quiere convivir contigo”. 

Vox ha articulado ese malestar y le ha dado voz. Ahora muchos cazadores se sienten escuchados por primera vez. Han tomado conciencia política como colectivo -aseguran que es la segunda federación de España por número de afiliados, unos 400.000, junto al baloncesto-. Coinciden en que nunca se ha hablado tanto de política entre cazadores como ahora. En las elecciones andaluzas se creó la etiqueta #Lacazatambiénvota, y para el 28 de abril la han adoptado todas las federaciones.

Ahora creen que pueden influir en las decisiones, tienen expectativas. “Esperamos que por fin se reconozca el mundo de la caza, porque hasta ahora parecía que teníamos que escondernos por los rincones, y esto es un deporte, y es legal, no es matar por matar. 

Nos atacan, se meten con nuestro mundo. Queremos un respeto que nos debe la ciudadanía española”, opina Laura Cuenca, responsable de la Federación Española. “Hasta ahora nadie se había interesado. O luego te engañan: el PP quitó el Toro de la Vega de Tordesillas, una tradición de muchos años”, dice Antonio Bermejo, presidente del coto de Alaejos.

En Castilla y León, con un 88% del territorio dedicado a la caza, la acción del PACMA ha tenido un efecto real. Su recurso ante el Tribunal Superior de Justicia contra la normativa logró paralizar la caza todo el mes de marzo. Al final las Cortes regionales lograron levantar la prohibición con una modificación de la Ley de Caza de 1996.

 Todos los partidos lo apoyaron, salvo Unidos Podemos, que se abstuvo, e IU que votó en contra. Pero en el mundo cinegético cundió la alarma. “El miedo es que gane alguien que haga más restricciones”, opina Abel Ampudia, cazador y dueño de una armería.

Hay algo más en la gestación de un nuevo sujeto político hasta ahora sin identidad clara. El concepto y la semántica van más allá: no es solo la caza, es el mundo rural en conjunto, enfrentado al urbano, que se siente incomprendido. Vienen a decir que estos animalistas luego no saben distinguir un huevo de faisán de uno de codorniz. 

La famosa España vacía es solo un ángulo del problema. “No queremos ser el parque temático del mundo urbano. El mundo rural está llegando de una vez por todas a la opinión pública, pero no lo hemos buscado, es por los ataques de los sectarios, fundamentalistas, que quieren quitarnos nuestras libertades”, explica Felipe Vegue, de la Oficina Nacional de Caza.

El pasado mes de febrero se presentó un nuevo lobby, que se declaraba como tal, llamado Alianza Rural. Reúne a la federación de caza, la de pesca, el sindicato agrario ASAJA, la Asociación de Criadores del Toro de Lidia y Circos Reunidos. Afirman que representan los intereses de hasta 10 millones de personas del mundo rural."                    (Íñigo Domínguez, El País, 20/04/19)

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