"Durante dos años los mayores consorcios mediáticos de Estados Unidos tuvieron un solo tema, el llamado Russiagate:
la pretensión de que Donald Trump ganó las presidenciales de 2016
gracias a la injerencia de Rusia en ellas. A lo largo de un año,
Washington Post, New York Times, CNN y MSNBC dedicaron a ese asunto 8507
artículos -casi 30 por día- e innumerables programas y emisiones.
Ahora
el informe del fiscal Mueller (19 abogados, 40 agentes del FBI,
requisitorias a 2800 agentes secretos y expertos, 500 registros, 230
escuchas telefónicas, 500 testigos…) desnuda como vulgar patraña toda
esa campaña que ha sido incapaz de presentar pruebas ni generar una sola
acusación solvente. (...)
La simple realidad es que la injerencia rusa en las elecciones de
Estados Unidos, así como todo el arsenal conceptual que introdujo con
las llamadas “fake news”, es la segunda mayor noticia falsa de
lo que llevamos de siglo. La primera fue la de las armas de destrucción
masiva de Sadam Hussein.
El Kremlin siempre ha preferido administraciones republicanas que
demócratas en Washington. Los motivos de ello son claros. Es tan obvio
que Moscú prefería a Trump que a la señora Clinton y actuó en
consecuencia, como que Sadam Hussein era un dictador criminal. Sin
embargo Sadam no tenía armas de destrucción masiva y Trump no logró la
presidencia gracias a Rusia.
La capacidad de Rusia por influir en la política interna de Estados
Unidos es muy limitada y va claramente por detrás de la de otros países
como Israel, Arabia Saudí, Qatar, Oman, etc., que dedican ingentes sumas
de dinero e influencias para captar a nichos enteros del electorado,
influir en los laboratorios de ideas que patrocinan, etc., etc. Todo eso
es conocido y está cifrado.
Otra obviedad es que todas las potencias intervienen, o intentan
intervenir, en la vida interna de las demás, pero ninguna de ellas ha
logrado nunca acercarse al nivel de injerencia de Estados Unidos: más de
40 cambios de régimen o intervenciones militares en países desde la
Segunda Guerra Mundial y una influencia cultural y propagandística
global sin parangón.
Rusia 1996: el candidato de ultramar
Los rusos saben muy bien lo que es la injerencia exterior en una
campaña electoral. En los años noventa funcionarios americanos
redactaron decretos (en materia de privatización) y determinaron
elecciones de verdad, impidiendo una victoria comunista en las
presidenciales de 1996.
No es necesaria ninguna investigación especial
de aquella injerencia porque fue pública y abierta: Estados Unidos
quería que aquellas elecciones las ganara Boris Yeltsin, cuyo nivel de
aprobación entre los rusos era del 6%, y se volcó en ello directamente
usando todos sus recursos e influencias.
En vísperas de las elecciones hubo un crédito de 10.000 millones de
dólares del FMI, una prórroga de veinticinco años del Club de París para
la devolución de 40.000 millones de dólares de la deuda rusa, un
préstamo de 200 millones de dólares del Banco Mundial para servicios
sociales, declaraciones de apoyo de; Bill Clinton, Helmuth Kohl, Alain
Juppé y otros al candidato Yeltsin.
También hubo un desembarco masivo
de asesores y expertos americanos en manipulación de la opinión pública
(lo que se conoce como PR), que diseñaron una campaña perfecta. No fue
muy difícil, porque los medios de comunicación trabajaban exclusivamente
para el candidato Yeltsin, cuyo cuadro constitucional presidencialista
(hoy vigente) era resultado de un golpe de estado con cañoneo del primer
parlamento enteramente electo por sufragio universal de la historia
rusa, en octubre de 1993, hecho que fue presentado en Occidente como “La
hora estelar de la democracia en Rusia” (titulo de la editorial del Frankfürter Allgemeine Zeitung, principal diario del establishment
alemán, aquellos días).
Y pese a todo ello, no está claro que al final
no hubiera manipulación de los resultados electorales… Obviamente, nada
de este género, ni lejanamente emparentado con ello, ha ocurrido nunca
en Estados Unidos.
Cuatro motivos
Y, sin embargo, el hecho es que hemos vivido durante casi dos años
bajo el bombardeo continuo de toda esta falsedad que ha alentado una
histérica campaña rusófoba sin precedentes ni miedo al ridículo.
Recordemos las falsedades periféricas que se han generado a partir de
aquella segunda noticia falsa del siglo: la injerencia rusa en las
elecciones europeas (tesis públicamente sostenida por la Canciller
Merkel y el Presidente Macron), la mano rusa en el Brexit, en el
movimiento de los gillet jaunes (tesis esgrimida por Macron), y hasta en el grotesco procés de los nacionalistas catalanes…
No hay duda de que Putin prefería a Trump que a Hillary.
Tampoco la
hay de que a Moscú le interesa una Unión Europea debilitada. Después de
treinta años de ignorar los intereses nacionales de Rusia, de expulsarla
de la seguridad continental vulnerando los acuerdos de la guerra fría,
de anular todos los acuerdos de desarme, de colocar recursos militares
en sus fronteras y de promocionar “revoluciones” y cambios de régimen en
su entorno, ¿esperan que Rusia tenga buenos sentimientos hacia ellos?
Naturalmente que no los tiene y que en la medida de lo posible emprende
las correspondientes políticas y respuestas. Todo esto es de una
obviedad pueril. Pero entonces, ¿cuales son los motivos de la leyenda
del Candidato siberiano (Paul Krugman dixit en el NYT del 22 de
julio de 2016) y de toda la histeria macartista que le ha seguido. A mí
se me ocurren cuatro motivos:
1-Un recurso de cohesión y ajuste de cuentas interno.
(...) Tanto en Estados Unidos, donde la histeria macartista se usa en el
ajuste de cuentas interno entre fracciones, como en la UE en donde es
factor de cohesión, la histeria antirrusa es funcional. Cuando un
sistema se encuentra en crisis, su potencia tiende a ir a menos y sus
élites están divididas con respecto a los objetivos fundamentales de su
política, la necesidad de enemigos es importante y funcional porque
permite dirigir la tensión interior hacia el exterior.
2- Un capítulo específico de la tensión de Occidente con los BRICs.
La tensión entre las potencias occidentales y los países emergentes
es lo que domina hoy el tablero geopolítico. Rusia puede ser considerada
“potencia emergente” si atendemos al hecho de su recuperación y
relativo fortalecimiento tras la degradación de los años noventa, cuando
su casta dirigente se dedicó a llenarse los bolsillos y a reconvertirse
en clase propietaria.
Pasado aquello, la simple realidad es que la
recuperación de Rusia como factor internacional no es aceptada en
Occidente. Esa actitud se ha convertido en abierta agresividad a partir
del momento en el que Moscú comienza a reaccionar activamente, es decir
por medios militares, a treinta años de progresivo avasallamiento
geopolítico.
Eso comenzó en 2008 con el ataque georgiano a la región de
Osetia del Sur bendecido por Bush, y culminó en Crimea en 2014, cuando
Rusia se anexionó esa región rusa perteneciente a Ucrania en respuesta a
la operación occidental de cambio de régimen que la revuelta popular
del Maidán hizo posible en Ucrania. Esa respuesta militar defensiva y
reactiva, lanza arriesgados ejemplos a otras potencias emergentes y
simplemente debe ser castigada.
Todo esto tiene poco que ver con la calificación que hagamos del
actual sistema ruso, un sistema oligárquico y capitalista en línea con
el occidental, ni con la persona de Putin. Tiene que ver con las
clásicas tensiones entre potencias.
3-Compensar el pinchazo Snowden.
Dentro del marco general de crisis antes descrito, hay un aspecto que
ha tenido un enorme efecto para Estados Unidos. Me refiero al pinchazo
Snowden-Assange. La demostración de que Big Brother existe y
que es un monstruo estadounidense que controla de forma absoluta y
criminal nuestras comunicaciones y redes sociales a través de las
agencias de seguridad y de los grandes monopolios multinacionales
americanos de tecnología (Google, Amazon, Facebook y Apple), ha tenido
un efecto demoledor para el liderazgo americano.
Reconducir ese desastre
hacia un marco de tensión Este/Oeste ha sido una de las estrategias de
respuesta: Assange agente de Moscú, Snowden hábilmente forzado a
exiliarse en Rusia, los hackers rusos como verdadera amenaza y
toda una serie de nuevos conceptos; noticias falsas, posverdad, guerra
híbrida, que ya todos repetimos como loritos.
4-Contrapropaganda
Es el único motivo entre los citados que tiene un fundamento práctico
objetivo: la propaganda rusa, el aparato informativo exterior de Rusia,
llámenlo como quieran, ha mejorado bastante y es más efectivo.
Esa
mejora coincide con un mayor pluralismo de propagandas a nivel global
(la unanimidad televisiva de la primera guerra del Golfo, o de las intervenciones en Yugoslavia,
con el completo control occidental del informe ya no es posible), con
el desprestigio de las cadenas mediáticas occidentales ampliamente
reconocidas como mentirosas a partir de Irak, y con el desarrollo de las
fuentes alternativas a través de las redes sociales.
Los medios rusos
exteriores no han hecho más que copiar un modelo occidental de la propaganda,
incidiendo en ventilar mucho de lo que se silencia en Occidente tal
como hacían las emisiones de la propaganda occidental en la URSS
durante la guerra fría con el resultado de unos menús informativos muy
atractivos y frecuentemente bien trabajados.
Dicho esto, los medios
rusos siguen siendo incomparablemente más modestos al lado del complejo
occidental y lo mismo puede decirse de los chinos o los árabes. Pese a
todo, son una competencia molesta que se intenta contrarrestar y
prohibir aunque sea vulnerando el propio derecho a la libertad de
información." (Rafael Poch, CTXT, 27/03/19)
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