"Las protestas masivas luego del asesinato de George Floyd a manos de un
oficial de policía de Minneapolis tienen que ver con el racismo
sistémico y la brutalidad policial en Estados Unidos, pero van mucho más
allá.
Quienes han tomado las calles en más de 100 ciudades
norteamericanas encarnan una crítica más amplia del presidente Donald
Trump y de lo que representa. Una enorme subclase de norteamericanos
cada vez más endeudados y socialmente inmóviles –afronorteamericanos,
latinos y, cada vez más, blancos- se está revelando contra un sistema
que le ha fallado.
Los mismos factores ayudan a explicar el creciente apoyo electoral de
líderes populistas y autoritarios en los últimos años. Después de la
crisis financiera de 2008, muchas empresas intentaron aumentar las
ganancias recortando costos, empezando por la mano de obra. En lugar de
contratar trabajadores con contratos de empleo formales y buenos
salarios y beneficios, las empresas adoptaron un modelo basado en
trabajo a tiempo parcial, por hora, por encargo, sin relación de
dependencia y por contrato, creando lo que el economista Guy Standing
llama un “precariado”.
Dentro de este grupo, explica, “las divisiones
internas han hecho que se considere villanos a los migrantes y otros
grupos vulnerables, y algunos son susceptibles a los peligros del
extremismo político”.El precariado es la versión contemporánea del
proletariado de Karl Marx: una nueva clase de trabajadores marginados e
inseguros que son propensos a la radicalización y a la movilización
contra la plutocracia (o lo que Marx llamaba la burguesía).
Esta clase
está creciendo nuevamente, ahora que las corporaciones sumamente
apalancadas responden a la crisis del COVID-19 como lo hicieron después
de 2008: aceptando rescates y logrando sus objetivos de ganancias
mediante una reducción drástica de los costos laborales.
Un segmento del precariado comprende a conservadores religiosos blancos,
más jóvenes y menos educados, en ciudades pequeñas y áreas
semi-rurales, que votaron por Trump en 2016. Esperaban, en realidad, que
él hiciera algo contra la “carnicería” económica que describió en su
discurso inaugural.
Pero mientras que Trump hizo campaña como un
populista, ha gobernado como un plutócrata, recortando impuestos para
los ricos, fustigando a los trabajadores y a los sindicatos, minando la
Ley de Atención Médica Asequible (Obamacare) y favoreciendo políticas
que afectaron a muchos de los que lo votaron. Antes de que el COVID-19 o
inclusive Trump entraran en escena, unos 80.000 norteamericanos se
morían cada año por sobredosis de drogas, y muchos más eran víctimas del
suicidio, la depresión, el alcoholismo, la obesidad y otras
enfermedades relacionadas con el estilo de vida.
Como demuestran los
economistas Anne Case y Angus Deaton en su libro Deaths of Despair and the Future of Capitalism,
estas patologías han afectado cada vez más a personas blancas
desesperadas, menos cualificadas, desempleadas o subempleadas –un grupo
en el que la mortalidad en la mediana edad ha venido creciendo.
Pero el precariado norteamericano también incluye a progresistas
seculares urbanos y con educación universitaria que, en los últimos
años, se han movilizado detrás de políticos de izquierda como los
senadores Bernie Sanders de Vermont y Elizabeth Warren de Massachusetts.
Este grupo es el que ha tomado las calles en reclamo no sólo de
justicia social sino de oportunidad económica (de hecho, las dos
cuestiones están íntimamente relacionadas).Esto no debería sorprender,
si consideramos que la desigualdad de ingresos y de riqueza ha venido
creciendo desde hace décadas, debido a muchos factores que incluyen la
globalización, el comercio, la migración, la automatización, el
debilitamiento de la mano de obra organizada, el crecimiento de mercados
donde todo se lo lleva el vencedor y la discriminación racial.
Un
sistema educativo racial y socialmente segregado alimenta el mito de la
meritocracia mientras que consolida la posición de las elites, cuyos
hijos consistentemente ganan acceso a las mejores instituciones
académicas y luego pasan a ocupar los mejores puestos (normalmente
casándose entre sí en el camino, y reproduciendo así las condiciones de
las cuales ellos mismos se beneficiaron).
Estas tendencias, mientras tanto, han generado circuitos de
retroalimentación política a través del lobby, el financiamiento de
campañas y otras formas de influencia, afianzando aún más un régimen
impositivo y regulatorio que beneficia a los ricos. Ya no sorprende que,
como dijo sarcásticamente Warren Buffett, la tasa impositiva marginal
de su secretaria es más alta que la suya. O, como decía recientemente un titular satírico de The Onion:
“Manifestantes criticados por saquear negocios sin formar antes una
empresa de capital privado”.
Los plutócratas como Trump y sus compinches
han venido saqueando a Estados Unidos por décadas, utilizando
herramientas financieras de alta tecnología, lagunas en las leyes
tributarias y de quiebra y otros métodos para extraer riqueza e ingresos
de la clase media y la clase trabajadora. Bajo estas circunstancias, la
indignación que los comentaristas de Fox News han venido expresando por
unos pocos casos de saqueos en Nueva York y otras ciudades representa
el ápice de la hipocresía moral.
No es ningún secreto que lo que es bueno para Wall Street es malo para
la gente común, razón por la cual los principales índices del mercado
accionario han alcanzado nuevos picos en tanto la clase media ha sido
devastada y ha caído en una desesperación más profunda.
Considerando que
el 10% más rico es dueño del 84% de todas las acciones, y que el 75%
más pobre no es dueño de nada, un mercado bursátil en alza no hace
absolutamente nada por la riqueza de las dos terceras partes de los
norteamericanos. Como demuestra el economista Thomas Philippon en The Great Reversal,
la concentración de poder oligopólico en manos de las principales
corporaciones de Estados Unidos exacerba aún más la desigualdad y
margina a los ciudadanos comunes.
Unos pocos unicornios afortunados
(empresas nuevas valuadas en 1.000 millones de dólares o más) dirigidos
por unos pocos veinteañeros afortunados no cambiarán el hecho de que la
mayoría de los norteamericanos jóvenes, cada vez más, llevan vidas
precarias haciendo trabajos ocasionales sin ningún porvenir.Sin duda, el
Sueño Americano siempre fue más aspiración que realidad. La movilidad
económica, social e intergeneracional nunca ha estado a la altura de lo
que el mito del hombre o la mujer que se hizo de abajo nos llevaría a
esperar.
Pero ahora que la movilidad social está declinando en tanto
aumenta la desigualdad, los jóvenes de hoy tienen razón de estar
enojados. El nuevo proletariado –el precariado- hoy se está rebelando. Para parafrasear a Marx y a Friedrich Engels en El manifiesto comunista:
“Dejemos que las clases plutócratas tiemblen ante una revolución del
precariado. Los precariados no tienen nada que perder más que sus
cadenas. Tienen un mundo por ganar. ¡Trabajadores precariados de todos
los países, únanse!” (Nouriel Roubini, Project Syndicate, 24/06/20)
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