"Existe un grave problema a la hora de comprender Estados Unidos
tanto desde dentro como desde fuera. La población se ha dividido en dos
bloques muy distanciados. O, en lugar de bloques, pensemos mejor en dos
grupos de espectadores, cada uno en su sala de cine.
Dos salas de cine que proyectan películas distintas sobre el mismo tema.
Por ejemplo: en la sala 1 se proyecta una película sobre la heroica
lucha contra el racismo y la brutalidad policial. Hay caras multicolores
y radiantes y villanos de uniforme. En la sala 2, en cambio, la
película va de cómo los jóvenes negros prenden fuego a las ciudades y
golpean a señoras mayores con bates de béisbol, bendecidos por la
cobardía de los demócratas.
La cuestión es que, en las
grandes ciudades de EEUU, que es donde están los principales periódicos y
televisiones, solo se ve la película que se proyecta en la sala 1. La de la lucha por los derechos civiles.
Y dado que los corresponsales y observadores de fuera ven y leen estos
medios, rápidamente adoptan su visión, y la película de los derechos
civiles tiene una audiencia mucho mayor.
Entonces, tanto en las ciudades
estadounidenses como en el resto del mundo, se ignora la otra versión,
la que se proyecta en la sala 2. La película de la turba que incendia,
saquea y brutaliza. (...)
Lo que importa ahora es que, para explicar lo que sucede en un país,
los medios de comunicación tienen que reflejar ambas películas, no solo
una. Porque, si nos olvidamos de la sala 2, luego la realidad nos coge
por sorpresa: los estadounidenses eligen a un presidente extraño y marcan un rumbo que no entendemos. ¿Qué ha pasado? Muy fácil: nos hemos quedado en la sala 1. (...)
¿Y dónde está la sala 2? En Estados Unidos, solo hay un gran canal de televisión conservador, Fox News. En él se concentran los sueños, prejuicios y proyectos de la derecha, sus opiniones, sus globos sonda.
Es un canal representativo. Si uno compara la proporción de
estadounidenses que apoyan a Donald Trump (45%), vemos que coincide casi
exactamente con la proporción que dice confiar en Fox
(43%). El vínculo es tan estrecho que, a veces, los ángulos que tocan
sus presentadores y comentaristas se convierten en decretos de Donald
Trump. La Fox es la sala 2.
“La nación ha estado envuelta en llamas este fin de semana”, comenzó su programa el presentador Tucker Carlson, de Fox News, el 1 de junio.
“Nadie en un puesto de responsablidad movió un dedo para salvar EEUU.
Se acobardaron. Se pusieron abiertamente del lado de los destructores.
En muchos casos, los alentaron. Luego, negarán haberlo hecho. Ya lo
están negando ahora. Pero usted sabe la verdad porque vio cómo sucedía. Es así como colapsan las naciones”, dijo Carlson.
Una puntualización: las ciudades donde se han dado las
protestas más numerosas y los disturbios más graves son ciudades
demócratas. Mineápolis, donde fue asesinado George Floyd a manos de un
policía blanco, solo ha tenido alcaldes demócratas desde 1979.
Atlanta es demócrata, como lo son Nueva York, Washington, Los Ángeles o
Louisville, donde se produjeron varios tiroteos. Los republicanos
pueden criticar sin exponerse mucho. La inestabilidad no se ha dado en
sus feudos.
“Es difícil pensar con claridad sobre nada
de lo que está sucediendo”, sigue Carlson. “El caos, la destrucción, las
incansables mentiras desde arriba. Es demasiado. Los estadounidenses
están estupefactos y tienen miedo. Pero, sobre todo, están llenos de
furia, más enfadados de lo que han estado nunca”,
continúa. “La peor gente de nuestra sociedad ha tomado el control. No
hicieron nada para construir este país. Ahora, lo están destrozando. Nos
están empujando hacia el suicidio colectivo”.
Hagamos
otra pausa. Aquí hay que señalar dos cosas. La primera es que, desde el
principio de su programa, Carlson identifica las protestas, que en
realidad han sido mayoritariamente pacíficas, con los disturbios
violentos. Está confundiendo la parte por el todo, como si las marchas
solo hubieran consistido en incendios y destrucción. Tampoco se detiene
sobre el caso que inició todo, el homicidio de Floyd, al que se refiere
como “la muerte de un hombre bajo custodia policial”. Ni siquiera lo nombra. (...)
“No somos
animales, somos estadounidenses“, dice Carlson, y se pregunta qué
podemos hacer frente al odio y la anarquía. “Debemos empezar por ser
duramente honestos sobre lo que está ocurriendo ahora mismo. La verdad
es nuestra defensa, y es la última esperanza de nuestro país“, dice.
“Planeamos utilizar esta hora para crear un registro de este momento
actual, para enseñarles qué está pasando realmente en su país. Sentimos
la obligación de hacerlo antes de que los hechos sean manipulados por la propaganda de los mentirosos o de que las imágenes sean borradas para siempre de internet”.
Carlson
muestra la imagen de una tienda de su barrio, en Washington DC. La
tienda, nos dice, es propiedad de los Kim, una familia de inmigrantes
coreanos “reverenciada por su decencia y trabajo duro”. Carlson dice que
está cerca de su casa, que los vecinos compran allí el café por la
mañana y que los niños van a por golosinas después del colegio. “Los Kim no hablan de política. Los Kim nunca han hecho daño a nadie”. Luego
vemos la tienda vandalizada y a un hombre de rodillas. Es el señor Kim,
“intentando salvar lo que se ha pasado la vida construyendo”.
El presentador solo está calentando. Las imágenes y los vídeos que
acompañan su monólogo son cada vez más gráficos. “En Rochester, Nueva
York, un grupo de ocho hombres destrozó las ventanas de una joyería. La
pareja que vivía encima salió a enfrentarse a ellos. Ambos fueron salvajemente apalizados con una escalerilla y un palo de madera”. Y es cierto. El marido grita: “¡Dejad en paz a mi mujer!”, mientras un grupo de personas da una paliza a la señora.
Otro vídeo muesta a un hombre golpeado por una turba. Lo
tiran al suelo y le dan patadas en las costillas. Se oyen gritos y
risotadas. El vídeo fue grabado en Columbia, Carolina del Sur. “En
Dallas”, sigue Carlson, “un hombre armado con lo que parece una espada
hizo lo que pudo para defender su negocio de los saqueadores. La turba le golpeó en la cabeza con una roca y un monopatín.
Es difícil de mirar”. Y lo es. El señor aparece tirado en el suelo, con
las extremidades dobladas de forma antinatural, como un trasto viejo,
como si estuviese muerto.
Hay más. Un coche atacado con
barras de hierro en medio de la autopista. Un reportero apaleado en
directo mientras cubría las protestas en Alabama o un señor de Portland,
Oregon, que fue pateado mientras agarraba una bandera estadounidense. “El hombre jamás soltó la bandera, por cierto", aclara Carlson.
Los
vídeos tienen algo en común. Además de ser extremadamente gráficos y
violentos, en ellos todas las víctimas son blancas y todos los atacantes
son negros. Carlson no lo especifica en ningún momento, pero ya nos ha
dicho que los sublevados son “lo peor de nuestra sociedad“ y que “no
hicieron nada para construir este país“. (...)
Tucker Carlson podría haber alternado esos vídeos, que son efectivamente parte de la realidad que ahora mismo vive este país, con otros vídeos violentos donde los atacantes son blancos.
Tal es el caso de muchos de los vídeos de violencia policial gratuita.
En ocasiones, contra periodistas o contra manifestantes que se mostraban
cooperativos y que se habían echado disciplinadamente al suelo para
luego ser rociados, sin motivo, con espray pimienta. Podía haber puesto
imágenes de golpes sin provocación o del todoterreno policial que
acelera en una multitud. Podía haber hablado de los grupos
ultraderechistas blancos, desplegados en las ciudades con sus rifles de
asalto y sus planes de traer una segunda guerra civil.
Pero
Carlson está contando una historia: ya nos ha dado a entender que las
protestas son todas así, violentas, salvajes, destructivas, y los
atacantes, esos 'animales' que nunca han aportado nada a la sociedad
estadounidense, resultan ser todos negros. ¿Es una casualidad o está Carlson excitando los prejuicios raciales de la audiencia? ¿Se limita a contar su versión o está enviándonos un ultrasonido?
El
presentador sigue enumerando incidentes, palizas, saqueos, profanación
de monumentos históricos, hasta que para, dice, por respeto a la
audiencia: “No hemos mostrado todo el material que tenemos. Hay mucho. Parte del material es demasiado traumático y, honestamente, demasiado incendiario. Entendemos que la televisión es un medio emocional, y no queremos empeorar la cosas”.
Entonces nos manda otro mensaje, otra clave. “Algunos demócratas han
apoyado abiertamente lo que está ocurriendo. Realmente no tienen mucha
elección. Esos que desvalijan la tienda de Rolex son sus votantes. Estos disturbios son efectivamente el mayor mitin que ha habido hasta la fecha de Joe Biden para presidente”.
Este
comentario también tiene varios niveles. Los afroamericanos, como los
que llevan 10 minutos apalizando gente y quemando cosas delante de
nuestros ojos, votan demócrata en todas las elecciones presidenciales
desde mediados de los años sesenta. Y con una proporción superior,
siempre, al 85% de sus votos. Carlson nunca dice "son negros", pero nos lo recuerda de muchas maneras.
El
presentador sigue y sigue. Solo hemos cubierto un tercio de su
monólogo, que dura 26 minutos. Y es uno de muchos. Este fue el primero
en el que cubrió las protestas y donde se encargó de establecer el tono
que seguiría en los días siguientes. Cada uno tenía un foco preciso. Los
disturbios y los prejuicios raciales, según Carlson, eran un instrumento más de los demócratas para atacar a Trump y ocupar el poder. Los gestos de la policía, como clavar la rodilla en señal de rechazo a la brutalidad y su sesgo racista, son una rendición, dijo en otro monólogo.
El resto de comunicadores estrella de Fox, como Sean Hannity o Laura Ingraham,
han estado contando la misma historia con sus propios estilos de
visceralidad. “Estos actos de violencia son parte de un esfuerzo
coordinado para llegar a derrocar al Gobierno de Estados Unidos“, declaró, sin aportar ninguna prueba, Laura Ingraham. “Está bien financiado y bien organizado en las redes sociales“.
Esta
es, a muy grandes rasgos, la película que está viendo el 40% de Estados
Unidos. Un segmento demográfico mayoritariamente blanco, rural y algo
más envejecido. Un segmento que ha ido perdiendo capacidad adquisitiva
en los últimos 30 años y que ha ido escorándose cada vez más al bando republicano.
Sus percepciones son muy distintas de las que provienen de las otras
grandes televisiones. Hemos visto la cuestión de las protestas y la
injusticia racial, pero la misma dinámica se puede aplicar a cualquier
otra cosa que ocurra, a cualquier noticia de actualidad.
Uno puede alegar que, ahora mismo, son las protestas lo que cuentan, y
no lo que piensen una familia evangélica de Wisconsin o un minero
retirado de Kentucky. Y añadir que esos grandes medios progresistas de
Nueva York y Washington son mucho más responsables y rigurosos con la
actualidad que Tucker Carlson.
Pero, en este momento, la persona que
controla Estados Unidos y cuyas decisiones pueden afectarnos a todos
durante generaciones piensa más como Carlson que como 'The New York
Times'. Uno puede intentar acercarse a los mecanismos de su pensamiento,
a su forma de ver el mundo, para luego estar algo mejor prevenido y
poder entender sus decisiones. O puede quedarse para siempre en la sala 1." (Argemino Barro, El Mundo, 08/06/20)
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