3.9.24

La siniestra clarificación de Emmanuel Macron... la decisión del Jefe del Estado de excluir a cualquier gobierno del Nuevo Frente Popular (NFP) es el marco en el que la democracia francesa está autorizada a funcionar... La formación del gobierno está, pues, sometida a fuerzas distintas de las de la mayoría o de la lógica constitucional, está sometida al marco rígido del capital... el programa del NFP es particularmente moderado en términos económicos. Propone una opción keynesiana. Pero la situación del capital es tal que incluso esta moderación le resulta inaceptable... El marco de aceptabilidad de la política económica se ha vuelto así mucho más estrecho, y es este marco el que determina la posibilidad de la construcción gubernamental... Macron siempre ha defendido esta lógica de incrustación de la democracia en los intereses económicos. Toda su política desde 2017 lo demuestra... la política económica debe seguir siendo la misma. Aquí es donde entra en juego la aclaración del presidente: la economía está ahora excluida del campo democrático... La República, tan orgullosa de su laicismo, está ahora sometida a una nueva religión: la de las fuerzas económicas que se imponen en cada una de sus decisiones... En otras palabras: la República reina, pero no gobierna. Es el capital el que gobierna, y gobierna incluso cuando no hay gobierno... Detrás de su discurso balsámico sobre la estabilidad, sólo se esconde el fanatismo económico de Emmanuel Macron (Romaric Godin)

 "¿Y si, a pesar de todo, la disolución de la Asamblea Nacional hubiera sido realmente una clarificación política? No del tipo en el que se puede pensar inmediatamente, por supuesto, con una mayoría establecida y un gobierno sólido. Pero lo que aclaró la decisión del Jefe del Estado del 26 de agosto de excluir a cualquier gobierno del Nuevo Frente Popular (NFP) tiene un alcance mucho mayor: es el marco en el que la democracia francesa está autorizada a funcionar.

La negativa a nombrar a Lucie Castets, la candidata del NFP, para Matignon (sede del gobierno, primer ministro y ministros) puede ocultarse bajo el manto de la «estabilidad institucional», pero el primer ministro interino Gabriel Attal, que también es jefe del grupo presidencial en la Asamblea Nacional (un doble papel que dice mucho sobre el respeto del sector presidencial por estas mismas instituciones), explica las condiciones de esta negativa: se trata evidentemente del programa económico del NFP, que, en su opinión, conduciría «al hundimiento económico de nuestro país». En esto, comparte la opinión expuesta el lunes (26 de agosto) por Marine Le Pen de que un gobierno del NFP «llevaría a cabo una política peligrosa para el pueblo francés«.

 Los límites a la democracia

Casualmente, el mismo día 26 de agosto, el presidente del Movimiento de Empresas de Francia (Medef, cámara de industrias), Patrick Martin, en su discurso de apertura de su universidad de verano en el hipódromo de Longchamp, confirmó este mismo marco al rechazar el programa del NFP que, en su opinión, «se pagará al contado» con la «desclasificación» de Francia.

Patrick Martin fue aún más lejos y abogó por la continuación de las «políticas favorables a las empresas» aplicadas por los gobiernos desde al menos 2017. También saludó efusivamente a su «querido amigo» Bruno Le Maire (ministro interino de Economía y Finanzas), por haber sido un «arquitecto decisivo y decidido» de estas políticas.

Y para reafirmar su posición, esa misma mañana, en la radio France Inter, Patrick Martin llegó a afirmar que las elecciones legislativas no habían «sancionado la política económica del gobierno actual». Esta ofensiva del Medef es una aclaración importante dado su alineamiento con la estrategia seguida por el Elíseo (sede de la presidencia). Confirma un hecho demasiado a menudo subestimado en la izquierda: la única brújula que determina las opciones de Emmanuel Macron es la preservación del orden económico.

Desde el 9 de junio (fecha de la disolución de la Asamblea Nacional, cámara de diputados), todo gira en torno a la obsesión de encontrar una fórmula política que no ponga en tela de juicio las políticas económicas aplicadas a las órdenes y para satisfacción del capital. La formación del gobierno está, pues, sometida a fuerzas distintas de las de la mayoría o de la lógica constitucional, está sometida al marco rígido de otro gobierno, el del capital.

 La prueba más clara de ello es que el programa del NFP es en sí mismo el producto de un compromiso. Es, conviene recordarlo, particularmente moderado en términos económicos. Propone una opción keynesiana que reconoce el fracaso de las famosas políticas favorables a los negocios y sus nefastas consecuencias. Pero no es un programa anticapitalista: las empresas siguen estando en el centro de la organización económica.

Pero la situación del capital es tal que incluso esta moderación le resulta inaceptable. Éste es el mensaje que Patrick Martin, muy locuaz en estos últimos tiempos, confirmó en una entrevista a Le Figaro el 25 de agosto: el programa del NFP sería «insoportable» para el país. Nada sería posible para las empresas: ni el aumento del salario mínimo, ni la supresión de la reforma jubilatoria, ni la indexación de los salarios. El Medef se presenta incluso como el guardián del templo de la supuesta «racionalidad económica» para evitar que «nuestros responsables se extravíen».

 El Palacio del Elíseo, guardián del templo económico

El jefe de los patrones puede quedarse tranquilo: el Palacio del Elíseo está perfectamente de acuerdo con esto y, por lo tanto, ha fijado las reglas del juego. A partir de ahora, para ser aceptable, cualquier pretendiente al puesto de primer ministro tendrá que mostrarse fiel y prometer lealtad a esta famosa «racionalidad económica». Y eso incluye no tocar las medidas adoptadas desde 2017.

El marco de aceptabilidad de la política económica se ha vuelto así mucho más estrecho, y es este marco el que determina la posibilidad de la construcción gubernamental. Para los que aún tenían dudas (y al parecer todavía eran muchos), la política está sometida a una fuerza más imperiosa, la de los intereses del capital. Y es esta jerarquía de la que el Presidente de la República es garante. Mucho más que de la estabilidad institucional.

Emmanuel Macron siempre ha defendido esta lógica de incrustación de la democracia en los intereses económicos. Toda su política desde 2017 lo demuestra. Recordemos que ninguna crisis, ni los «chalecos amarillos», ni la crisis sanitaria, ni la guerra en Ucrania, ni la aceleración de la catástrofe ecológica le hicieron cuestionar sus reformas fiscales y, en particular, la supresión del impuesto de solidaridad sobre la fortuna (ISF). Recordemos que el rechazo general a la reforma de las jubilaciones no lo frenó, y que esta reforma fue impuesta en el nombre mismo de esta pseudo «racionalidad», que no es más que una cortina de humo para intereses concretos.

Si no fuera grave, podríamos sonreír al ver al bando del Presidente agitándose para exigir «compromisos», mientras defiende el balance presidencial y se niega a poner en tela de juicio cualquiera de las grandes reformas económicas de los últimos siete años. Están dispuestos a aceptar un impuesto sobre las «superrentas», pero que será difícil de definir y que no cambiará nada esencial, pero nada más.

La realidad es que los macronistas no aceptarán ningún compromiso fuera del estrecho marco definido por el Medef: la política económica debe seguir siendo la misma. Aquí es donde entra en juego la aclaración del presidente: la economía está ahora excluida del campo democrático. Emmanuel Macron se propone hacer realidad este viejo sueño neoliberal, pero haciéndolo aún más restrictivo, porque lo que defiende no es sólo la independencia de la política y la economía, sino la sumisión de la política a la economía.

 Une República bajo tutela

La República, tan orgullosa de su laicismo, está ahora sometida a una nueva religión: la de las fuerzas económicas que se imponen en cada una de sus decisiones. Al igual que los actos de la antigua República romana estaban sujetos a la validación de los dioses mediante la consulta a los augures, nuestra República moderna ya no puede actuar sin haber recibido la luz verde de los intereses del capital. De lo contrario, la ira de la diosa economía se desatará sobre el país.

En otras palabras: la República reina, pero no gobierna. Es el capital el que gobierna, y gobierna incluso cuando no hay gobierno. Por otra parte, la decisión de Gabriel Attal de congelar, es decir reducir, los créditos para 2025 del presupuesto sin validación parlamentaria no es más que la prueba de este gobierno del capital.

Sin embargo, esta sacralización de las políticas económicas «proempresariales» no resuelve nada. Patrick Martin puede afirmar que la opinión pública está muy satisfecha con las políticas económicas aplicadas, pero los hechos dicen otra cosa. La crisis política es la consecuencia de estas políticas. El descontento existe. Podemos ocultarlo y mirar hacia otro lado, como hace el patrón del Medef. Pero esta realidad, inevitablemente, nos llegará.

Si los franceses aceptan a regañadientes el nuevo marco democrático restringido, su descontento económico y social adoptará inevitablemente otras formas. Y es obviamente la extrema derecha la que se aprovechará de ello convirtiendo esta cólera en una nueva ola de xenofobia. Por eso el Rassemblement National (RN, extrema derecha) y sus aliados no tienen ninguna razón para cuestionar el marco que el Presidente de la República acaba de definir claramente.

Detrás de su discurso balsámico sobre la estabilidad, sólo se esconde el fanatismo económico de Emmanuel Macron. Al excluir la economía de la esfera democrática, el presidente abre la puerta a todo tipo de excesos en nombre mismo de la «estabilidad», es decir, en nombre de la estabilidad social.

En el año 121 A.C., Cayo Graco, un reformador moderado que quería mejorar la situación económica de la plebe romana, fue asesinado violentamente en Roma junto a sus partidarios por la aristocracia senatorial, diez años después que su hermano. Este acto fue validado por el Senado en nombre de la «salvaguardia del Estado», lo que significaba negarse a introducir cambios en el orden social. Poco después, el cónsul que había dado muerte a Cayo, Lucio Opimio, decidió reconstruir el Templo de la Concordia en el Foro. Una noche, según Plutarco, una mano desconocida escribió la frase siguiente en el zócalo de este nuevo templo: «Una obra de loca discordia ha producido un templo a la Concordia». Estas son las lecciones sobre la estabilidad del Palacio del Elíseo."              (Romaric Godin , CADTM, 02/09/24)

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