"(...) A veces un solo detalle puede arrojar luz sobre el conjunto. Por ejemplo, ver el debate entre dos filósofos, Pierre-Henri Tavoillot y Pierre Manent, organizado por el diario Le Figaro cuando Francia se enfrenta a una nueva crisis política (o mejor dicho, a la nueva fase de una crisis que comenzó cuando Macron decidió disolver la Asamblea Nacional y convocar nuevas elecciones en junio). Se invitó a Tavoillot y Manent a debatir sobre el tema de Francia “entre el cansancio y la guerra civil” y a responder a la pregunta “¿Podemos seguir conviviendo?”
Ambos son de derechas. Tavoillot está próximo al Rassemblement National, mientras que Manent, el más veterano y conocido en el extranjero, es un conservador liberal. Pero hay una sintonía subyacente entre los dos, sobre todo en lo que se refiere a los inmigrantes, lo que pone de manifiesto lo mucho que han cambiado las cosas en las últimas décadas en Francia, y más allá, y hasta qué punto el discurso de la derecha xenófoba ha calado incluso en los círculos del liberalismo “moderado”.
Durante el debate, Manent dijo que “habrá que tomar decisiones sobre el conjunto de los musulmanes en Francia”, porque no se puede dejar que su número crezca “a un ritmo sin fin”. Añadió que no actuar en este asunto podría conducir a “una situación dramática que ninguna versión del laicismo nos pone en condiciones de afrontar”. Conviene señalar que quien dice estas cosas no es un demagogo ni un populista, sino una personalidad académica respetado fuera de Francia, cuyos libros se traducen también al italiano, y que sopesa cuidadosamente sus palabras cuando habla.
Este pequeño detalle de este debate es, en mi opinión, un síntoma del malestar político de Francia, una patología que se está extendiendo también por Italia.
En París, la derecha perdió las elecciones por un estrecho margen, pero ha conseguido imponer su hegemonía en el discurso público y, en consecuencia, dictar la agenda en la mayoría de las cuestiones que definen su identidad: el nacionalismo, la xenofobia y el chovinismo bienestarista están plenamente legitimados en el discurso público, y están redibujando los límites del imaginario político. Manent es un “moderado”, razón por la cual no dirá cuántos musulmanes sería “razonable” mantener en Francia, pero el mero hecho de que alguien como él se plantee la cuestión, aunque sea en tono apesadumbrado, abre la posibilidad de que quienes no tienen esos reparos den contenido político a ese escenario.
Al disolver la Asamblea Nacional en junio, Macron esperaba conseguir una vez más obligar a los franceses a elegir entre la derecha de Le Pen y la derecha neoliberal, “moderada” y “respetable” porque se mantendría dentro de los límites de los valores republicanos tradicionales del laicismo y la solidaridad social. La jugada le había salido bien en las elecciones presidenciales: dividir a la izquierda, costearse el apoyo al “frente republicano” y presentarse como salvador de la República. Pero esta vez, la táctica no funcionó. Los votantes de la izquierda optaron, comprensiblemente, por votar a candidatos más afines a sus propios valores -los de las listas del Nuevo Frente Popular- en lugar de recompensar a un “centro” que parecía cada vez más dominado por la derecha, aunque formalmente se opusiera a ella. Pocos estaban dispuestos a creer que los macronistas fueran un obstáculo creíble para una victoria de la derecha, incluso entre los socialistas, que son la fuerza menos radical del Frente Popular. No lo creyeron ni siquiera cuando votaron por ellos, en circunscripciones en las que era necesario un voto estratégico para cerrar el paso a los candidatos de Le Pen. Tras quedar último en la contienda electoral, Macron se negó a reconocer su derrota y a iniciar un diálogo constructivo con la izquierda.
Por el contrario, hizo todo lo posible por dividir al Frente Popular. Primero prolongando hasta la extenuación las negociaciones para la formación de gobierno, luego con la maniobra sorpresa de dar el mandato a Barnier y, por último, estos últimos días, tras la caída del gobierno centrista minoritario que había creado, intentando atraer a los socialistas hacia una nueva mayoría.
No es imposible que esta maniobra tenga éxito, porque hay una parte del Partido Socialista que se ha resentido de la cohabitación con La France Insoumise y las demás fuerzas que formaban la junta del Nuevo Frente Popular. En lo que parece cada vez más el ocaso de la Quinta República, los socialistas franceses se sienten en peligro de extinción, y esto podría empujarles a jugársela políticamente.
Sea cual sea el resultado, es difícil imaginar que un nuevo gobierno centrista, aunque sea con algún tinte de socialismo tecnocrático, tenga la capacidad de hacer frente al malestar de Francia, derivado de unas perspectivas económicas desalentadoras, de la inquietud por el futuro de la clase media, del malestar por una identidad colectiva en crisis. Debido a su peculiar constitución, la democracia francesa está cautiva de un presidente en declive que se comporta como un jugador que ha dilapidado su riqueza subiendo la apuesta una y otra vez.
Mientras tanto, Le Pen sigue al acecho. No hay duda de que debe estar preocupada por la investigación judicial que la implica, pero sabe que lo más probable es que el tiempo esté de su lado, y que el vacío moral e intelectual creado por Macron tenga que llenarse de alguna manera. (...)"
(Mario Ricciardi , Sin Permiso, 15/12/24. Fuente: il manifesto global, 13 de diciembre de 2024)
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