"(...) Donald Trump confirmó el 21 de noviembre pasado que se retiraría de la
Asociación Transpacífica (TPP, por su sigla en inglés) el primer día de
su administración.
La oposición al TPP fue un tema central de su
campaña, llamándolo un “desastre” y se comprometió a abolirlo cuando
asumiera el cargo. En la práctica, esto significa que no presentará al
Congreso la legislación de implementación necesaria para la
participación estadounidense en el acuerdo. (...)
En un informe publicado a principios de 2017, Ethan Harris,
economista global de Bank of America Merrill Lynch, afirmó que “el mayor
riesgo para la economía global este año es una intensificación de las
tensiones comerciales entre EE.UU. y China”, agregando que “ambos países
son cruciales para las cadenas globales de suministro y los mercados
globales, por lo que una gran batalla sería un gran juego de saldo
negativo”[19].
En verdad, esta guerra está en marcha, aunque de manera soterrada, con
las sanciones antidumping aplicadas por Estados Unidos a 102 productos
de China.
En cualquier caso, los efectos no se limitarían sólo a estas dos
potencias y en caso de ampliarse el conflicto, pondría a la economía
estadounidense en recesión y costaría a millones de estadounidenses sus
empleos, según proyecciones hechas por el Peterson Institute for
International Economics. (...)
La propuesta comercial de Donald Trump representa ciertamente una
ruptura con el consenso de las clases dominantes posterior a la Segunda
Guerra Mundial. Este consenso en torno al libre comercio perduró en los
últimos 50 años mientras la economía estadounidense experimentaba un
enorme aumento de su producto interno y de la participación del comercio
en éste, pero comenzó a resquebrajarse desde la Ronda de Doha de la OMC
iniciada en 2001 (negativa a retirar los subsidios a los productores de
algodón estadounidenses, entre otros), pasando por la promoción de
acuerdos de libre comercio “bilaterales”, hasta el TPP que evidenciaba
con claridad sus afanes “proteccionistas” supra regionales que excluían a
China.
Más allá de este cinismo proteccionista, todos los presidentes
estadounidenses, de Truman a Obama, y el público en general, declararon
su apoyo a la doctrina de un comercio más libre. Es este largo
compromiso que la campaña de Trump rompió, respaldándola en el hecho que
la base manufacturera del país ha sido seriamente erosionada por el
comercio global y los acuerdos de libre comercio en las últimas dos
décadas, con claros perjuicios para los salarios y empleos de los
trabajadores.
Así, la política comercial pasó a convertirse -tal vez por
primera vez- en una cuestión de primer orden en las elecciones y en la
misma política nacional[20].
En última instancia está en cuestión el libre comercio bajo el
fundamentalismo del mercado, entendido como un componente clave de la
globalización neoliberal del comercio. Una pretensión que aspira a ser
universalmente global acorde con una nueva forma de expansión del
imperio norteamericano[21].
La propuesta comercial de Trump ha roto con ese universalismo del libre
comercio y la propia globalización, para refugiarse en la
implementación de políticas “proteccionistas”.
Trump comprendió que el desequilibrio del libre comercio estaba a
favor, ya no de Estados Unidos, sino de China y las llamadas “economías
emergentes”. Paul Samuelson, economista galardonado con el Premio Nobel,
un ardiente partidario del libre comercio, ya en 2004 (artículo en
Perspectivas Económicas) sugirió que el creciente poder económico de
China pone en duda si el libre comercio convierte en un ganador (winner)
a Estados Unidos.
El miedo de la superpotencia a la economía china ha
transformado a este país de posible socio estratégico en una amenaza
actual, que se enfoca principalmente, en palabras de Henry Kissinger, en
“el debilitamiento psicológico del adversario”, por lo cual “el
imperialismo militar no es el estilo chino”.
Esta es una amenaza que tiene como sustento el espectacular aumento
del poder económico de China, que asimismo cuenta con la población más
grande del mundo, lo cual tendría un fuerte efecto desestabilizador.
Esto ha llevado a que China sea ubicada en el centro de la
globalización. A decir del keynesiano Thomas I. Palley, asesor Senior de
Política Económica de la AFL-CIO, “la globalización se ha transformado
gradualmente en un proyecto de “globalización centrada en China”. Este
fenómeno tiene graves consecuencias económicas y geopolíticas para los
Estados Unidos”[22]. (...)
En resumidas cuentas, estamos presenciando un evento clave en la
economía mundial: Estados Unidos tiene su primer presidente proclamando
el apoyo al proteccionismo desde la Segunda Guerra Mundial, mientras que
China manifiesta su deseo de promover el aumento del comercio mundial y
la globalización económica.
Las circunstancias actuales analizadas le
otorgan a China claras ventajas para desempeñar un papel global aún
mayor, particularmente en comparación con el enfoque de Trump en Estados
Unidos. De todas maneras, la continuidad de la crisis global, que ha
arrastrado al comercio mundial en los dos últimos años, anuncia un
escenario de agudización de las contradicciones no fácil de resolver." (Consuelo Silva Flores and Claudio Lara Cortes , Global Research, 19/01/17)
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