"(...) Hace cinco años muchos ciudadanos se vieron delante de las puertas del infierno: la desequilibrada reforma laboral de Rajoy los
puso en la calle en el mejor momento de su carrera profesional con
indemnizaciones menguantes, mientras en las empresas públicas,
universidades y organismos gubernamentales se financiaban
prejubilaciones doradas con alegría obscena.
“El mundo es injusto,
chaval”, decían en mi barrio. Es cierto. El problema es que la
injusticia también se paga con el dinero de todos. No hay nada pues que
celebrar: el sepelio definitivo de la legislación laboral, un proceso
dilatado en el tiempo en el que cada gobierno ha colaborado con
vehemencia, se hizo unilateralmente para contentar a nuestros
acreedores. Pero no ha solucionado ninguno de los problemas de fondo de
nuestra economía. (...)
Para obtener la sonrisa de los mercados, nuestros próceres se llevaron
por delante la hacienda y los hogares de muchas familias de clase media y
humilde, cuyo único patrimonio era su empleo. El que desde entonces les
falta.
El que no van a volver a conocer nunca más. En su día el
ministro De Guindos admitió en Bruselas --creía que no había micrófonos-- que la reforma era “muy agresiva”, pero la ministra de Empleo, Fátima Báñez, que es una rociera triste,
nos repite cada cierto tiempo que fue una bendición de la Virgen de las
Marismas. Todos los meses saca las estadísticas --por supuesto,
maquilladas-- para que quienes no comprenden ni el recibo de la luz
--otro atraco recurrente-- corroboren cada una de sus afirmaciones. (...)
La realidad de la calle señaló siempre en otra dirección. En el
último lustro no se ha creado empleo. Lo que se ha hecho es destruir
--para siempre-- nuestra idea cultural del trabajo. El término sigue
siendo el mismo, pero su significado ahora es radicalmente distinto. Un
empleo era una labor que permitía a quien la hacía sobrevivir por sus
propios medios.
Y en España, tras la devaluación interna, el
eufemismo con el que los economistas llaman al ajusticiamiento, lo que
ha quedado tras la inundación de ERES, despidos y litigios en los
tribunales de lo social son cristales rotos, una legión de parados --3,7
millones--, contratos por horas o minutos, autónomos que deben pagar un
diezmo medieval a un Estado ineficaz o a una autonomía ficticia con
independencia de si comen o ayunan, y una sociedad que tirita.
El 41% de los contratos que existen son temporales o meros pactos de
adhesión a tiempo parcial. Se siguen sustituyendo a los trabajadores con
más experiencia y formación por otros manejables y baratos.
El concepto
de salario digno se ha evaporado: los honorarios que se pagan en
determinadas profesiones son inferiores a las limosnas piadosas que los
beatos dejaban en las iglesias. Un mileurista ha pasado a ser
considerado un millonario. Podíamos seguir hasta el infinito. Pero no
merece la pena. Las evidencias son indiscutibles.
Mientras nuestros
políticos se celebran a sí mismos, y siguen sonámbulos su epopeya de
congresos y asambleas, el quinto aniversario de la devastación laboral,
que tiene aspecto de convertirse en una plaga crónica, sólo merece un
inmenso corte de mangas. Ustedes disculpen." (Carlos Mármol, 13/02/17)
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