"(...) Lisboa también está afectada por un proceso de gentrificación
mundial, la toma por las élites económicas de los cascos antiguos de las
ciudades, degradados o no, para su transformación y revalorización a
costa de sus habitantes originarios, población generalmente envejecida y
sin recursos, que es desplazada u obligada a vivir en el nuevo entorno
hostil para su modo habitual de vida. Irremediablemente, el carácter que
tuvo su ciudad hasta no hace mucho, se perderá para siempre. (Sobre
estos asuntos, puede verse TERRAMOTOURISM | El documental). (...)
Estamos ante una experiencia política de la que no se habla
suficientemente fuera de Portugal, al menos así lo perciben pública y
privadamente muchos portugueses. Sin embargo, Europa, la izquierda
europea, podría mirarse en ella y, quién sabe, plantearse explorar vías
similares para sus países.
Excepcionalmente, en estos días, está
visitando Portugal una delegación del Partido Laborista holandés,
interesada en estudiar “el modelo del gobierno” que los socialdemócratas
desearían aplicar en su país, a partir de las próximas elecciones de
marzo, en las que los pronósticos actuales, muy desfavorables, les
sitúan en el octavo puesto. (Público, 30 de enero de 2017)
¿Cómo se llegó a la fórmula de un gobierno de la izquierda, de
inmediato calificado por el historiador y entonces columnista del diario
Público Vasco Pulido Valente como “gobierno de la geringonça”,
en el doble sentido portugués de cosa mal construida, poco sólida y de
jerga o lenguaje poco comprensible?
La expresión hizo fortuna pronto –ha
sido la palabra del año 2016 en Portugal–, primero como expresión
despectiva de lo que se reputaba imposible y poco serio (así la utilizó
la derecha) y más adelante, asumida irónicamente por los mismos incursos
en ella, como un hecho del que felicitarse por la inesperada longevidad
y su relativa buena salud. (...)
El gobierno monocolor socialista que encabeza el secretario general del
partido, PS, António Costa, se apoya en sus 86 diputados, a los que se
suman los 19 del Bloco de Esquerda (BE), los 17 del Partido Comunista
Português (PCP), coaligado con el partido de los Verdes y el
representante del Partido Personas, Animales, Naturaleza (Partido
Animalista en otros sistemas). (...)
El que fuerzas políticas tan dispares, tradicionalmente enfrentadas,
alcanzaran el acuerdo para un gobierno de y desde la izquierda, aunque
carece de explicación unánime, puede decirse que es producto de dos
fenómenos simultáneos, la decantación de una coalición incubada de lejos
contra los gobiernos de la derecha y la convicción de que el acuerdo
para poner en práctica políticas de mejora de las condiciones de vida de
mucha gente maltratada por las políticas de austeridad y de
empobrecimiento del gobierno anterior sería beneficioso, no solo para
esos ciudadanos, sino también para quienes suscribieran acuerdos de
cooperación política de estas características.
Las izquierdas de Portugal comenzaron las conversaciones para la
creación de un gobierno a su medida incluso antes de las elecciones
legislativas. El PCP y el BE se mostraron proclives a favorecer un
gobierno del partido socialista en solitario.
No formarían parte del
mismo –renunciaban a asumir esa responsabilidad, a participar en el
posible desgaste consiguiente–, pero, a cambio, se comprometían,
mediante acuerdos bilaterales firmados con el Partido Socialista y entre
sí, en un programa de gobierno de objetivos mínimos para toda la
legislatura (2015-2019) que sería compatible con el mantenimiento de los
objetivos máximos específicos de cada una de ellos.
El PCP, partido de tradición leninista, sigue fiel a su dogmática
ideológica (lucha por el socialismo y el comunismo, contra el
imperialismo, se muestra contrario a la pertenencia de Portugal a la
OTAN y a lo que llama la sujeción al euro y se declara partidario de la
nacionalización de los recursos y sectores estratégicos), pero al tiempo
se mantiene firme en su pragmática política tradicional, la apuesta por
políticas reformistas de aplicación inmediata en conjunción con el
resto de las izquierdas y en continuidad de una consumada práctica
sindical reformista y negociadora.
El Bloco, por su parte, formado por
fuerzas heterogéneas, corrientes marxistas, algunas de orientación
trotskista, se puede considerar genéricamente como una fuerza
anticapitalista, de rechazo a la globalización vigente.
Hace hincapié en
las políticas de género (de ahí la importancia de las mujeres en su
dirección), en las políticas a favor de los colectivos LGTB y en otras
cuestiones de impacto social, las llamadas “questões fraturantes” o postmateriales. (...)
Lo característico de la situación es que se ha constituido un
gobierno esencialmente parlamentario porque el gobierno minoritario
socialista necesita, para la puesta en práctica de los acuerdos
programáticos y para las nuevas políticas que sea necesario adoptar, del
acuerdo y la negociación constante en la Asamblea de la República. Si
este hecho produce sensación de inestabilidad por un lado, por otro pone
a prueba la capacidad negociadora de los partidos.
Hasta ahora, un año y
medio después, los tres han dado muestras de una indiscutible lealtad
institucional y de una voluntad de mantenimiento de los acuerdos más
allá de las discrepancias surgidas en el camino. Los acuerdos que
sustentan el gobierno de izquierdas hacen realidad, por primera vez, el
consenso constitucional fundacional de 1976 sobre derechos y libertades
individuales y sobre deberes económicos y sociales.
Además, desde marzo
de 2016, la acción de gobierno se está viendo favorecida por el apoyo
moderador y la capacidad de mediación institucional del presidente de la
República, el profesor Marcelo Rebelo da Sousa, en contra de lo que
muchos temían en principio por haber pertenecido al PDS y por su
trayectoria política en diferentes gobiernos de la derecha.
Son muchas y visibles las reformas del gobierno, empezando por una
medida social vital, la subida gradual del salario mínimo, fijado en 557
euros en 2017 con el horizonte de los 600 para el final de la
legislatura.
Otras medidas sociales muy deseadas y bien acogidas han sido la subida
de las pensiones y el aumento de los salarios de los empleados públicos,
beneficiados además con la aplicación de una jornada laboral semanal de
35 horas que no todos consideran por igual beneficiosa.
Decisiones
importantes también han sido la recuperación de la inversión pública,
muy retraída en la pasada legislatura, especialmente en Sanidad, lo que
se ha traducido en una significativa mejora de Portugal en el ranking europeo
de los sistemas sanitarios de 35 países, pues avanza, según criterios
de los consumidores, del puesto 20 de 2015 al puesto 14 de 2016, y en
educación, con la gratuidad de los libros de texto en educación
primaria, la decisión de no sufragar la enseñanza privada allí donde
existan centros públicos y una política de incremento de becas y
disminución de tasas universitarias, aspectos todavía no resueltos
satisfactoriamente.
El gobierno también ha acordado reducir el IVA al
13% en la restauración (si bien mantiene porcentajes muy altos para
determinadas bebidas). Por último, ha sido considerada muy importante la
decisión del gobierno de paralizar las medidas privatizadoras puestas
en marcha por el anterior gobierno de la derecha, las de los transportes
públicos urbanos, autobuses y metro (gratuitos desde estos días para
los menores de 12 años), las redes periféricas y la compañía nacional de
aviación, TAP, en la que el Estado vuelve a ser el accionista
mayoritario.
La puesta en práctica de las reformas del gobierno y sus socios está
dando resultados visibles: el déficit público se ha reducido por primera
vez en años, la tasa de desempleados se sitúa en un 10,5% y el
crecimiento económico se ha hecho realidad, a pesar de una deuda pública
corrosiva, superior a los 244.000* millones de euros –cerca del 133%
del PIB–, obstáculo para el desarrollo futuro y punto de fricción entre
las fuerzas de la izquierda, en lo que hace a su reducción y en lo que
implica a la relación con las instituciones europeas.
Con la voluntad de
no llegar a un enfrentamiento “a la griega” que nadie desea, los
políticos portugueses desearían una negociación con el Banco Central
Europeo y el Eurogrupo en la que se afrontaran y resolvieran
conjuntamente los problemas de las deudas, la italiana muy elevada o la
portuguesa de menor cuantía.
Las “cuestiones fracturantes” se han resuelto con relativa facilidad en
este primer año de gobierno de la izquierda. Así, se ha admitido el
derecho a la adopción por parte de las parejas homosexuales, han
desaparecido los obstáculos que puso el gobierno de la derecha a la
práctica del aborto –el pago de una cuota y la obligación de recurrir a
un psicólogo previamente– .
Desde hace unos días ha entrado en trámite
parlamentario la propuesta para despenalizar la muerte asistida, o ley
para la eutanasia. En todas estas cuestiones, los partidos conceden
libertad de voto a sus miembros por lo que los porcentajes de aprobación
o rechazo van más allá de la aritmética parlamentaria. La aprobación de
estas medidas, hay que reconocerlo, ha contado con amplia aceptación
social o, en el mejor de los casos, no ha suscitado reacciones de
rechazo estridentes.
La frágil estabilidad de los acuerdos de gobierno de la izquierda
portuguesa sigue siendo una realidad positiva, cada vez más celebrada
por la mayoría de la sociedad y por los implicados. Es el triunfo de un
pragmatismo que, por el momento, a todos favorece, como muy bien lo
expresó el secretario general del PCE, Jerónimo de Sousa, me recuerda
Manuel Alegre.
Se trata de mejorar la vida de los portugueses, “Cuanto
mejor, mejor”, a diferencia de tácticas oportunistas que explotan el
malestar y el descontento para su crecimiento. En el equilibro de
fuerzas que hace que ninguna predomine, el interés por la durabilidad
del acuerdo se acrecienta. Algunos han observado que se trata de un
acuerdo conservador, incluso reaccionario, porque aspira más a conservar
o recuperar pasados derechos y posiciones perdidas que a afrontar los
nuevos retos de las sociedades contemporáneas.
Es un debate abierto. En
el futuro inmediato se ha de plantear con toda su extensión. Quedan
muchos otros frentes ante los que los partidos de la izquierda presentan
estrategias diferentes: la cuestión del saneamiento de la banca con
fondos públicos; los diferentes puntos de vista sobre la red energética
pública; la potenciación de las fuentes de energía alternativas; la
relación con la Unión Europea, bien para seguir dentro o bien para
liberarse de la disciplina del euro; el nuevo mercado de trabajo y una
posible mayor flexibilidad laboral; la lucha contra el desempleo, hoy
aún muy elevado, y la lucha contra la dañina y creciente precariedad
laboral… (...)
Lo único cierto es el convencimiento de que en la situación actual los
tres partidos de izquierdas ganan ante su electorado –más, quizás, el
PS– y por ello todos están interesados en prolongar la situación actual
hasta 2019. ¡Nadie lo hubiera dicho tan solo hace un año! (...)" (Felipe Nieto, CTXT, 14/02/17)
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