1.3.17

Nuestra economía simplemente reparte miseria. Después del destrozo social, económico, moral y político el consenso bipartidista brama que no hay que tener resentimiento... a buenas horas...

"(...) Pensemos por un momento en la situación de fondo de nuestro país que, a pesar de todos los intentos por ocultarla, es preocupante. Nuestra economía simplemente reparte miseria, convive con un ejército de reserva de parados y el empleo que se crea es de muy baja calidad, muy precario y, como tal, inestable y poco productivo. 

Salarios bajos, hundimiento productividad de los factores productivos, brusco descenso de la población activa, unido a la demografía y la falta de voluntad política amenaza nuestro sistema público de pensiones. Y las aves carroñeras frotándose las manos. 

Por eso cuando después de la que ha caído por estos lares, algún banquero o ejecutivo colocado a dedo por ser amigo del político de turno habla y nos cuenta lo que está bien o está mal, simplemente exacerba la rabia contenida de la gente de este país, especialmente de los más jóvenes. Al menos que se abstengan de hablar.

 Enfatizar instituciones y normas como la esencia de la democracia tiene una historia que viene de negar otras definiciones mucho más radicales.

 La idea de la democracia como un sistema elaborado de controles y equilibrios forzados por una combinación de leyes constitucionales, normas informales y la distribución del poder socioeconómico a través de una pluralidad de grupos, cristalizó por primera vez en los años treinta, en contraste explícito con el totalitarismo. 

Pero elaboraciones posteriores fueron aprovechadas para proporcionar una alternativa al sentido real de lo que debería ser la democracia, gobernar por y para el pueblo.

Ya por la década de los 60 se acuñó un término, poliarquía, en contraste explícito con las teorías populistas de la democracia basadas en la igualdad política, soberanía popular y gobierno de las mayorías.

 La poliarquía simplemente supone reconocer que estamos gobernados por una élite de poder que ataca deliberadamente el pluralismo político y justifica las relaciones de poder existentes y las instituciones antidemocráticas que los mantienen.

En la actualidad, el resultado neto de quienes dicen defender la democracia contra el populismo es, inevitablemente, una defensa del centrismo político. La democracia, bajo este análisis, se reduce a la búsqueda de un consenso bipartidista donde, según ellos, se abandonen las políticas de resentimiento. 

A buenas horas mangas verdes. Después del destrozo social, económico, moral y político braman que no hay que tener resentimiento.

El imperativo de rescatar el statu quo contra el populismo ha alcanzado su apoteosis en ciertos líderes socialdemócratas que frente al hartazgo de sus militantes y votantes no dudan en cargar contra líderes como el senador Bernie Sanders o el actual líder laborista, Jeremy Corbyn. 

El objetivo último es evitar la implementación de sus propuestas económicas. Y si hace falta promocionar populismos de derechas, se hace, y punto.

Por todo eso me declaro populista y reclamo políticos que asuman lo que ya hacía y decía el Franklin Delano Rooslvelt:

 “Hemos tenido que enfrentarnos a los tradicionales enemigos de la paz social: los monopolios empresariales y financieros, los especuladores, los banqueros sin escrúpulos, aquellos que promovieron los antagonismos de clase o el secesionismo y quienes se enriquecieron a costa de la guerra. 
Todos habían llegado a pensar que el gobierno de Estados Unidos no era más que un mero instrumento al servicio de sus propios intereses. 
Ahora sabemos que un gobierno en manos del capital organizado es igual de peligroso que un gobierno en manos del crimen organizado….” 

Este discurso hoy sería tildado de populista, cuando fue Franklin Delano Rooslvelt es, ha sido y será el presidente más votado de la democracia estadounidense. Paradojas de la vida."           (Juan Laborda, Vox Populi, 16/02/17)

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