"(...) Pensemos por un momento en la situación de fondo de nuestro país que, a
pesar de todos los intentos por ocultarla, es preocupante. Nuestra
economía simplemente reparte miseria, convive con un ejército de reserva
de parados y el empleo que se crea es de muy baja calidad, muy precario
y, como tal, inestable y poco productivo.
Salarios bajos, hundimiento
productividad de los factores productivos, brusco descenso de la
población activa, unido a la demografía y la falta de voluntad política
amenaza nuestro sistema público de pensiones. Y las aves carroñeras
frotándose las manos.
Por eso cuando después de la que ha caído por
estos lares, algún banquero o ejecutivo colocado a dedo por ser amigo
del político de turno habla y nos cuenta lo que está bien o está mal,
simplemente exacerba la rabia contenida de la gente de este país,
especialmente de los más jóvenes. Al menos que se abstengan de hablar.
Enfatizar instituciones y normas como la esencia de la democracia tiene
una historia que viene de negar otras definiciones mucho más radicales.
La idea de la democracia como un sistema elaborado de controles y
equilibrios forzados por una combinación de leyes constitucionales,
normas informales y la distribución del poder socioeconómico a través de
una pluralidad de grupos, cristalizó por primera vez en los años
treinta, en contraste explícito con el totalitarismo.
Pero elaboraciones
posteriores fueron aprovechadas para proporcionar una alternativa al
sentido real de lo que debería ser la democracia, gobernar por y para el
pueblo.
Ya por la década de los 60 se acuñó un término,
poliarquía, en contraste explícito con las teorías populistas de la
democracia basadas en la igualdad política, soberanía popular y gobierno
de las mayorías.
La poliarquía simplemente supone reconocer que estamos
gobernados por una élite de poder que ataca deliberadamente el
pluralismo político y justifica las relaciones de poder existentes y las
instituciones antidemocráticas que los mantienen.
En
la actualidad, el resultado neto de quienes dicen defender la democracia
contra el populismo es, inevitablemente, una defensa del centrismo
político. La democracia, bajo este análisis, se reduce a la búsqueda de
un consenso bipartidista donde, según ellos, se abandonen las políticas
de resentimiento.
A buenas horas mangas verdes. Después del destrozo
social, económico, moral y político braman que no hay que tener
resentimiento.
El imperativo de rescatar el statu quo
contra el populismo ha alcanzado su apoteosis en ciertos líderes
socialdemócratas que frente al hartazgo de sus militantes y votantes no
dudan en cargar contra líderes como el senador Bernie Sanders o el
actual líder laborista, Jeremy Corbyn.
El objetivo último es evitar la
implementación de sus propuestas económicas. Y si hace falta promocionar
populismos de derechas, se hace, y punto.
Por todo eso me declaro populista y reclamo políticos que asuman lo que
ya hacía y decía el Franklin Delano Rooslvelt:
“Hemos tenido que
enfrentarnos a los tradicionales enemigos de la paz social: los
monopolios empresariales y financieros, los especuladores, los banqueros
sin escrúpulos, aquellos que promovieron los antagonismos de clase o el
secesionismo y quienes se enriquecieron a costa de la guerra.
Todos
habían llegado a pensar que el gobierno de Estados Unidos no era más que
un mero instrumento al servicio de sus propios intereses.
Ahora sabemos
que un gobierno en manos del capital organizado es igual de peligroso
que un gobierno en manos del crimen organizado….”
Este discurso hoy
sería tildado de populista, cuando fue Franklin Delano Rooslvelt es, ha
sido y será el presidente más votado de la democracia estadounidense.
Paradojas de la vida." (Juan Laborda, Vox Populi, 16/02/17)
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