"Posiblemente fue un acto fallido freudiano. Cuando
Jeroen Dijsselbloem, el ministro holandés de Economía presidente del
Eurogrupo, dijo que un socialdemócrata del norte como él no podía ser
solidario con aquellos que en el sur se “habían gastado el dinero en
alcohol y mujeres”, probablemente le traicionó el inconsciente. Según
aclaró después, ese arrebato fue el resultado de su educación calvinista
y de su sinceridad.
Si fuese así, hay que reconocer que el suyo es un
calvinismo desnortado.
Este acto fallido refleja muy bien el mundo de
tópicos en los que se mueve aún hoy la política europea. Unos tópicos
nada banales. Al contrario, han tenido una influencia decisiva en la
justificación política que se dio a la política de austeridad impuesta a
los países del sur. (...)
Cuando escribo, leo en este mismo diario una referencia al informe que
acaba de publicar Transparencia Internacional sobre el papel jugado por
el Banco Central Europeo en las fases más agudas de la Gran Recesión. Le
acusa de haber tomado decisiones “políticas” (es decir, no técnicas) en
la crisis griega y en las presiones a España, Italia e Irlanda.
El BCE
condicionó el dinero a cambio de control no democrático sobre la
política presupuestaria y reformas sociales de fuerte impacto. De hecho,
hay que recordar que España se vio forzada a introducir un cambio
exprés en la misma Constitución para atender las amenazas contenidas en
la carta confidencial que el presidente del BCE, Jean Paul Trichet,
envió al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero. (...)
Por cierto, este mismo tipo de denuncia la había
formulado ya en 2014 la Oficina de Evaluación Independiente del FMI, una
especie de auditor político interno, en un informe sobre la política
que había seguido la institución, como parte integrante de la troika
europea, en el caso de Grecia. Las acusaciones de haber tomado
decisiones “políticas” y no técnicas son de la misma naturaleza que las
que ahora hace Transparencia Internacional al BCE.
Tanto este tipo de decisiones “políticas” de
organismos técnicos como las manifestaciones “calvinistas” del
presidente del Eurogrupo son ejemplos de conductas de riesgo moral
(moral hazard) de las instituciones y autoridades europeas.
Sus
respuestas a la crisis financiera internacional de 2008 y a la crisis de
deuda de 2010 impusieron políticas y reformas en beneficio de los
acreedores cuyo coste recayó, sin embargo, sobre ciudadanos que no
habían participado en ninguna fiesta de alcohol y mujeres.
Si los bancos privados franceses o alemanes, por
ejemplo, habían prestado voluntariamente dinero a los bancos españoles
para financiar inversiones inmobiliarias arriesgadas, lo lógico es que
si esas inversiones fallaran ellos corriesen con una parte, al menos, de
las pérdidas. Ese es el buen capitalismo.
El que invierte a riesgo y
ventura, como se decía antes. El malo es el capitalismo de riesgo moral.
El que se queda con los beneficios y socializa las pérdidas. Y, como
vamos viendo, fue ayudado desde el poder político e institucional
europeo.
La tarea de acabar con las conductas de riesgo moral,
de democratizar el funcionamiento de las instituciones europeas, de dar
transparencia a sus decisiones y de que cada uno asuma la
responsabilidad por sus actos no será fácil. Pero es esencial para
legitimar la construcción europea. De lo contrario, no nos debería
sorprender el populismo y el retorno de los ciudadanos a los Estados
nacionales.
Mientras tanto, conviene recordar que como españoles
tenemos motivos para la autoestima. La cultura moral y política
demostrada en estos casi 10 años de dura crisis, caída de salarios y de
paro es admirable. La sociedad ha sabido sobrellevarlos sin que se haya
producido una explosión social ni hayan aparecido fuerzas políticas
xenófobas y antieuropeas con amplio apoyo social. Como sí ha ocurrido,
por cierto, en el país del señor Dijsselbloem. (...)" (Antón Costas, El País, 02/04/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario