4.4.17

Estamos dentro de la mayor oleada reaccionaria que ha conocido el mundo desde los años treinta del siglo pasado... porque la crisis multiplica por mil el miedo, a todo

"El estrago mayor que ha causado la gran crisis en nuestras sociedades ha sido el de truncar el futuro de una generación. O de más generaciones. Ha reducido brutalmente las expectativas materiales y, sobre todo, las emocionales, de muchos jóvenes que se sienten privados del futuro prometido. Se ha detenido la escalera del progreso. 

Al revés que nosotros, sus padres o abuelos, que hemos vivido siempre en paz y con una prosperidad al alza, ellos se van a la cama angustiados: o porque no tienen trabajo ni expectativa de tenerlo, o porque tienen unos ingresos que nos les dan para pagar sus gastos e independizarse o, los menos, porque tienen un buen empleo y pueden perderlo en cualquier momento.

 La paradoja es que la incertidumbre y la decepción no provocan el deseo de cambio mayoritario, sino que, más bien, fuerzan un repliegue conservador en tanto que lo que más se desea es algo de seguridad y de garantías. 

 Así se manifiesta elección tras elección, en casi todas las partes del mundo. Estamos dentro de la mayor oleada reaccionaria que ha conocido el mundo desde los años treinta del siglo pasado, de infausta memoria, y los estados de excepción comienzan a normalizarse. Hay una brecha creciente entre las expectativas creadas y las posibilidades de cubrir esas expectativas. Así ha nacido la era Trump (...)

 En las últimas cuatro décadas, entre 1975 y la actualidad, el mundo ha sufrido transformaciones radicales, hasta volverse irreconocible para alguien que hubiese estado ausente de él y regresase de pronto.

 (...) se volvió a emitir por las radios y por los canales digitales una conflictiva canción de los Sex Pistols (...) El grito ¡No future! de la canción representaba los sentimientos rebeldes de una buena parte de esa generación. 

La letra de este ‘Dios salve a la reina’ tan distinto del himno oficial reitera en una y otra estrofa que los jóvenes no tienen futuro en el sueño británico, y establece la brutal metáfora de que los tratamos como "flores en la basura". También se pregunta cómo puede haber pecado en esos jóvenes, que son como bombas atómicas en potencia, si no tienen futuro (...)

Desde al menos esa década de los ochenta, los ciudadanos han tenido que aprender a vivir en una incertidumbre creciente. (...)

hoy mucho más que entonces hemos de calificar  lo que sucede a nuestro alrededor como “la era de la incertidumbre”, de la ansiedad, de las sensaciones de falta de control. Por ello, el concepto que más se repite en las promesas de cualquier político, de cualquier aspirante a la esfera pública, es el de “garantía”: dar “garantías de que…”. 

Por ejemplo, ahora que se habla tanto de reformas constitucionales para adaptar los textos que rigen nuestra convivencia a las nuevas circunstancias del siglo XXI, hay partidos políticos que defienden que los derechos sociales —que figuran en la Constitución española de 1978 como derechos desiderativos: tener derecho a una vivienda o un trabajo digno, por ejemplo— posean en el futuro carácter normativo, de modo que no puedan violarse: que los ciudadanos, y entre ellos nuestros jóvenes, vosotras, tengan “garantías” de un trabajo digno o de una vivienda digna. ¿Será eso posible? Entre la incertidumbre y el miedo hay un solo paso: el de la vulnerabilidad.

El historiador Tony Judt, en su testamento intelectual, teoriza sobre la enfermedad social del miedo. En Algo va mal rebate la tópica idea de que el miedo es libre y analiza cómo cualquier tipo de crisis —política, económica, social, de la naturaleza— lo multiplica por mil. 

Ahora se sufre el miedo al terrorismo, pero también el miedo al “otro”, al que viene a competir por nuestro puesto de trabajo y nuestro Estado de Bienestar; a la inseguridad económica, a la incontrolable velocidad de los cambios, a quedar atrás en una redistribución de la renta y la riqueza cada vez más desigual, a perder el control de las circunstancias y de las rutinas de la vida cotidiana, etcétera. 

Cuando unos padres deben llevar a sus hijos al colegio en periodo vacacional para que puedan comer, sufren dos tipos de temores (quizá fuera más oportuno hablar de dos tipos de humillaciones): que no ocurra nada imprevisto (por ejemplo, que no los acepten porque no cumplan las condiciones teóricas para acceder a este servicio social, que haya comida para todos,...) y la humillación de tener que ir y que lo sepan los demás compañeros de los niños, o los vecinos del barrio.

Este miedo es el germen de muchos de los populismos que aparecen como setas en países muy diferentes, tanto pobres como avanzados. Populismos de distinta naturaleza. Nadie parece estar a salvo de este fenómeno, desaparecido desde la década de los años treinta del siglo pasado. (...)

La Gran Recesión ha introducido nuevas variables en el modelo, ya que ha arrojado un escenario dominado por la inseguridad vital, que no es solo económica sino cultural: de civilización. Muchas personas, jóvenes y mayores de cuarenta y cinco años que se han quedado al margen, sobreviven en la incertidumbre, la frustración y sin opciones laborales; no esperan gran cosa del futuro, al que presuponen más amenazas que oportunidades, y tampoco entienden del todo los cambios en los que estamos envueltos (...). 

Un muro infranqueable se ha levantado entre vosotras y nosotros. Habrá que derribarlo, como hicieron los berlineses con el suyo hace casi tres décadas: derruirlo piedra a piedra. Es un muro que separa a los jóvenes del resto de la sociedad. Es una división generacional que se añade a las tradicionales diferencias de clase social.  (...)

Desde hace algún tiempo y, sobre todo, desde la Gran Recesión, el proceso de selección de las élites dirigentes de la sociedad a través de la educación universal, el esfuerzo personal, la perseverancia,… está siendo sustituido en buena parte por una selección (quizá inversa) basada en la herencia o en la riqueza de los antecesores. 

Así es como surgió la llamada curva del Gran Gatsby (...) es un gráfico que representa la relación entre la desigualdad y la inmovilidad social intergeneracional en varios países del mundo. 

Mencionada por el jefe de los asesores económicos de Obama en el año 2012, Alan Krueger, en base a los estudios del economista canadiense Miles Corak, trata de explicar cómo el futuro económico de los hijos está condicionado por la renta de los padres: en una sociedad igualitaria existiría un alto grado de movilidad social, algo que no ocurre cuando las oportunidades no se reparten con criterios de esfuerzo, y sí de herencia. (...)

La conferencia de Krueger, vinculada a la situación de EEUU, llegaba a la conclusión de que los países del norte de Europa eran los que presentaban menos desigualdad de oportunidades y mayor movilidad social, mientras los datos de EEUU significaban prácticamente el fin del “sueño americano” (todos los ciudadanos pueden lograr sus objetivos en la vida a base de esfuerzo y determinación) (...). 

Nos ha parecido oportuno el concepto de Quinta Internacional, acuñado por Garton Ash, para definir la explosión de la indignación y su reconstrucción en movimientos y partidos políticos, fundamentalmente de naturaleza juvenil. Siguiendo la misma lógica se podría hablar de una Sexta Internacional, la que unifica y representa a los Trump, Theresa May, Marine Le Pen, los líderes de Alternativa por Alemania, el húngaro Orban, el polaco Kaczynski, etcétera. 

Conservadores extremos. Es factible que imitemos lo que las autoridades venecianas hacen en la novela de Thomas Mann Muerte en Venecia: negar que existe una epidemia de cólera. Pero sería de una ceguera histórica que rememoraría otros momentos nefastos del siglo XX y pondría aún más en precario la evolución de la democracia representativa. Hay que estar muy vigilantes y no mirar hacia otro lado. (...)"                   (‘Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto? Los graves errores que nos han llevado a la era Trump’. Joaquín Estefanía. Editorial Planeta. 2017, en CTXT, 15/03/17)

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