"(...) En pocos años, el Gobierno de
Chávez consiguió aprovechar la crisis política que atravesaba el país
para darle la vuelta a la grave situación de desigualdad y pobreza que
asolaba a la mayor parte de la población.
La Revolución Bolivariana
consiguió sacar de la pobreza a millones de personas que, por primera
vez en la historia, podían alimentarse tres veces al día precisamente en
un país donde el 1% más rico había dispuesto hasta entonces de la mayor
parte de la riqueza y de la tierra así como de la totalidad del poder
político, económico y social.
El proceso venezolano, con Chávez a la
cabeza, fue siempre muy singular tanto en sus aspectos culturales como
en las innovaciones acometidas, y por ello resultó siempre extraño de
entender para la izquierda occidental; víctima, claro está, del
eurocentrismo y sus patrones culturales.
Sin embargo, la realidad es que
Chávez logró convertirse en una referencia para millones de pobres que
empezaban a vivir de nuevo gracias a la revolución bolivariana. Todo
esto fue facilitado por la ayuda cubana en forma de misiones, por la
construcción de tejido social autoorganizado en los barrios más
populares y, claro está, por la propiedad pública del sector petrolero
que proporcionaba los ingresos necesarios para acometer las reformas
sociales.
Naturalmente tocar la propiedad
privada de los grandes medios de producción, hasta entonces en escasas
manos y con altos niveles de corrupción, supuso la inmediata reacción de
la derecha oligárquica. Una derecha que no opera tampoco al estilo
democrático-europeo sino que está acostumbrada a dominar militarmente.
Una derecha educada, por decirlo así, al calor de los innumerables
golpes de Estado que durante décadas frenaron o neutralizaron las
revoluciones sociales en América Latina. Golpes siempre auspiciados o
financiados por los servicios de inteligencia estadounidenses (...)
Chávez tenía a su lado el ejército, leal por ello a la nueva constitución venezolana. Aun así, en el año 2002 hubo un intento de golpe de estado que llegó a secuestrar al presidente y a recibir importantes apoyos internacionales, entre ellos el de José María Aznar (entonces presidente de España).
Afortunadamente,
la gente salió a la calle en multitudes y pudo revertir el Golpe. Y
Chávez siguió ganando elecciones hasta su muerte, incluyendo un
revocatorio en 2004 (un mecanismo para expulsar al Presidente; un
mecanismo de la tradición republicana radical que no existe ni por asomo
en las democracias occidentales, entre ellas la nuestra).
La derecha, torpe en su
fragmentación pero dolida por los éxitos incuestionables del proceso
bolivariano, ha intentado boicotear continuamente la revolución. Y lo ha
hecho cada vez de forma más inteligente, asesorada por los
conglomerados empresariales europeos y americanos, entre ellos una gran
red empresarial española de la que el ciudadano Juan Carlos de Borbón
fue representante máximo. Baste decir que los grandes empresarios de
distribución se han coordinado en no pocas ocasiones para provocar
episodios de escasez que enfurecieran a las masas. (...)
Al proceso revolucionario se le pueden, y se le deben, hacer muchas críticas. Pero yo sólo admito las críticas desde la izquierda, es decir, desde la lealtad a la revolución y con objeto de consolidarla y no derrumbarla. Me parece necesario plantear que el mayor error de la revolución ha sido no aprovechar los ingresos petroleros para industrializar y diversificar la estructura productiva, habiendo sido más ambiciosos frente a los grandes capitales y la oligarquía venezolana. (...)
Es cierto que el clima de agresión permanente a los procesos latinoamericanos se ha acentuado. El Golpe de Estado en Honduras en 2009 fue el precursor de una nueva etapa de maniobras imperialistas en América Latina. Le siguieron los ataques sistemáticos a los gobiernos del ALBA y también del MERCOSUR, que concluyeron con la derrota del kirchsnerismo en Argentina y el golpe de Estado silencioso de 2016 en Brasil. (...)
Sin lugar a dudas, Venezuela es la pieza más importante a cobrarse por la oligarquía latinoamericana (que, insistimos, se apoya en la red empresarial y de comunicación también de Occidente; partidarios de una América Latina oligárquica y facilitadora de la extracción de rentas hacia Europa y América del Norte). De ahí la sobreactuación de los poderes políticos europeos, entre ellos de PP, PSOE y CS, en relación a la justa y razonable detención y encarcelamiento del golpista Leopoldo López.
En este contexto, complejo pero
nítido, es en el que debemos valorar los recientes acontecimientos. El
Gobierno de Venezuela está tomando decisiones, a mi juicio, demasiado
precipitadas y poco meditadas frente a esta creciente agresión. En
diciembre llegó a suprimir la validez de los billetes de 100 bolívares
en una medida improvisada que provocó colas, desabastecimiento y mucha
frustración entre la población. 72 horas más tarde tuvo que rectificar.
Pero es un ejemplo, reciente, del grado de falta de estrategia que está
manteniendo el Gobierno. El último acontecimiento, en relación a la
suspensión de las atribuciones de la Asamblea, puede leerse en la misma
clave. Ha sido una acción legal y constitucional y desde luego en ningún
caso un Golpe de Estado como repiten los voceros de la derecha
oligárquica, pero al mismo tiempo ha sido un error que ha dado
facilidades a esa misma oligarquía.
De ahí que yo dijera, ayer mismo,
que me parecía una mala noticia y que lo que había que hacer era llamar
al diálogo y a la calma (especialmente porque, por primera vez en
décadas, la derecha ganó las elecciones parlamentarias y puso en
aprietos a la revolución bolivariana).
La fiscal general, de trayectoria
chavista, así como cuatro exministros de Chávez han dicho exactamente
lo mismo que yo había planteado; naturalmente de forma independiente. Y
su opinión parece haber influido en el Gobierno de Venezuela, pues el
presidente Maduro ya ha pedido al tribunal que rectifique esa decisión y
ha llamado de nuevo al diálogo. Ojalá la situación se reconduzca y
podamos salvaguardar la revolución de la oligarquía latinoamericana,
europea y americana.
Quisiera añadir una cosa más,
dirigido especialmente a la militancia de izquierdas en Europa. Ante
cualquier proceso de estas características conviene estar absolutamente
informado, combatiendo la desinformación que los principales medios de
comunicación lanzan de forma interesada acerca de lo que sucede en
Venezuela. Pero nuestra crítica ha de darse, y a mi juicio siempre
fundamentada, rigurosa y leal.
Muchos de los que llevamos años
defendiendo a Venezuela públicamente, mientras la izquierda progresista
calla o se suma al “sentido común” de la oligarquía, tenemos también la
necesidad moral y política de subrayar los errores del proceso
bolivariano. (...)" (Alberto Garzón, Público, 01/04/17)
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